Carlota, emperatriz de México
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Re: Carlota, emperatriz de México
Muy cierto, mi querida archiduquesa. Me he leído ese libro un par de veces, porque
me gusta. Yo siempre he tenido a Carlota prendida del corazón. :smt022 :smt022 :smt022
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glorisabel- Su Alteza Imperial
- Mensajes : 8253
Fecha de inscripción : 07/06/2008
Localización : San Juan, Puerto Rico
Re: Carlota, emperatriz de México
Su vida es triste y paradójica, voladorka. Lo daba todo por Máximiliano y él ya tarde y sin remedio aprendió a valorarla. Sin embargo, lo curioso es que Carlota ¡logró enterrar a todo el mundo! Es un poco como Juana I de España.
Helena- Non
- Mensajes : 10770
Fecha de inscripción : 21/07/2007
Localización : Madrid
Re: Carlota, emperatriz de México
Entre tanta traición, sólo Carlota le fue fiel hasta el final.
glorisabel- Su Alteza Imperial
- Mensajes : 8253
Fecha de inscripción : 07/06/2008
Localización : San Juan, Puerto Rico
Re: Carlota, emperatriz de México
Hola! Soy nueva en el foro, aunque he leído bastante. Y me gustaría participar por primera vez en un tema que concierne a mi país.
La historia de Maximiliano y Carlota me ha apasionado desde niña. Aunque en la escuela los pintan como los invasores malos, usurpadores y falso gobierno, después de leer otras fuentes lejanas de los libros escolares, es evidente que no fue un gobierno falso, sino que ejerció actos de gobierno válidos. Hay 2 libros principalmente en los que me baso: "
La suerte de la consorte"
, de Sara Sefchovich, donde retrata no sólo a Carlota, sino a todas las esposas o compañeras de los gobernantes de México. Y el segundo libro es "
Arrebatos Carnales"
de Francisco Martín Moreno. Del segundo acabo de leer que en hilo de Maximiliano, expusieron su teoría, de que Carlota estaba embarazada del coronel Alfred Van der Smissen, que fingió su locura para salir bien librada del asunto, con consentimiento de su esposo.
Voy a poner algunos fragmentos de ambos libros, sobre los rumores y polémicas surgidas alrededor de Carlota y Maximiliano. Primero del libro de Martín Moreno (está escrito en primera persona, como si fuera Bombelles el que relata la historia) y posteriormente el de Sefchovich, sólo que éste último lo pongo mañana, pues el de ahora es bastante largo:
"
Cuando el matrimonio entre Maxi y Carlota era relativamente tierno, la pareja recibió un segundo golpe demoledor del que nunca pudo recuperarse. Se estrellaron abruptamente contra un muro. Ella abortó a su primer hijo en condiciones desastrosas. El futuro heredero de la casa Habsburgo y de la belga fue tirado a los basureros reales envuelto en paños ensangrentados. El epitafio grabado sobre la fría lápida sin nombre, sin lugar ni fecha, dice así:
¡Claro que Maximiliano podía engendrar un hijo: nada de que las paperas sufridas en sus años de niño, convertidas en orquitis, lo habían dejado estéril ni que fuera impotente de nacimiento o que hubiera contraído sífilis en uno de sus viajes o en sus orgías! ¡Falso! Embustes y más embustes... Más tarde te contaré detalles de su paternidad. Todo lo demás fueron inventos de sus enemigos, la mayor parte de su propia familia sanguínea, la austriaca, y del clero mexicano, resentido porque no derogó las leyes juaristas ni accedió incondicionalmente a sus peticiones políticas, que le hubieran permitido recuperar los bienes y privilegios perdidos durante la guerra de Reforma, el verdadero objetivo que se había propuesto la Iglesia católica al invitar a Maximiliano a venir a gobernar México apoyado por el ejército francés, en aquellos años uno de los más poderosos del mundo...
[...]La carencia de recursos y la imposibilidad de concretar pactos hicieron gradualmente inhabitable el Castillo de Chapultepec y obligaron a Maximiliano a derramar la vista por la magnífica provincia mexicana, la que se dispuso a descubrir y visitar nombrando nada menos que regente del imperio a la emperatriz Carlota, para el caso de sus ausencias breves o
indefinidas. Carlota empezó a tomar en sus manos la jefatura del Estado sin contar con el apoyo de su marido, a quien ya no se encontraba atrás del regio escritorio imperial, ni mucho menos en la cama, que ambos no compartían hacía años...
El emperador empezó a quedarse entonces quince días en México y otros tantos en Cuernavaca, en donde nos deleitábamos pasando las noches abrazados, desnudos, sin estar cubiertos por sábana alguna y con las ventanas abiertas para disfrutar el cálido clima mexicano, los suaves aromas del campo y sus jardines inolvidables... Injusto sería si no subrayara yo los detalles con los que Concepción, Concepción Sedano, la hija del encargado de los jardines Borda, alegraba nuestra mesa al cubrirla de las más diversas flores... Pues bien, yo empecé a ver el rostro atento del emperador cuando Concepción, Conchita Sedano, nos preparaba unos huevos rancheros, con pedazos de jitomate y mucha salsa picante... Yo percibía con la debida claridad cómo Maxi se sentía atraído por aquella mujer, aparentemente extraída de la selva, como si se tratara de hacerse de un trofeo de caza, la cabeza o el cuerpo disecado de una fiera que le hubiera gustado poseer. Carlota nunca reaccionó a sus caricias y, bien lo sabía él, nunca reaccionaría. Asunto concluido. Enterrado. Sólo que Conchita Sedano le despertaba una fiebre, la del conquistador, la de la autoridad colonial que puede hacer lo que le plazca con las bellezas
indígenas como si fueran de su propiedad y estuvieran resignadas a cumplir los caprichos que fueran y cuando fueran, a la hora que fueran de sus amos, dueños absolutos de sus vidas... Las relaciones entre el emperador y Concepción Sedano se estrecharon con el paso del tiempo...
[...]A principios de la primavera de 1866, intuyendo que Maximiliano pasaría largas horas en el lecho con aborígenes mexicanos o con mulatas, en lugar de hacerse cargo de sus elevadas responsabilidades imperiales;
observando con horror cómo se incumplía el convenio de Miramar, a través del
cual Maximiliano se había comprometido con Napoleón III a pagar puntualmente el sostenimiento al ejército intervencionista francés con fondos del menguado y eternamente quebrado tesoro mexicano, el hecho de que había concluido hacía casi un año la guerra de Secesión en Estados Unidos y que el presidente Andrew Johnson le había recordado al emperador francés los términos de la Doctrina Monroe, en el entendido
amenazador de que el significado de "
América para los americanos"
lo impondría por la fuerza si Francia no se retiraba de México en un término perentorio... Carlota empezó a recibir cada vez con más frecuencia las visitas recurrentes de Alfred Van der Smissen, comandante de su guardia personal, el hombre
enviado por su padre, el rey Leopoldo de Bélgica, para ver, en todo caso, por su integridad física.
Ella (Carlota) y sólo ella le había prohibido a Maximiliano renunciar a pesar de la realidad, de las presiones, de las perspectivas de perecer arrollados por los juaristas apoyados por la Casa Blanca. Según ella, la abdicación era una fórmula vergonzosa:
-Abdicar -concluyó la emperatriz- sólo significa para un soberano la consumación de su derrota. Eso está bien para ancianos o débiles mentales, pero no para un príncipe de treinta y cuatro años, lleno de vida y de perspectiva en el porvenir.
[...]Carlota supo que estaba embarazada en mayo de 1866 y supo también, lo sabía, imposible negarlo, que el hijo no era del emperador, que éste jamás reconocería a un bastardo como su heredero ni lo presentaría como tal ante la corte austriaca. ¿Cómo acreditarlo ante su hermano Francisco José y ante Sofía, su madre, ante la aristocracia europea, como su descendiente
real, a sabiendas de que era el producto de una escaramuza de su mujer? ¡Imposible! Maximiliano tampoco desearía tener en el Castillo de Chapultepec a un vástago de Carlota que no llevaba su sangre. ¡Mantengan fuera de mi vista al bastardo! Ni en México ni en Austria se abriría el menor espacio para el pequeño Van der Smissen: ¡Ni pensarlo! ¿Cómo explicarle a su hermano, el rey Leopoldo de Bélgica, que ella, la emperatriz de México, había tenido un desliz con un militar de grado menor y que, además, esperaba un niño de esa relación prohibida?
En uno de los primeros días lluviosos de mayo de 1866, Maximiliano y Carlota, sostuvieron una conversación que jamás hubieran llegado a imaginar. En el salón comedor del Castillo de
Chapultepec, al mediodía. La emperatriz despidió al servicio para que no hubiera testigos de la discusión que empezaba a encenderse... Claro que Maximiliano aceptó, fuera de sí, el haber embarazado a Concepción Sedano, sólo que ése era un privilegio reservado a los hombres, tal y como el padre de Carlota y su propio hermano Leopoldo habían tenido hijos fuera del matrimonio! ¡Sí y qué Carlota, a ver, sí y qué...! Pero una mujer que se hace o se deja embarazar por alguien que no es su marido, y más si ella pertenece a una de las altas casas reales de Europa, se convierte, por lo menos, en una casquivana, en una perdida, en una disoluta acreedora a los peores calificativos...
-¿No reconocerás a mi hijo?
-¡No insistas, no! -tronó Maximiliano.
-¿No podrá vivir conmigo aquí en Chapultepec?
-Jamás le daré abrigo a un bastardo en mis dominios.
-Entonces debes ayudarme, ya como viejos amigos, a salir decorosamente de este doloroso entuerto. Te lo pido en nombre de nuestra amistad, que es lo único que podría quedar entre nosotros.
-Tú dirás...
-He ideado un plan para salir airosa de esta coyuntura, una vez conocida tu posición, que ya no voy a discutir.
Sin dejarse interrumpir, la emperatriz de México, recargada a un
lado del ventanal que inundaba de aire puro el comedor real, expuso su deseo de viajar a Europa con el pretexto político de tratar de convencer a Napoleón III y al propio Papa del daño que ocasionaría al imperio mexicano si los soldados franceses que lo sostenían fueran repatriados. Le explicaría que Juárez fusilaría a Maximiliano de llegar a echarle la mano encima. Ella, Carlota, adoptaría el papel de embajadora ante la emperatriz Eugenia para inducirla a cumplir su palabra, a influir para que se mantuviera el apoyo militar con el ánimo de evitar que los indios se los comieran vivos, tal y como lo había previsto la reina de Inglaterra cuando habían ido a despedirse de ella.
-Antes que tú lo supieras o lo adivinaras, mientras hacías el amor con tu india o te acostabas con Bombelles, me era cada vez más claro que estábamos perdidos -adujo en tono doctoral la emperatriz, sin derramar una lágrima- ambos sabemos ahora toda la verdad y advertimos el futuro que nos espera. Sé que todo es una farsa. Sé que Napoleón III difícilmente me recibirá,
como no ignoro la resistencia del Papa, sólo que mi plan no persigue esos fines ya perdidos de antemano, sino buscar un pretexto aceptable para salir de México, es más, para huir de
México.... Cúbrerne y protégeme como amigos. No reconozcas,
está bien, la paternidad de mi hijo ni ante la corte austriaca ni ante la belga ni ante ninguna otra, sólo acepta que voy como tu embajadora a tratar de convencerlos, dame al menos esa salida que ambos sabemos es falsa.
-Bien, ¿Y cómo disimularás tu embarazo? Tu hijo nacerá en enero de 1867, según dices.
-Es correcto. Sólo que al llegar a Europa tengo otro pretexto, éste para esconderme de los curiosos y de las miradas inoportunas.
-¿Cuál pretexto?
-Fingiré estar perdidamente loca para que me recluyan por lo pronto en un departamento privado de la corte austriaca, y al nacer el niño en Miramar seré trasladada sola a Bélgica en
donde mi hermano me ayudará a educar a mi hijo en cualquier país europeo.
-¿Te harás la loca?
-Así es, fingiré demencia, me ocultarán y nadie podrá verme
-¿Prefieres pasar a la historia como loca antes que como... ?
-Te estoy pidiendo un salvoconducto para rescatar lo que quede de mi dignidad. ¿Quieres que te diga cómo pasarás tú a la historia si yo abro la boca...? Bastante cargo con abandonar el imperio mexicano, ir a hacer el papel de idiota con Napoleón
III y con el Papa, además y por si fuera poco, embarazada, y para rematar fingiendo una demencia que no tengo. ¿Te das cuenta de que se acabó mi vida?
-¿Te das cuenta también de que se acabó la mía? Yo ya no tengo otra opción salvo la de abdicar al trono. Si me quedo sin las tropas francesas, Juárez me colgará de cualquiera de las ramas de estos ahuehuetes del bosque de Chapultepec. De modo que te seguiré en cualquier momento con toda mi indignidad a cuestas para vivir de la caridad en Viena porque no tengo ningún título que me represente el menor ingreso.
-No puedes rendirte de esa manera, Max, sé emperador hasta el final. Demuestra tu sentido del
honor, recuerda que eres un Habsburgo.
-Mi madre, Sofía, y Francisco José -aclaró como otro amigo de la emperatriz- me han prohibido que abdique: ambos prefieren verme muerto antes que verme vil.
-Y tienen razón -acotó de inmediato Carlota-, hay mucho que defender, hay mucho por qué luchar...
EPÍLOGO (El autor escribe como tal):
[...]Carlota zarpó rumbo a Europa porque no quería saber del hijo de su marido, el emperador, que abriría por primera vez los ojos en agosto de 1866, ni tampoco deseaba dar a luz a su propio vástago en tierras mexicanas, por lo que Maxime Weygand nacería en Miramar el 21 de enero de 1867, por más que haya sido registrado en Bélgica en ese mismo año. Deben subrayarse con doble línea negra las frecuentes náuseas que sufrió Carlota durante la larga travesía de Vera cruz a Saint-Nazaire, así como los vómitos recurrentes padecidos durante su
paseo en coche en los Alpes y las Dolomitas...
...Durante sus conversaciones con Napoleón III, la emperatriz hizo todo lo posible por mostrarse esquiva y demente. Ejecutó a la perfección el plan, exhibiendo tan enormes como desconocidas facultades histriónicas que Napoleón III y su mujer, Eugenia, se convencieron de la locura precoz de aquella princesa belga que tan bien los había impresionado en su momento.
El Papa recibió, contra su voluntad, a la emperatriz Carlota, quien de forma intencional se quemó las manos al introducirlas en un caldero ardiente, para el espasmo y horror del Sumo Pontífice... Con virtud y paciencia apostólica, Su Santidad compartió el desayuno con una criatura ciertamente extraña, la única mujer que había pasado la noche en la Capilla Sixtina, después de haberse improvisado un dormitorio para ayudarla a superar sus escalofriantes miedos...
Después de haber fracasado en el intento de convencer a Napoleón III y al Papa de sus afanes políticos y diplomáticos, se dirigió a la corte austriaca, de donde surgió la noticia, como un reguero de pólvora, de que Carlota, la emperatriz mexicana, esposa de Maximiliano de Habsburgo, había caído en demencia y necesitaba ser recluida para recibir el adecuado tratamiento médico. ¿El diagnóstico clínico? Carlota «padece una psicosis maniaco-depresiva caracterizada por frecuentes ataques de paranoia y esquizofrenia en las que se alterna con euforia y melancolía» ¿Se prestó el doctor Louis Laussedat a una simulación? ¿Se habrá inclinado ante la razón de Estado? ¿Era un familiar de la corte de Bélgica? Quizá menos de lo que algunos han afirmado. Parece, efectivamente, que ese médico francés atendía a numerosos miembros de la alta sociedad de
Bruselas, y era bastante cercano a la corte. Su sobrino, el doctor Henri Laussedat, fue llamado a presentar sus cuidados a Leopoldo II al final de su vida.
Maxime Weygand, el hijo de Carlota, fue registrado como de padres desconocidos. A nadie escapó el notable parecido entre Maxime Weygand y Alfred Van der Smissen... El niño fue educado por un tutor llamado David de León Cohen, quien más tarde lo hizo reconocer civilmente por su contador, un francés complaciente llamado Francois Joseph Weygand;
reconocimiento que permitió al joven oficial, que entró en Saint-Cyr a título de extranjero, ser nombrado sin dificultad subteniente en la caballería francesa. En lo que hace a Weygand, éste llegó a ser jefe del Estado Mayor de Francia en la Primera Guerra Mundial y
posteriormente ministro de Defensa, además de mariscal de Francia, miembro de la Academia y prologuista del libro "
L'Empire Oublié. La aventura mexicana."
Otro detalle impresionante: Una señora muy vieja sabía por el ingeniero de Broeu, entonces de ochenta y cinco años, e hijo de un médico de la emperatriz Carlota, que «cuando Weygand permanecía en Bruselas, iba a Bouchout (residencia de la emperatriz) ya veces cenaba con el propio barón Auguste Goffinet». Ésta es una confidencia hecha a Albert Duchesne por el conde Robert Capelle, entonces secretario de Leopoldo II. Pero Weygand no respondió y tampoco asistió al sepelio de la
emperatriz, aunque se haya afirmado lo contrario.
En suma, no fue la locura sino su embarazo lo que la obligó a esconderse en el castillo de Miramar, que después de todo se había construido con su dinero, con la herencia de su padre,
Leopoldo 1 de Bélgica. Y si no, ¿por qué no fue encerrada en un manicomio? ¿No constituía al menos una temeridad o una irresponsabilidad perrnanecer solitaria en un castillo, como si no
pudiera atentar contra su propia vida o contra la de las personas que supuestamente la rodeaban?
Pero llama todavía más la atención el hecho de que, loca y solitaria, se le permitiera conservar el manejo de su fortuna, de la que formaba parte -sólo parte- ¡Un tercio del Congo
Belga! Se sabe que «durante los sesenta años de demencia, cada semestre, cuando el administrador de sus bienes se aparecía para rendirle cuentas, Carlota aparentaba sumergirse
en el examen de los números que aquel le presentaba y que ella entendía muy bien», pero ¿Será que sólo aparentaba sumergirse o que en efecto se sumergía en esos números, en ese mar
de números que para 1887 le revelaban la posesión de 29 millones de francos? Lo cierto es que «en un balance posterior, hecho en 1909, su capital era de más de 53 millones de francos. Carlota era una de las mujeres más ricas del mundo».
Con mucha, con sobrada razón, «por la comarca -de Miramar- llegó a correr el rumor de que Carlota estaba en su sano juicio y que todo aquello de la locura era una historia inventada... »
Resulta particularmente curioso que en la misma medida en que Carlota adquiere conciencia de su estado de gravidez, aumenta significativamente su supuesta locura, al extremo de que ésta se manifiesta con sorprendente agresividad a partir del momento en que desembarca en Europa después de un mes aproximado de travesía trasatlántica. Antes de viajar, escasamente se distinguen señales de demencia mientras todavía se encuentra en México. ¿Enloquece durante las semanas de navegación? No puede ser el caso: Carlota se expresa con la debida claridad ante Napoleón III y ante el Papa, hilvana sus razonamientos,
los cuales presenta de manera espléndidamente articulada y vertebrada, salvo las ocurrencias de advertir las intenciones de envenenarla o su decisión de quemarse las manos en un caldero
u otras extravagancias que convencieron al emperador y al vicario de Roma de las perturbaciones mentales que sufría la emperatriz. ¿Loca la que arguye con gran talento e información? ¿Loca la que multiplica su fortuna en el corto plazo? ¿Loca la que no es encerrada en un hospital para enfermos mentales sobre la base de que había perdido totalmente la conciencia? ¿No constituía una auténtica crueldad recluir en un centra hospitalario a una persona en pleno uso de razón? Si al fin y al cabo no se percataba de cuanto acontecía en su entorno, ¿por qué no recluirla entonces, por su seguridad y por la de terceros, en un centro de rehabilitación?... aparentar una dolencia para ser apartada de la sociedad, resultó un plan perfectamente urdido por una mujer dueña de una inteligencia superior a la media común.
Maximiliano fue fusilado por Benito Juárez en junio de 1867 en el Cerro de las Campanas. La autopsia no reveló rastro alguno de sífilis ni de ninguna otra enfermedad que le hubiera impedido fecundar a alguna mujer. Los rumores han pretendido hacer pensar que Maximiliano era sifilítico e impotente. Sin embargo, no hay pruebas: los médicos que lo trataron previamente en Austria y en México, los doctores austriacos Jelek, Semeleder, Bash, Bohuslavek y el famoso médico mexicano Lucio nunca lo confirmaron. Si en la autopsia o el embalsamamiento los médicos republicanos Rivadeneyra y Licea hubieran encontrado trazos de dichas enfermedades, no hubieran tenido motivos para silenciarlo.
Julián Sedano y Leguísamo, el hijo de Maximiliano, murió fusilado durante la Primera Guerra Mundial, acusado de conspirar con los alemanes en contra de los franceses... En la Enciclopedia de los Municipios de México, en la parte correspondiente al estado de Morelos, sección «Personajes», encontramos el siguiente registro:
«Julián Sedano y Leguísamo (1866-1914). Nació el 30 de agosto, hijo de Concepción Sedano Leguísamo y de Maximiliano de Austria. Fusilado en París.»»
El autor da una bibliografía extensísima del capítulo referente a Maximiliano y Carlota. En caso de que les interese, me dicen y la pongo aquí. Obviamente, también me encantaría conocer su opinión. Con respecto a los datos aportados por Sara Sefchovich, son menos concisos que éstos, pero retrata hermosamente cómo fue la vida de ambos en México y por eso resulta muy interesante. Como dije arriba, lo postearé mañana si me es posible, lo mismo fotos que tomé en el Castillo de Chapultepec y el Cerro de las Campanas donde fue fusilado Maximilano en una visita reciente Oh! Y perdón por la extensión.
La historia de Maximiliano y Carlota me ha apasionado desde niña. Aunque en la escuela los pintan como los invasores malos, usurpadores y falso gobierno, después de leer otras fuentes lejanas de los libros escolares, es evidente que no fue un gobierno falso, sino que ejerció actos de gobierno válidos. Hay 2 libros principalmente en los que me baso: "
La suerte de la consorte"
, de Sara Sefchovich, donde retrata no sólo a Carlota, sino a todas las esposas o compañeras de los gobernantes de México. Y el segundo libro es "
Arrebatos Carnales"
de Francisco Martín Moreno. Del segundo acabo de leer que en hilo de Maximiliano, expusieron su teoría, de que Carlota estaba embarazada del coronel Alfred Van der Smissen, que fingió su locura para salir bien librada del asunto, con consentimiento de su esposo.
Voy a poner algunos fragmentos de ambos libros, sobre los rumores y polémicas surgidas alrededor de Carlota y Maximiliano. Primero del libro de Martín Moreno (está escrito en primera persona, como si fuera Bombelles el que relata la historia) y posteriormente el de Sefchovich, sólo que éste último lo pongo mañana, pues el de ahora es bastante largo:
"
Cuando el matrimonio entre Maxi y Carlota era relativamente tierno, la pareja recibió un segundo golpe demoledor del que nunca pudo recuperarse. Se estrellaron abruptamente contra un muro. Ella abortó a su primer hijo en condiciones desastrosas. El futuro heredero de la casa Habsburgo y de la belga fue tirado a los basureros reales envuelto en paños ensangrentados. El epitafio grabado sobre la fría lápida sin nombre, sin lugar ni fecha, dice así:
Yace aquí quien no pecó ni jamás pudo pecar
le llamó a Jesús muriendo y no se pudo salvar.
le llamó a Jesús muriendo y no se pudo salvar.
¡Claro que Maximiliano podía engendrar un hijo: nada de que las paperas sufridas en sus años de niño, convertidas en orquitis, lo habían dejado estéril ni que fuera impotente de nacimiento o que hubiera contraído sífilis en uno de sus viajes o en sus orgías! ¡Falso! Embustes y más embustes... Más tarde te contaré detalles de su paternidad. Todo lo demás fueron inventos de sus enemigos, la mayor parte de su propia familia sanguínea, la austriaca, y del clero mexicano, resentido porque no derogó las leyes juaristas ni accedió incondicionalmente a sus peticiones políticas, que le hubieran permitido recuperar los bienes y privilegios perdidos durante la guerra de Reforma, el verdadero objetivo que se había propuesto la Iglesia católica al invitar a Maximiliano a venir a gobernar México apoyado por el ejército francés, en aquellos años uno de los más poderosos del mundo...
[...]La carencia de recursos y la imposibilidad de concretar pactos hicieron gradualmente inhabitable el Castillo de Chapultepec y obligaron a Maximiliano a derramar la vista por la magnífica provincia mexicana, la que se dispuso a descubrir y visitar nombrando nada menos que regente del imperio a la emperatriz Carlota, para el caso de sus ausencias breves o
indefinidas. Carlota empezó a tomar en sus manos la jefatura del Estado sin contar con el apoyo de su marido, a quien ya no se encontraba atrás del regio escritorio imperial, ni mucho menos en la cama, que ambos no compartían hacía años...
El emperador empezó a quedarse entonces quince días en México y otros tantos en Cuernavaca, en donde nos deleitábamos pasando las noches abrazados, desnudos, sin estar cubiertos por sábana alguna y con las ventanas abiertas para disfrutar el cálido clima mexicano, los suaves aromas del campo y sus jardines inolvidables... Injusto sería si no subrayara yo los detalles con los que Concepción, Concepción Sedano, la hija del encargado de los jardines Borda, alegraba nuestra mesa al cubrirla de las más diversas flores... Pues bien, yo empecé a ver el rostro atento del emperador cuando Concepción, Conchita Sedano, nos preparaba unos huevos rancheros, con pedazos de jitomate y mucha salsa picante... Yo percibía con la debida claridad cómo Maxi se sentía atraído por aquella mujer, aparentemente extraída de la selva, como si se tratara de hacerse de un trofeo de caza, la cabeza o el cuerpo disecado de una fiera que le hubiera gustado poseer. Carlota nunca reaccionó a sus caricias y, bien lo sabía él, nunca reaccionaría. Asunto concluido. Enterrado. Sólo que Conchita Sedano le despertaba una fiebre, la del conquistador, la de la autoridad colonial que puede hacer lo que le plazca con las bellezas
indígenas como si fueran de su propiedad y estuvieran resignadas a cumplir los caprichos que fueran y cuando fueran, a la hora que fueran de sus amos, dueños absolutos de sus vidas... Las relaciones entre el emperador y Concepción Sedano se estrecharon con el paso del tiempo...
[...]A principios de la primavera de 1866, intuyendo que Maximiliano pasaría largas horas en el lecho con aborígenes mexicanos o con mulatas, en lugar de hacerse cargo de sus elevadas responsabilidades imperiales;
observando con horror cómo se incumplía el convenio de Miramar, a través del
cual Maximiliano se había comprometido con Napoleón III a pagar puntualmente el sostenimiento al ejército intervencionista francés con fondos del menguado y eternamente quebrado tesoro mexicano, el hecho de que había concluido hacía casi un año la guerra de Secesión en Estados Unidos y que el presidente Andrew Johnson le había recordado al emperador francés los términos de la Doctrina Monroe, en el entendido
amenazador de que el significado de "
América para los americanos"
lo impondría por la fuerza si Francia no se retiraba de México en un término perentorio... Carlota empezó a recibir cada vez con más frecuencia las visitas recurrentes de Alfred Van der Smissen, comandante de su guardia personal, el hombre
enviado por su padre, el rey Leopoldo de Bélgica, para ver, en todo caso, por su integridad física.
Ella (Carlota) y sólo ella le había prohibido a Maximiliano renunciar a pesar de la realidad, de las presiones, de las perspectivas de perecer arrollados por los juaristas apoyados por la Casa Blanca. Según ella, la abdicación era una fórmula vergonzosa:
-Abdicar -concluyó la emperatriz- sólo significa para un soberano la consumación de su derrota. Eso está bien para ancianos o débiles mentales, pero no para un príncipe de treinta y cuatro años, lleno de vida y de perspectiva en el porvenir.
[...]Carlota supo que estaba embarazada en mayo de 1866 y supo también, lo sabía, imposible negarlo, que el hijo no era del emperador, que éste jamás reconocería a un bastardo como su heredero ni lo presentaría como tal ante la corte austriaca. ¿Cómo acreditarlo ante su hermano Francisco José y ante Sofía, su madre, ante la aristocracia europea, como su descendiente
real, a sabiendas de que era el producto de una escaramuza de su mujer? ¡Imposible! Maximiliano tampoco desearía tener en el Castillo de Chapultepec a un vástago de Carlota que no llevaba su sangre. ¡Mantengan fuera de mi vista al bastardo! Ni en México ni en Austria se abriría el menor espacio para el pequeño Van der Smissen: ¡Ni pensarlo! ¿Cómo explicarle a su hermano, el rey Leopoldo de Bélgica, que ella, la emperatriz de México, había tenido un desliz con un militar de grado menor y que, además, esperaba un niño de esa relación prohibida?
En uno de los primeros días lluviosos de mayo de 1866, Maximiliano y Carlota, sostuvieron una conversación que jamás hubieran llegado a imaginar. En el salón comedor del Castillo de
Chapultepec, al mediodía. La emperatriz despidió al servicio para que no hubiera testigos de la discusión que empezaba a encenderse... Claro que Maximiliano aceptó, fuera de sí, el haber embarazado a Concepción Sedano, sólo que ése era un privilegio reservado a los hombres, tal y como el padre de Carlota y su propio hermano Leopoldo habían tenido hijos fuera del matrimonio! ¡Sí y qué Carlota, a ver, sí y qué...! Pero una mujer que se hace o se deja embarazar por alguien que no es su marido, y más si ella pertenece a una de las altas casas reales de Europa, se convierte, por lo menos, en una casquivana, en una perdida, en una disoluta acreedora a los peores calificativos...
-¿No reconocerás a mi hijo?
-¡No insistas, no! -tronó Maximiliano.
-¿No podrá vivir conmigo aquí en Chapultepec?
-Jamás le daré abrigo a un bastardo en mis dominios.
-Entonces debes ayudarme, ya como viejos amigos, a salir decorosamente de este doloroso entuerto. Te lo pido en nombre de nuestra amistad, que es lo único que podría quedar entre nosotros.
-Tú dirás...
-He ideado un plan para salir airosa de esta coyuntura, una vez conocida tu posición, que ya no voy a discutir.
Sin dejarse interrumpir, la emperatriz de México, recargada a un
lado del ventanal que inundaba de aire puro el comedor real, expuso su deseo de viajar a Europa con el pretexto político de tratar de convencer a Napoleón III y al propio Papa del daño que ocasionaría al imperio mexicano si los soldados franceses que lo sostenían fueran repatriados. Le explicaría que Juárez fusilaría a Maximiliano de llegar a echarle la mano encima. Ella, Carlota, adoptaría el papel de embajadora ante la emperatriz Eugenia para inducirla a cumplir su palabra, a influir para que se mantuviera el apoyo militar con el ánimo de evitar que los indios se los comieran vivos, tal y como lo había previsto la reina de Inglaterra cuando habían ido a despedirse de ella.
-Antes que tú lo supieras o lo adivinaras, mientras hacías el amor con tu india o te acostabas con Bombelles, me era cada vez más claro que estábamos perdidos -adujo en tono doctoral la emperatriz, sin derramar una lágrima- ambos sabemos ahora toda la verdad y advertimos el futuro que nos espera. Sé que todo es una farsa. Sé que Napoleón III difícilmente me recibirá,
como no ignoro la resistencia del Papa, sólo que mi plan no persigue esos fines ya perdidos de antemano, sino buscar un pretexto aceptable para salir de México, es más, para huir de
México.... Cúbrerne y protégeme como amigos. No reconozcas,
está bien, la paternidad de mi hijo ni ante la corte austriaca ni ante la belga ni ante ninguna otra, sólo acepta que voy como tu embajadora a tratar de convencerlos, dame al menos esa salida que ambos sabemos es falsa.
-Bien, ¿Y cómo disimularás tu embarazo? Tu hijo nacerá en enero de 1867, según dices.
-Es correcto. Sólo que al llegar a Europa tengo otro pretexto, éste para esconderme de los curiosos y de las miradas inoportunas.
-¿Cuál pretexto?
-Fingiré estar perdidamente loca para que me recluyan por lo pronto en un departamento privado de la corte austriaca, y al nacer el niño en Miramar seré trasladada sola a Bélgica en
donde mi hermano me ayudará a educar a mi hijo en cualquier país europeo.
-¿Te harás la loca?
-Así es, fingiré demencia, me ocultarán y nadie podrá verme
-¿Prefieres pasar a la historia como loca antes que como... ?
-Te estoy pidiendo un salvoconducto para rescatar lo que quede de mi dignidad. ¿Quieres que te diga cómo pasarás tú a la historia si yo abro la boca...? Bastante cargo con abandonar el imperio mexicano, ir a hacer el papel de idiota con Napoleón
III y con el Papa, además y por si fuera poco, embarazada, y para rematar fingiendo una demencia que no tengo. ¿Te das cuenta de que se acabó mi vida?
-¿Te das cuenta también de que se acabó la mía? Yo ya no tengo otra opción salvo la de abdicar al trono. Si me quedo sin las tropas francesas, Juárez me colgará de cualquiera de las ramas de estos ahuehuetes del bosque de Chapultepec. De modo que te seguiré en cualquier momento con toda mi indignidad a cuestas para vivir de la caridad en Viena porque no tengo ningún título que me represente el menor ingreso.
-No puedes rendirte de esa manera, Max, sé emperador hasta el final. Demuestra tu sentido del
honor, recuerda que eres un Habsburgo.
-Mi madre, Sofía, y Francisco José -aclaró como otro amigo de la emperatriz- me han prohibido que abdique: ambos prefieren verme muerto antes que verme vil.
-Y tienen razón -acotó de inmediato Carlota-, hay mucho que defender, hay mucho por qué luchar...
EPÍLOGO (El autor escribe como tal):
[...]Carlota zarpó rumbo a Europa porque no quería saber del hijo de su marido, el emperador, que abriría por primera vez los ojos en agosto de 1866, ni tampoco deseaba dar a luz a su propio vástago en tierras mexicanas, por lo que Maxime Weygand nacería en Miramar el 21 de enero de 1867, por más que haya sido registrado en Bélgica en ese mismo año. Deben subrayarse con doble línea negra las frecuentes náuseas que sufrió Carlota durante la larga travesía de Vera cruz a Saint-Nazaire, así como los vómitos recurrentes padecidos durante su
paseo en coche en los Alpes y las Dolomitas...
...Durante sus conversaciones con Napoleón III, la emperatriz hizo todo lo posible por mostrarse esquiva y demente. Ejecutó a la perfección el plan, exhibiendo tan enormes como desconocidas facultades histriónicas que Napoleón III y su mujer, Eugenia, se convencieron de la locura precoz de aquella princesa belga que tan bien los había impresionado en su momento.
El Papa recibió, contra su voluntad, a la emperatriz Carlota, quien de forma intencional se quemó las manos al introducirlas en un caldero ardiente, para el espasmo y horror del Sumo Pontífice... Con virtud y paciencia apostólica, Su Santidad compartió el desayuno con una criatura ciertamente extraña, la única mujer que había pasado la noche en la Capilla Sixtina, después de haberse improvisado un dormitorio para ayudarla a superar sus escalofriantes miedos...
Después de haber fracasado en el intento de convencer a Napoleón III y al Papa de sus afanes políticos y diplomáticos, se dirigió a la corte austriaca, de donde surgió la noticia, como un reguero de pólvora, de que Carlota, la emperatriz mexicana, esposa de Maximiliano de Habsburgo, había caído en demencia y necesitaba ser recluida para recibir el adecuado tratamiento médico. ¿El diagnóstico clínico? Carlota «padece una psicosis maniaco-depresiva caracterizada por frecuentes ataques de paranoia y esquizofrenia en las que se alterna con euforia y melancolía» ¿Se prestó el doctor Louis Laussedat a una simulación? ¿Se habrá inclinado ante la razón de Estado? ¿Era un familiar de la corte de Bélgica? Quizá menos de lo que algunos han afirmado. Parece, efectivamente, que ese médico francés atendía a numerosos miembros de la alta sociedad de
Bruselas, y era bastante cercano a la corte. Su sobrino, el doctor Henri Laussedat, fue llamado a presentar sus cuidados a Leopoldo II al final de su vida.
Maxime Weygand, el hijo de Carlota, fue registrado como de padres desconocidos. A nadie escapó el notable parecido entre Maxime Weygand y Alfred Van der Smissen... El niño fue educado por un tutor llamado David de León Cohen, quien más tarde lo hizo reconocer civilmente por su contador, un francés complaciente llamado Francois Joseph Weygand;
reconocimiento que permitió al joven oficial, que entró en Saint-Cyr a título de extranjero, ser nombrado sin dificultad subteniente en la caballería francesa. En lo que hace a Weygand, éste llegó a ser jefe del Estado Mayor de Francia en la Primera Guerra Mundial y
posteriormente ministro de Defensa, además de mariscal de Francia, miembro de la Academia y prologuista del libro "
L'Empire Oublié. La aventura mexicana."
Otro detalle impresionante: Una señora muy vieja sabía por el ingeniero de Broeu, entonces de ochenta y cinco años, e hijo de un médico de la emperatriz Carlota, que «cuando Weygand permanecía en Bruselas, iba a Bouchout (residencia de la emperatriz) ya veces cenaba con el propio barón Auguste Goffinet». Ésta es una confidencia hecha a Albert Duchesne por el conde Robert Capelle, entonces secretario de Leopoldo II. Pero Weygand no respondió y tampoco asistió al sepelio de la
emperatriz, aunque se haya afirmado lo contrario.
En suma, no fue la locura sino su embarazo lo que la obligó a esconderse en el castillo de Miramar, que después de todo se había construido con su dinero, con la herencia de su padre,
Leopoldo 1 de Bélgica. Y si no, ¿por qué no fue encerrada en un manicomio? ¿No constituía al menos una temeridad o una irresponsabilidad perrnanecer solitaria en un castillo, como si no
pudiera atentar contra su propia vida o contra la de las personas que supuestamente la rodeaban?
Pero llama todavía más la atención el hecho de que, loca y solitaria, se le permitiera conservar el manejo de su fortuna, de la que formaba parte -sólo parte- ¡Un tercio del Congo
Belga! Se sabe que «durante los sesenta años de demencia, cada semestre, cuando el administrador de sus bienes se aparecía para rendirle cuentas, Carlota aparentaba sumergirse
en el examen de los números que aquel le presentaba y que ella entendía muy bien», pero ¿Será que sólo aparentaba sumergirse o que en efecto se sumergía en esos números, en ese mar
de números que para 1887 le revelaban la posesión de 29 millones de francos? Lo cierto es que «en un balance posterior, hecho en 1909, su capital era de más de 53 millones de francos. Carlota era una de las mujeres más ricas del mundo».
Con mucha, con sobrada razón, «por la comarca -de Miramar- llegó a correr el rumor de que Carlota estaba en su sano juicio y que todo aquello de la locura era una historia inventada... »
Resulta particularmente curioso que en la misma medida en que Carlota adquiere conciencia de su estado de gravidez, aumenta significativamente su supuesta locura, al extremo de que ésta se manifiesta con sorprendente agresividad a partir del momento en que desembarca en Europa después de un mes aproximado de travesía trasatlántica. Antes de viajar, escasamente se distinguen señales de demencia mientras todavía se encuentra en México. ¿Enloquece durante las semanas de navegación? No puede ser el caso: Carlota se expresa con la debida claridad ante Napoleón III y ante el Papa, hilvana sus razonamientos,
los cuales presenta de manera espléndidamente articulada y vertebrada, salvo las ocurrencias de advertir las intenciones de envenenarla o su decisión de quemarse las manos en un caldero
u otras extravagancias que convencieron al emperador y al vicario de Roma de las perturbaciones mentales que sufría la emperatriz. ¿Loca la que arguye con gran talento e información? ¿Loca la que multiplica su fortuna en el corto plazo? ¿Loca la que no es encerrada en un hospital para enfermos mentales sobre la base de que había perdido totalmente la conciencia? ¿No constituía una auténtica crueldad recluir en un centra hospitalario a una persona en pleno uso de razón? Si al fin y al cabo no se percataba de cuanto acontecía en su entorno, ¿por qué no recluirla entonces, por su seguridad y por la de terceros, en un centro de rehabilitación?... aparentar una dolencia para ser apartada de la sociedad, resultó un plan perfectamente urdido por una mujer dueña de una inteligencia superior a la media común.
Maximiliano fue fusilado por Benito Juárez en junio de 1867 en el Cerro de las Campanas. La autopsia no reveló rastro alguno de sífilis ni de ninguna otra enfermedad que le hubiera impedido fecundar a alguna mujer. Los rumores han pretendido hacer pensar que Maximiliano era sifilítico e impotente. Sin embargo, no hay pruebas: los médicos que lo trataron previamente en Austria y en México, los doctores austriacos Jelek, Semeleder, Bash, Bohuslavek y el famoso médico mexicano Lucio nunca lo confirmaron. Si en la autopsia o el embalsamamiento los médicos republicanos Rivadeneyra y Licea hubieran encontrado trazos de dichas enfermedades, no hubieran tenido motivos para silenciarlo.
Julián Sedano y Leguísamo, el hijo de Maximiliano, murió fusilado durante la Primera Guerra Mundial, acusado de conspirar con los alemanes en contra de los franceses... En la Enciclopedia de los Municipios de México, en la parte correspondiente al estado de Morelos, sección «Personajes», encontramos el siguiente registro:
«Julián Sedano y Leguísamo (1866-1914). Nació el 30 de agosto, hijo de Concepción Sedano Leguísamo y de Maximiliano de Austria. Fusilado en París.»»
El autor da una bibliografía extensísima del capítulo referente a Maximiliano y Carlota. En caso de que les interese, me dicen y la pongo aquí. Obviamente, también me encantaría conocer su opinión. Con respecto a los datos aportados por Sara Sefchovich, son menos concisos que éstos, pero retrata hermosamente cómo fue la vida de ambos en México y por eso resulta muy interesante. Como dije arriba, lo postearé mañana si me es posible, lo mismo fotos que tomé en el Castillo de Chapultepec y el Cerro de las Campanas donde fue fusilado Maximilano en una visita reciente Oh! Y perdón por la extensión.
nestagirl- Mensajes : 2
Fecha de inscripción : 30/04/2012
Re: Carlota, emperatriz de México
A ver si me aclaro, Nestagirl: Nunca he creído que Maximiliano fuera quedara infértil
a causa de una enfermedad infantil, ni que fuera impotente, ni que fuera sifilítico.
¿Pero ahora resulta que era gay? ¡Eso sí que jamás lo había oído!
a causa de una enfermedad infantil, ni que fuera impotente, ni que fuera sifilítico.
¿Pero ahora resulta que era gay? ¡Eso sí que jamás lo había oído!
glorisabel- Su Alteza Imperial
- Mensajes : 8253
Fecha de inscripción : 07/06/2008
Localización : San Juan, Puerto Rico
Re: Carlota, emperatriz de México
glorisabel escribió:A ver si me aclaro, Nestagirl: Nunca he creído que Maximiliano fuera quedara infértil
a causa de una enfermedad infantil, ni que fuera impotente, ni que fuera sifilítico.
¿Pero ahora resulta que era gay? ¡Eso sí que jamás lo había oído!
Según los relatos, no exactamente gay, sino bisexual. Si es verdad (y yo pienso que lo es) creo que era de esas personas que no se privaron de nada en este mundo
Oh y mañana ahora sí pondré los párrafos del otro libro, donde también hablan de la bisexualidad de Maximiliano. No lo hago ahora porque no he terminado la transcripción
nestagirl- Mensajes : 2
Fecha de inscripción : 30/04/2012
Re: Carlota, emperatriz de México
Martin Moreno es un buen escritor de novela historica, lo cual quiere decir que se toma muchas libertades al escribir sus relatos, aderezandolos con uns buena dosis de erotismo ,que en ocasiones de plano cruza la sutil linea que lo separa de ser un mero relato porno, por aquello de que el morbo vende bien, pero la realidad es que hasta ahora no hay ni una sola fuente digna de ser confiable que de fe de el hecho de la maternidad de Carlota,asi como tampoco lo hay acerca de la impotencia ni sifilis de Max. En suma no es un libro que aporte datos dignos de ser tomados en serio , hay autores que han estudiado archivos y fuentes que aportan datos muy interesantes para los apasionados de las vidad de esta infortunada pareja.y,-
alexandra- Su Alteza Serenísima
- Mensajes : 408
Fecha de inscripción : 23/10/2008
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