Vidas de reinas y princesas del pasado
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Dom Ago 10, 2008 5:23 am
El verano de 1789 destacó toda la incomprensión de Maria Antonieta ante la Revolución.
Mientras que la Asamblea General, que sesionaba sin descanso, echó por tierra en pocas semanas todo el sistema administrativo y social del antiguo régimen, Maria Antonieta, que conservaba su completo dominio sobre el rey, creía que sólo bastaba resistir con la fuerza para recuperar las riendas del poder.
Por eso Luís XVI, sin rechazar abiertamente, demoro, por medio de ciertas maniobras dilatorias, en aprobar la ejecución de las voluntades de la Asamblea: no ratificó las decisiones que se habían tomado la noche del 4 de agosto y preparó secretamente la llegada de algunos regimientos fieles que rodearon Versalles y pusieron fin a las actividades de los diputados.
A principios de octubre de 1789, presidió imprudentemente un banquete en honor de los oficiales del regimiento de Flandes, y con esto ofreció el pretexto tan buscado para la revuelta que convirtió a la realeza prisionera del populacho de Paris.
La Fayette
El día 5 de Octubre, La Fayette, que en vano trataba de detener la muchedumbre de Paris, se vio obligado a marchar sobre Versalles;
el pueblo deseaba que el rey abdicara y La Fayette fuera el regente. La Fayette pensaba que su acción personal contendría a los revoltosos y de este modo podía salvar a la familia real.
Cuando llegó al palacio de Versalles la noche del 5 al 6 de octubre, lo encontró asaltado por una multitud rugiente.
Penetró a los departamentos reales donde lo trataron desdeñosamente de Cromwell. A esa misma hora, Mirabeau, que comprendía el peligro, suplicaba a la Asamblea que sostuviera al rey. Este hizo una tardía concesión, aceptando firmar los decretos, que durante dos meses había rehusado sancionar.
Esta satisfacción que dio a los diputados pasó inadvertida para los amotinados;
permanecieron la noche junto al vivac para dar el asalto a la madrugada.
Maria Antonieta despertó sobresaltada en el momento que uno de sus guardias ensangrentado abría la puerta para gritar:
¡Salven a la reina!
La soberana se encontraba frente a frente con la Revolución;
las puertas del palacio habían sido forzadas por una jauría ávida de carne humana.
La desgraciada huyó a medio vestir por una puerta disimulada, y con mucha dificultad logró reunirse con el rey por un pasaje secreto.
La muchedumbre exasperada reclamaba la presencia de la reina en los balcones. Heroicamente se mostró ante el populacho, creyendo que de un momento a otro la matarían de un balazo.
La Fayette salvó la situación;
salió al balcón junto a la reina y ante la multitud que pedía a gritos la muerte de sus soberanos, besó galantemente la mano de Maria Antonieta.
Este gesto apaciguo el ambiente. Los revoltosos que habían ido a Versalles para masacrar se contentaron con exigir el regreso de la familia real a Paris.
Mientras se organizaba apresuradamente la partida, este hacia decidir a la Asamblea constituyente, que siendo inseparable del soberano, en adelante sesionaría en Paris.
En la noche del 6 de octubre, todo estaba consumado. La familia real y la Asamblea, instaladas en la capital, se convertían en prisioneros virtuales del pueblo parisiense.
Solo La Fayette y Mireabeau conservaban bastante autoridad para permanecer como árbitros de la situación. La Monarquía se habría salvado si ambos hubieran unido sus fuerzas.
Desgraciadamente estos dos hombres se odiaban, y lo mas grave aun, era que la familia real detestaba tanto a uno como al otro.
Aun cuando La Fayette consiguió que el duque de Orleáns fuera desterrado a Londres, Maria Antonieta no se confió en el comandante de la Guardia Nacional.
Felipe Igualdad
Y Mirabeau, que deseaba llegar hasta los primeros cargos, creyó que ya había llegado el momento de colmar sus anhelos.
Mirabeau y Maria Antonieta
Desde las jornadas de octubre de 1789 hasta el mes de abril de 1791, Mirabeau se convirtió en al figura principal, desempeñando un doble papel en el escenario de la Asamblea y entre los bastidores de la Corte.
El 15 de octubre el tribuno propuso a la corona un plan de salvación. Como no aceptaron su ofrecimiento, trató en vano de subyugar a la Asamblea para que lo nombraran Primer Ministro. En respuesta a esta maniobra, los diputados votaron la incompatibilidad de las funciones de diputado y de Ministro.
Mirabeau no vio otra solución que convertirse en un Primer Ministro oculto. Por sus repetidos ataques contra la realeza en la tribuna, se hizo tan temible, que Maria Antonieta creyó que era necesario neutralizarlo comprándolo.
“Felizmente para él, dijo con mucha ironía La Fayette, M. de Mirabeau sólo traicionó respecto a sus convicciones”
En el mes de mayo de 1790, el rey pagó las deudas de Mirabeau, y el tribuno se comprometió para salvar todo lo que aun pudiera ser librado;
por medio de informes semanales advertiría a la Corte sobre el camino que les convendría seguir.
Esta idea era excelente, pero a consecuencias de la influencia de la reina no se siguió. Al subvencionar a Mirabeau, la corona entendía que únicamente se trataba de neutralizar;
no pensaba emplearlo como guía.
Este trágico malentendido, que duró más de un año, dio para que la situación se envenenara de una manera irremediable, y cuando la reina lo comprendió, ya Mirabeau había muerto.
Los primeros informes redactados en mayo y junio de 1790 habían retenido la atención de la reina porque atacaban a La Fayette, “el ciudadano con quien menos puede contar el rey”.
Mirabeau había sabido halagar a la reina con frases que se han hecho celebres:
“El rey solo cuenta con un hombre: su mujer. Para ella hay solo una seguridad, es el restablecimiento d la autoridad real. Creo que no desearía vivir sin su corona;
pero de lo que estoy bien seguro es que no podrá conservar su vida si pierde la corona”.
Maria Antonieta y Mirabeau
Emocionada por estos acentos, Maria Antonieta aceptó recibir en secreto a Mirabeau. La entrevista tuvo lugar en el castillo de Saint Cloud, el 3 de julio de 1790. Sus detalles nos e conocen a ciencia cierta. Al final de la conversación la reina dio la mano al tribuno: este la besó diciendo:
Madame la Monarquía se salvará.
Después de ese encuentro, decía Mirabeau:
Es tan grande, tan noble y tan desgraciada. La salvaré. Nada podrá detenerme;
prefiero morir antes que faltar a mí promesa.
En realidad, en sus informes semanales, el tribuno trazaba un plan para salvar la Monarquía el que se conoce en la historia con el nombre de “Nota cuarenta y siete”
Pero para disimular sus secretas actividades, Mirabeau se vio obligado a dar ciertas seguridades a la Asamblea y sostener unas ideas tan avanzadas, que la reina jamás pudo creer en la sinceridad de su consejero.
Como consecuencia de esta desconfianza, el plan de Mirabeau no recibió jamás orden de ejecución, fuera de una idea que había seducido enormemente a la reina, o sea, la huida hacia la frontera del este, lo que representaba a Maria Antonieta la esperanza de una connivencia con su Austria natal.
François Claude de Bouillé
En febrero de 1791 se puso en contacto con el marqués de Bouillé, comandante del sector de Metz, y este aprobó por completo los planes que se le sometieron.
Mientras tanto, Mirabeau, cuya salud se había gastado prematuramente a consecuencia de una vida muy agitada y los excesos de libertinaje, se desplomó súbitamente.
Sus últimas palabras llegaron hasta el corazón de la reina:
“Llevo conmigo el duelo de la Monarquía, dijo el tribuno moribundo, sus despojos serán el botín de los facciosos”.
Barnave
Y con una intuición sorprendente, designó como sucesor suyo a Barnave, cuando el avisaron que este acudió para imponerse de su salud., Barnave es un árbol joven que pronto será el mástil de una nave.
¿Quién habría sido capaz de predecir que la única parte del plan elaborado por Mirabeau iba a permitir al joven diputado delfines reemplazar al representante de Aix, cuyo destino súbitamente interrumpido dejó a la Monarquía en tan grave peligro?
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
druxa Dom Ago 10, 2008 6:42 pm
felicidades compatriota. ;
)
druxa- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Miér Ago 13, 2008 4:46 am
De todo lo que había planeado Mirabeau para salvar la monarquía, sólo se realizó el proyecto de fuga. El ejecutante fue un gentilhombre sueco, el conde de Fersen, a quien el rumor público señalaba como amante de la reina.
Las peripecias de este viaje, interrumpido en Varennes, son muy conocidas;
la ligereza de la reina fue una de las causas fatales que hicieron fracasar esta empresa;
el resto se debió a la indolencia del rey. Detuvieron a la familia real por iniciativa de La Fayette, quien creía que la ausencia del soberano produciría una anarquía sin precedentes en al historia de Francia.
Cuando se supo la detención de la familia real, la asamblea, por instigación de La Fayette, envió a 3 diputados al encuentro de la berlina que regresaba llevando a Paris al rey y a su familia. Estas 3 personas, que debían ocuparse de la seguridad del regreso, eran: el realista Latour Maubourg, el republicano Pétion, y un constitucional, Barnave.
Esta elección tuvo enormes consecuencias: Latour Mauburg hizo subir en el carruaje a sus dos asesores con la esperanza que esta toma de contacto fuera benéfica para los soberanos cautivos. El aristócrata había pensado acertadamente: Pétion se enamoró de madame Elisabeth;
en cuanto a Barnave, emocionado con la dignidad y el infortunio de la reina, se juró salvarla, aun cuando se jugara su cabeza.
Casi inmediatamente se le presentó a Barnave la ocasión de actuar. La asamblea había suspendido los poderes reales y en ese momento se discutía si seria conveniente enjuiciar a Luís XVI.
El 13 de julio, Barnave osó decir en la tribuna:
Ustedes llegan hasta ponerse delirantes de furor porque el hombre-rey ha cometido una falta, ¿entonces ustedes se prosternarían a sus pies como esclavos si hubiese halagado vuestros gustos?, y vean bien el peligro que encierra tal disposición, porque la nación francesa, ya lo saben ustedes, ama mejor que lo que sabe odiar.
La elocuencia de Barnave, el mejor orador de la Constituyente, desde que había muerto Mirabeau, hizo un gran efecto, tanto mas que el orador demostró que era la única garantía de las libertades que habían conquistado.
Barnave
De modo que Luís XVI fue restablecido en sus poderes y por iniciativa de Barnave decidieron revisar la Constitución para reforzar el poder ejecutivo.
Como estas decisiones provocaron un levantamiento, La Fayette no vaciló en ordenar la marcha de la Guardia Nacional contra los revoltosos;
el 17 de julio murieron 50 personas y mas de mil resultaron heridos con el fuego de fusilería que estalló espontáneamente en el Campo de Marte cuando la muchedumbre respondió a las advertencias que se le hicieron por vías regulares, lanzando lluvias de piedras.
La Fayette detuvo la masacre, pero habían recibido la lección: bastaba un poco de energía para encausar el torrente;
ésta era la opinión de Maria Antonieta.
Por eso la reina consintió en recibir a Barnave y escuchar sus consejos.
Bajo su influencia, Luís XVI consintió en prestar juramento de la constitución en 1791. Barnave no podía formar parte de la Legislativa, porque así lo disponía la ley electoral;
pero en compensación, podía permanecer como el consejero secreto de la Corona. Retirado al Delfinado la mayor parte del tiempo, generalmente daba sus opiniones por correspondencia. Los soberanos seguían sus consejos y Luís XVI rehusó su sanción a los decretos que condenaban a los emigrados y a los sacerdotes refractarios, cuando el mismo Dumouriez, convertido en Primer Ministro, aseguraba que bastaba la anulación del veto real para asegurar el restablecimiento del orden.
Dumouriez
Como se ve, Barnave supo inspirar confianza a la reina, pero parece que sus consejos no fueron tan pertinentes como los de Mirabeau.
Desgraciadamente si el descubriendo póstumo de las cartas de Mirabeau a la reina le costó a éste el destierro del Panteón, Barnave pagó con su cabeza su valor y su abnegación: internado en Fort-Barraux desde el 29 de agosto de 1792, fue trasladado a Paris el 28 de noviembre de 1793 y guillotinado seis semanas después de la soberana, a la que había sacrificado todo.
Maria Antonieta y La Fayette
Cuando Barnave pagaba su fidelidad con su cabeza, La Fayette, que había desertado, estaba enterrado vivo en las prisiones austriacas.
Allí podría meditar tristemente sobre la incomprensión de una reina a quien había deseado salvar con tanto ahínco y que durante la Asamblea Legislativa había perdido voluntariamente dos ocasiones que pudieron ser decisivas.
Ya hemos visto cuantas veces desde 1789 hasta 1791 La Fayette salvó situaciones al parecer irreparables, con su sola presencia. Alcanzó la cúspide de su popularidad en la Fiesta de la Federación, el 14 de julio de 1790. Ese día dio la impresión que dominaba de tal suerte a todos los otros políticos, que la reina, inquieta sin razón, había multiplicado los medios para abatir al hombre que le era totalmente abnegado.
Fiesta de la Federación
Cuando la Legislativa entró en funciones, el poder de la Fayette sufrió un rudo golpe. La energía que había demostrado en al revuelta del Campo de Marte inquietó vivamente a los republicanos;
vieron en La Fayette, si no un posible dictador, por lo menos a un general susceptible de llegar a un pronunciamiento.
Como sus poderes como comandante de la Guardia Nacional se habían visto disminuidos, La Fayette, que no podía ser diputado, pensó en afirmar su situación tratando de conseguir el nombramiento de alcalde de Paris.
La elección debía efectuarse el 14 de noviembre de 1791. Maria Antonieta lo tomó como asunto personal y dio libre curso a sus rencores. Hizo que los votos de los realistas recayeran sobre un comisario que los había acompañado a su regreso de Varennes, el mediocre Pétion.
Pétion
Como consecuencia de esa absurda maniobra, Manuel fue elegido procurador de la Comuna, y Danton substituto. La misma reina colocó en su sitio a aquellos mismos que mas tarde la hicieron sucumbir.
La Fayette, profundamente apenado por esta incomprensión, pidió que lo reincorporaran al servicio activo y muy pronto recibió el comando en jefe del ejército del Norte.
Porque se aproximaba la guerra. La reina no solo impulsaba a su sobrino Francisco II, sino que le escribía continuamente, y el carácter de su correspondencia fue considerado como una traición a los ojos de los patriotas.
Los primeros desastres que sufrieron al comenzar las hostilidades, el rechazo de Luís XVI para firmar los decretos contra los emigrados y los sacerdotes refractarios, provocaron el 20 de junio de 1792 la invasión del populacho a las Tullerias.
Asalto a las Tullerias
La Fayette, que desde su puesto de comandante en jefe había enviado muchos consejos de prudencia a la reina, ya no vaciló. A pesar de los riesgos de la operación, salió del cuartel general y fue clandestinamente a Paris con la intención de salvar a la realeza, aun a pesar de ella, si era posible.
Retornando a la aristocracia, donde había nacido, el antiguo comandante de la Guardia Nacional pidió que la legislativa lo escuchara en una sesión.
Fue admitido el 28 de junio de 1792. Era un importante discurso, pidió que se persiguiese a los promotores de los desordenes y pintó la indignación que estos desmanes provocaban en el ejercito.
Contrariamente a lo que hubiera temido, la asamblea lo escuchó con atención y muy luego con simpatía. Las sugerencias preconizadas por el general obtuvieron una inmensa mayoría de votos. Seguro de haber reconquistado su popularidad, La Fayette se sintió lo suficientemente dueño de la situación como para intentar un golpe de estado militar.
La Fayette
Muy satisfecho de las perspectivas que se abrían ante él, se dirigió a las Tullerias. La acogida fue fría;
la reina se mostró hostil.
Cuando salió el visitante, Maria Antonieta dijo en alta voz.
¡Ya veo que M La Fayette desea salvarnos! ¿Pero quien nos librará de él?
Sobreponiéndose a sus rencores, La Fayette llevó a cabo su proyecto, aun cuando se jugaba la cabeza. Convocó a una revista a las divisiones fieles de la Guaria Nacional, estaba decidido a ponerse al frente de ellos y cerrar el club de los Jacobinos y, si era necesario, disolvería la Legislativa por medio de la fuerza.
Maria Antonieta, impuesta de este proyecto, hizo prevenir a Pétion. Inmediatamente el alcalde de Paris hizo dar las contraordenes necesarias. Para que no lo detuvieran, La Fayette tuvo que abandonar precipitadamente Paris.
Con este último error, la reina selló su propio destino. Menos de cuatro semanas más tarde, la revuelta del 10 de agosto provocaba la caída del trono. Por no haber querido comprender la Revolución, Maria Antonieta iba a ser su victima.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Sáb Ago 16, 2008 8:31 pm
Por una singular coincidencia en el año 1770, menos de 2 meses después de que Maria Antonieta se despidió de su patria, un sueco de 15 años salía de Estocolmo para hacer un largo viaje de estudios a través de Europa: era el conde Hans Axel de Fersen, hijo del feldmariscal y senador y de Hedwige Catherine de la Gardie. Su padre, propietario de numerosos dominios y castillos de Suecia, había servido en Francia durante 13 años, al frente del regimiento Royal Suédois (Real Sueco)
Después de visitar Alemania, Suiza e Italia, Axel llegó a Paris en noviembre de 1773. Todas sus impresiones las anotó en su “Diario”, que es un documento de gran valor informativo, y que está donde su pariente, la baronesa de Klinckowström, en el castillo de Stavsünd. Medio estudiante, medio hombre de sociedad, lo invitaban a los salones mas distinguidos, recibía, salía todas las noches, iba de la Opera a los Italianos, poseía coche y lacayos. Le agradaba vestirse bien y con elegancia.
Stavsünd
Frío y distante, quizás por timidez, Fersen llamaba la atención por sus modales discretos y su distinción. Desprovisto de toda impulsividad, llevaba una vida lujosa y brillante, lo recibían los reyes y los príncipes, pero conservaba su modestia innata.
Las damas de la sociedad sólo pedían caer en sus brazos;
las aceptaba, siempre que fueran bonitas;
las apreciaba dentro de lo que valían, si eran bellas;
pero él no se entregaba. Quizás si, inconscientemente, se reservaba para el gran y único amor de su vida…
Un encuentro turbador
El 30 de enero de 1774, se encontraba Maria Antonieta en el baile de la Opera luciendo dominó y antifaz, cuando apareció Axel de Fersen, sin máscara. Alto, delgado, muy apuesto con su traje de una perfecta elegancia (lo había mandado a hacer esa misma mañana, exigiendo que se lo entregaran en la tarde), con el rostro de facciones regulares y serias, ojos melancólicos, escondidos tras las cejas muy pobladas, el sueco de 19 años no tenia nada de un pisaverde, y a primera vista se adivinaba en él al hombre acostumbrado a los ejercicios físicos.
Fersen
¿Reconoció la delfina a Fersen, ya que habría sido presentado al rey el 1 de enero, y de que habría bailado en la Corte el 10? ¿Su cuñado el conde de Artois u otro cualquiera del grupito le diría que era el sueco por el que enloquecían las damas de la nobleza? ¿O sencillamente la delfina lo encontró simpático y apuesto? Se ignora. En todo caso, ella avanzó hacia él con su andar etéreo, le habló diciéndole algunas frases alegres.
Fersen adivinó que se trataba de una mujer de mundo, elegante y bonita. Lleno de curiosidad respondió a la traviesa, esforzándose por mostrarse espiritual. Ella se rió;
hablaba con voz clara, bien timbrada, con la seducción de un ligero acento extranjero (¿Qué quizás lo simularía?). Fersen deseaba en vano adivinar quien era ésta linda mascara;
sólo veía sus ojos celestes de pervinca, del color azul claro de los lagos suecos al amanecer. A sus preguntas el dominó respondía riéndose;
a sus cumplidos con bromas. Pero se acercaron varias damas, rodearon a la desconocida y la arrastraron, con gran decepción de Fersen. Y estupefacto, oyó que en torno a él murmuraban: “¡La delfina!”…
Así fue como se conocieron Maria Antonieta y el conde sueco. Encuentro singular: ese dominó que aparecía y huía, ¿seria el símbolo de la felicidad que sonrió a Fersen en un principio y después se esfumó, pero cuyo recuerdo lo embargó hasta su muerte?
Después de una estada en Londres, Fersen regresó a Suecia. Se compartía entre sus deberes de oficial, de cortesano, de hijo y de brillaba en los torneos de Gustavo III, el mejor director de su siglo, organizaba en Gripsholm y en Uriksdal. Se exhibia en los espectáculos de la corte, vestido de pastor, de jockey, de gigante, y también como domador de osos. Al fin del verano de 1778, Axel, que tenia veintitrés años, regresó a Paris. Se instaló cómodamente y vivía con cierto lujo. Gastaba más de mil libras al mes, tanto, que su padre, que era muy ordenado se asustó.
Gustavo III
De Creutz, ministro de Suecia en Paris, lo presentó a Luís XVI y a Maria Antonieta. “¡Ah, es un antiguo amigo!”, dijo la reina, que no se había olvidado del baile de mascaras de 1774. En adelante, Maria Antonieta invitó con frecuencia al joven sueco a su mesa de juego. Escribió a su padre: “…Es las mas linda y la mas amable de las princesas que he conocido”. “¿La mas amable?”, es decir, ¿la mas digna de ser amada?...
El conde, a quien los suecos llamaban “der larga Fersen”, y los franceses “el apuesto Fersen”, frecuentaba los círculos íntimos de la reina con su compañero el conde Stedingt;
lo invitaban a las veladas del Trianon y a las fiestas que ofrecían en honor a Maria Antonieta las princesas de Lamballe y de Polignac. Los cortesanos comentaban su éxito con la reina;
decían que Maria Antonieta se dedicaba a él con mucha frecuencia;
que lo miraba con insistencia y que había cantado con lágrimas en los ojos el cuplé de Dido:
¡Ay, cuan bien inspirada estuve cuando lo invité a la corte…
Pronto los rumores degeneraron en calumnias, los comentarios en pérfidas insinuaciones;
el nombre del conde sueco figuró en la lista de amantes de la reina, quien en realidad no tenía ninguno. Fersen lo supo.
Como estaba enamorado de Maria Antonieta y no deseaba comprometerla, Axel tomó la resolución más valiente: se alistó en el cuerpo expedicionario que apoyó los Estados de Norteamérica en la guerra de la independencia contra Inglaterra. Partió en el mes de marzo de 1780, como edecán del general Rochambeau, y sólo volvió a Paris cuando terminó la guerra en 1783, se había distinguido mucho, tanto que Rochambeau le escribió a Luís XVI: “El conde de Fersen es un oficial en cuyo talento puedo confiar muy a menudo”.
Rochambeau
Fersen de 28 años se instaló en una casa de la calle Matignon, y veía con frecuencia a la reina. No deseando molestar a su padre, dio algunos pasos con ánimo de casarse con Mlle Lyell, y después con Mlle Necker, hija de un banquero genovés, ambas ricas herederas. Pero escribió a su hermana, la condesa Sofía Piper, el 31 de julio de 1783: “No puedo pertenecer a la única persona que amo, la única que me quiere de veras. De modo que prefiero seguir como estoy…”. Nombrado Comandante propietario del regimiento Royal Suédois (Real Sueco), que estaba sirviendo en Francia, y teniente coronel de la caballería ligera del rey de Suecia, acompañó a Gustavo III en un viaje que hizo a Italia y después a Francia, en agosto de 1784;
regresó a Paris, en agosto de 1785. Hizo paseos con la reina;
pertenecía a su círculo de amigos.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Dom Ago 17, 2008 10:32 pm
1789: ¡año crucial! Las escenas se sucedían: Luchas en los Estados Generales, muerte del primer delfín, toma de la bastilla, marcha de las mujeres de Paris sobre Versalles, revuelta del 5–6 de octubre y regreso forzado de la familia real a Paris. La reina pudo oír las injurias más atroces y amenazas de muerte. Fersen le escribió a su hermana: “La reina es muy desgraciada, pero tan valiente. Es un ángel de bondad… Trato de consolarla lo mejor que puedo. Se lo debo: ¡es tan perfecta conmigo!”
Fersen
A fines de diciembre pasó un día entero con ella y con otros parientes de la corte: “Juzga mi alegría, le contaba a Sofía. Sólo tú puedes comprenderla”.
1790: La situación se agravaba en Francia;
la insurrección abarcó hasta el ejército, que se disgregó. Se rebelaron las tropas, masacrando a los oficiales. Fersen fue el hombre de confianza de, los soberanos de Francia y de Suecia, el agente de enlace entre ambas cortes.
1791: Fersen cifra y descifra los mensajes en clave entre Estocolmo y Paris, redacta notas y consejos, transmite órdenes, envía informes a Gustavo III y a su ministro Taube. De acuerdo con Maria Antonieta, prepara la huida de la familia real, cuya situación no cesa de empeorar. El general marqués de Bouillé, gobernador y comandante de las tropas de los Tríos-Evêchés, de Alsacia y del Franco Condado, que estaba en el complot, envió a su hijo donde el rey para estudiar los planes de evasión. El rey Luís XVI lo mandó donde Fersen: “Sus Majestades desean que en adelante se entienda con M. Fersen, quien tiene todas las instrucciones”, escribió más tarde el joven de Bouillé. Fersen se multiplicaba: se procuró de pasaportes falsos, encargó y ensayó un coche, contrató guardias y cocheros, compró caballos provisiones. Se arruinaba tratando de salvar a la familia real: gastó 10.000 libras de su bolsillo. Pidió prestado a sus amigos 600.000 libras, y envió un millón de asignados 8papel moneda usado durante la Revolución) al marques de Bouillé, que pedía “la mayor cantidad posible de dinero”, bajo un nombre falso, envueltos en tafetán. Axel de Fersen se jugaba la vida, porque a la menor sospecha procederían a arrestarlo y a ejecutarlo.
Su “Diario” nos informa sobre sus actividades durante los últimos días: Jueves 16 de junio, Estuve donde la reina a las 9:30 horas;
yo mismo transporté sus efectos personales;
nadie sospecha nada;
tampoco en la ciudad.
Sábado 18 de junio. He estado donde la reina desde las 2:30 hasta las 6 horas.
Domingo 19 de junio. Donde el rey. Llevé 800 libras y los sellos. Me quedé en el castillo desde las 11 horas hasta la medianoche.
Escape de las Tullerias
La huida de Varennes
Por fin el 20 de junio de 1791 todo quedó listo para la huida. Pero era preciso salir del castillo de las Tullerias, lo que no era tan fácil: cada puerta, cada salida, estaban vigiladas;
el palacio era una vasta celda guardada por seiscientos hombres. Disfrazado de cochero, envuelto en una capa, Fersen sacó a los dos hijos de Francia. Después de muchas peripecias, la familia real se encontró en el hotel de la duquesa de la Vallière, atravesó la barrera Saint Martín en un coche manejado por el conde y subió a la berlina que los aguardaba en el camino con todas las luces apagadas. En Bondy fue preciso separarse, por orden de Luís XVI. Efectivamente, ya el 29 de mayo Fersen le había escrito al marqués de Bouillé: “El rey no ha permitido que los acompañe en el viaje…” El duque de Levis da en sus “Memorias” la explicación siguiente: “Bajo muchos aspectos no convenía que M. Fersen se hiciera cargo en esta ocasión de un puesto que pertenecía a un gran señor francés”.
Drouet
Acompañada por 3 guardias disfrazados, la berlina tomó la ruta de Chalons, mientras que M. Fersen se dirigía hacia el norte. Gracias a su “Diario”, nos hemos impuesto de algunos detalles de la partida de Paris:
20 de junio: Nos pusimos de acuerdo inmediatamente, etc., que si los detenían, era preciso que me trasladara a Bruselas y tratara de conseguir, etc. Al despedirme el rey me dijo: “Señor de Fersen, suceda lo que suceda, jamás olvidaré todo lo que ha hecho por nosotros”. A las 10:15 horas estaba en el patio de los príncipes;
a las 11:15 horas saqué a los niños sin dificultad. La Fayette pasó dos veces. A las 11:45 horas, Mme Elisabeth, después el rey, enseguida la reina. Partimos a medianoche, llegando hasta la berlina estacionada en la barrera Saint Martín. A las 1.30 horas, en Bondy, tomé la diligencia…” Provista de pasaportes falsos, la reina viajaba con el nombre de baronesa Corp., con sus dos hijos, una institutriz, su intendente Durand (Luís XVI) Y TRES SIRVIENTES. El cabriolet que llevaba a las camareras precedía al coche, Encantado, Luís XVI dijo a uno de los guardias: “Me parece que este viaje se hará sin incidentes”. Pero en Saint Menehould lo reconoció el hijo del dueño de postas Drouet, que saltando a un caballo fue a dar el aviso a Varennes, cuando ya sólo faltaban dieciséis leguas para llegar a la frontera. Cerraron el puente, tocaron la campana de alarma, detuvieron los dos coches y sacaron los arneses de los caballos. Donde el almacenero Sauce, al rey le fue imposible ocultar su identidad. Acudieron los guardias nacionales desde las aldeas vecinas y los húsares pactaron con el populacho. Al día siguiente por la mañana, bajo las amenazas de la multitud que gritaba: “¡A Paris! ¡A Paris o los fusilamos!”, la familia real subió a la berlina que los llevó de nuevo a la capital.
La reina llevando a un lado al duque de Choiseul, le preguntó en voz baja, descubriendo así su amor:
¿Cree usted que se ha salvado M de Fersen?
La separación
Volvamos a Fersen en el momento de la separación, en la noche del 20 al 21 de junio. “El rey lo besó con cálida efusión y le dio las gracias con una bondad conmovedora”, cuenta Moustier, uno de los guardias de corps disfrazados. Fersen vio alejarse con pena la berlina que llevaba a Luís XVI, a la reina adorada y sus dos hijos. Al trote de seis caballos, el carruaje se perdió en la noche clara y apacible. El pañuelo blanco de Maria Antonieta se agitó por la portezuela y fue disminuyendo rápidamente, hasta convertirse en un punto apenas perceptible. El coche desapareció. Sólo se oían a lo lejos el trote de los caballos y el chasquido del látigo;
después, el campo quedó en silencio. Fersen permaneció largo rato de pie, sin sombrero, inmóvil buscando con la mirada la carroza que se desvaneció y el pañuelito invisible. Estaba solo, y las lágrimas corrían por sus mejillas.
Al día siguiente llegó a Lens sin dificultad: el 28 estaba en Arlon, donde encontró al marqués de Boullié, que lo impuso de la catástrofe. Fersen anotó en su “Diario”.
“24 de junio: Una tristeza infinita… ¡Desesperado porque han detenido al rey!...”
Gracias a su sangre fría y a su valor, había conseguido sacar a la familia real de las Tullerias, lo que era la parte más difícil de su plan. Era muy posible que si Luís XVI hubiese aceptado que él los acompañase como cochero o como guardia, Fersen habría apurado a los caballos, evitando las imprudencias del rey y salvando a los fugitivos.
Después de la huida de Varennes, Fersen y Maria Antonieta se separaron;
la reina y su familia eran casi prisioneros. Fersen que estaba en Bruselas, no renunciaba a la lucha. Era el centro por donde pasaban todos los hilos de la madeja que se tejían entre Paris y las diversas capitales, pero que cada vez estaba más enmarañada.
Una loca empresa
Maria Antonieta ya no se hacia ilusiones respecto a su destino. Consiguió hacer llegar un mensaje a Fersen:
“La tranquilidad está pendiente de un hilo;
no hay seguridad en Paris”.
Y a la duquesa de Polignac:
“Nos vigilan como a criminales”.
Fersen sólo veía una solución: Luís XVI tenía que escaparse, atravesar la frontera para discutir de igual a igual con los otros soberanos y reducir a silencio a sus hermanos partidarios. Pero conocía el carácter irresoluto del rey;
para conseguir que tomara una decisión era preciso conversar largo rato con él y la correspondencia en clave era lenta, incierta y peligrosa. ¡Entonces Fersen decidió dirigirse a Paris! Así, en plena Revolución, el conde sueco, autor principal de la tentativa de
Fuga fracasada en Varennes, un extranjero proscrito y bajo orden de ser arrestado, a quien conocían los cortesanos y los servidores de la familia real, pretendió entrar a las Tullerias, que estaban bajo una constante vigilancia. ¡Era una locura! Pero a pesar de todo, Fersen insistió, con la esperanza de salvar a la que amaba.
Fersen
El 11 de febrero de 1792, acompañado por uno de sus oficiales más fieles, Reuterswerd, salió de Bruselas en una silla de posta. Irreconocible bajo una gran peluca, con un nombre falso, se hizo pasar por correo y llevó las cartas y un mensaje para Luís XVI, de parte de Gustavo III, en un sobre que se suponía que estaba dirigido a la reina de Portugal… Dos días más tarde, llegó a Paris a las 5:30 de la tarde. Tres horas más tarde estaba con la reina, con quien tuvo una larga conferencia. Se escondió en el palacio y al día siguiente vio al rey. Luís XVI lo escuchó, pero rehusó escapar, “porque estaba muy vigilado”. El 21 a medianoche, aprovechando las fiestas del carnaval y acompañado por Reuterswerd, Fersen salió de Paris y llegó a Bruselas el 24. Había visto a la reina por última vez. El 21 de enero de 1793, guillotinaron a Luís XVI. Y Maria Antonieta fue ejecutada el 16 de octubre.
El pesar de Fersen, que había seguido con angustia, los acontecimientos que se desarrollaban en Francia, fue indescriptible: el puntero de su vida se detuvo el 16 de octubre…
Sin embargo, el solitario había vuelto a Estocolmo donde lo abrumaban de honores. Fue nombrado embajador y jefe de la delegación sueca en el congreso de Rastatt (1796), donde fue muy mal recibido por Bonaparte. Mas tarde fue nombrado canciller de la Universidad de Upsala, miembro de la Orden de Serafines, teniente general, gran mariscal del reino.
Sofía Piper
En 1809 nombraron príncipe heredero al príncipe danés Carlos Augusto. De pronto, el 28 de mayo de 1810, murió. El conde de Fersen y su hermana, la condesa Sofía Piper, fueron acusados de haberlo envenenado. Durante los funerales del príncipe, que tuvieron lugar en Estocolmo, el populacho arrancó de su carroza al gran mariscal Axel de Fersen y lo masacraron del modo más salvaje. Sus últimas palabras fueron:
“¡Oh Dios mío! ¡Te ruego por mis verdugos, a quienes perdono!”
Esto sucedió el 20 de junio de 1810, día del aniversario de la huida de Varennes, que tuvo lugar el 20 de junio de 1791. Fersen llevaba una tabaquera de oro decorada con la miniatura de Maria Antonieta.
Carlos Augusto príncipe de la corona de Suecia
Un gran amor
Después de haber estudiado durante muchos años en Suecia los archivos oficiales y privados, los documentos, la correspondencia;
después de haber reconstituido minuciosamente la vida de la reina de Francia y del conde sueco, se ha llegado a al convicción de que no fueron amantes, a pesar de ciertas suposiciones. Después de Varennes, cuando se separaron posiblemente para siempre, Maria Antonieta no ocultó sus sentimientos. A pesar de la vigilancia de que era objeto, el 11 de agosto envió esta conmovedora carta al conde Esterhazy:
“Si usted le escribe (a Fersen), dígale que a muchas leguas de distancia y a través de muchos países, no pueden separarse dos corazones;
cada día mas me penetro mas de esta verdad”.
El 5 de septiembre envió a Esterhazy un anillo para su amigo. Le dijo: “Hágalo llegar a sus manos a nombre mío;
es justo para su dedo. Antes de enviarlo, lo he usado dos días. Dígale que va de parte mía;
no sé donde se encuentra;
es un suplicio espantoso no tener ninguna noticia y ni siquiera saber donde viven los seres que amamos”.
Templo del amor en Versalles
Como si este anillo no fuera suficiente, le envió desde su prisión un sello con esta divisa, la que, según decía ella, jamás había sido tan cierta: “Tutto a te me guida”. (Todo me lleva hacia ti).
Y le escribió también: “¡Adiós al mas amante y al mas amado de los hombres!” En cuanto a Fersen, este gentilhombre le dedicó a Maria Antonieta un amor tan respetuoso, hecho de admiración, de devoción, de agradecimiento. Según su propia expresión, era “un amor sagrado”. Sus actos lo probaron: renunció por ella a los altos cargos de la diplomacia;
por ella arriesgó muchas veces su vida. ¡Y la habría dado mil veces, sin vacilar, para salvar a la reina de Francia!
Después que la amada desapareció, sólo vivió en el pasado;
evocaba los días felices;
lloraba en los aniversarios tristes o trágicos, y desgranaba las horas del pasado, fecha por fecha. El mismo dijo.
Siempre está presente en mi memoria, y la lloraré toda mi vida… Jamás se borrará de mi corazón su imagen adorada.
Así se amaron Maria Antonieta y Axel de Fersen, hasta la muerte y mas allá: “Usque ad mortem et ultra”.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Miér Ago 20, 2008 5:51 am
La tragedia del Temple comenzó el 13 de agosto de 1792, en el momento en que la berlina real, arrastrada únicamente por dos caballos, salió del convento de Feuillants. Eran las 6 de la tarde. Pesaba sobre Paris un calor tórrido que no tardó en cambiarse en tormenta. En el coche se amontonaban la familia real, la princesa de Lamballe, Mme de Tourzel, Pauline su hija, Manuel procurador de la Comuna, el municipal Colonge y Petion. Tomaron por los bulevares. Agrupados al borde de la acera, un populacho enfurecido y amenazante blasfemaba injuriando. A las 7 de la tarde el coche entró en el recinto del Temple, situado en Saint Antoine, no lejos del sitio donde antes se levantaba la Bastilla.
En uno de los ángulos del recinto se encontraba la residencia que llamaban “el Palacio del Gran-Prior”. Allí se dirigía la familia real. Los aguardaba una cena fría, dispuesta por la Comuna. Los guisos eran de buena calidad, pero el servicio muy lento. Si no hubiera sido por la presencia de los municipales en medio de la sala y los cantos obscenos de los marselleses que estaban en el patio y en los jardines, habrían creído que se encontraban en los días tan cercanos y sin embargo distantes de Versalles y las Tullerias.
Cuando terminó la cena, Maria Antonieta se levantó, acompañada de la princesa de Lamballe, se dedicó a distribuir su nueva residencia. Su mirada se empañó a la vista de estos lugares donde no hacia mucho tiempo había asistido a fiestas tan brillantes, suntuosas recepciones…
¡Que decepción! ¿Se habría imaginado que no era la mansión del Gran Prior lo que le estaba reservada, sino el horrible torreón cuya masa inmensa y negra se perfilaba en el cielo de agosto?
La torre del Temple, de más de 50 metros de altura, se compone de un cuerpo enorme y vetusto que muestra en sus cuatro ángulos unas torrecillas apenas bajas. En su parte más delgada, las murallas tenían 3 metros de espesor. En el centro, y unidas por escaleras de caracol, cuatro grandes salas abovedadas. En ese momento no se trataba de encarcelar a la familia real en alguna de esas salas medievales, con artesonados podridos por la humedad y que eran completamente inhabitables debido a las glaciales corrientes de aire.
Mientras aguardaban que terminaran los trabajos de instalación ordenados por los municipales, Manuel encerró a los prisioneros en los locales reservados para la Conservación;
era el dominio del refinado Barthélémy, que por su parte no tuvo mas remedio que ceder su sitio. Este alojamiento se llamaba “la torrecita” y se comunicaba por otro por uno de sus lados;
ambos edificios se unían por una escalera interior.
Era la 1 de la mañana cuando, guiada por los municipales medio dormidos, Maria Antonieta atravesó el jardin y penetró por primera vez en su vida en la planta baja de la torre, por donde era imprescindible pasar para llegar a las habitaciones ocupadas por Barthélémy. Mientras subía las altas gradas resbalosas de la escalera, pudo escuchar las voces aguardentosas de los centinelas que cantaban con feroz acento de mofa:
“Madame sube a la torre,
no se cuando bajará…”
Su corazón se oprimía al oír este refrán cuya crueldad los soldados no alcanzaban a percibir. Pero su emoción fue más fuerte aún cuando al llegar a los departamentos de Barthélémy encontró al delfín dormido en los brazos de Mme de Tourzel.
Maria Antonieta en el Temple es una nueva página, la segunda del tríptico de su dramático fin;
Maria Antonieta en el Temple era otra mujer. Ya no era reina;
era la madre y la esposa, tal como jamás fuera en otros tiempos. Ya no temía que Luís XVI perdiera su corona;
temía por la vida de su esposo. Ya no le importaba perder sus bienes, sólo pensaba en su amor. Los que la vieron en su vida de cautiva ¿podrían creer que algún día fuera frívola y ligera?
Pero la reina no sólo cambió moralmente;
la transformación de su físico era impresionante. Sin duda, siempre conservó esa nobleza que le era tan característica y que se ve hasta en el último dibujo de David;
pero parecía que el matiz azul de sus ojos, estaba algo velado, mas suave;
el delicado ovalo de su rostro cambió al hundirse sus mejillas bajo sus pómulos. Y era menos deslumbrante la blancura nacarada de su tez que por años había hechizado a toda la Corte. Mantenía su cabeza siempre erguida con esa majestad que se reflejaba en todos sus movimientos, pero se había borrado su altivez, y “el cuello griego” bajo el peso de la desgracia acentuó su curva delicada.
Maria Antonieta envejeció en 12 meses de cautiverio más que durante los 23 años de su reinado. Un cadejo de cabellos plateados reemplazó en su frente el emblema de su difunta realeza.
Porque la prisión del Temple estuvo marcada por cuatro trágicos acontecimientos respecto a la reina: la pérdida de sus amigos, la pérdida del rey, la pérdida del delfín, y, por fin, el fracaso de sus proyectos de evasión. Sobre los tres primeros, que le hirieron en lo más profundo de su corazón, contribuyeron para modificar la idea que los franceses se habían hecho de la reina.
Al abrigo de la fortaleza
Los primeros días se pasaron en “la torrecita” en una relativa calma. Al día siguiente de la encarcelación, reemplazaron el cerrojo que consideraron demasiado débil, por una enorme chapa que llevaron de las prisiones del Châtelet. La reina y Mme Royal ocupaban el primer piso. También estaba con ellas Mme Elisabeth, Mme de Tourzel y su hija, la princesa de Lamballe, Mmes Thibaut, Basire, Saint-Brice, Navarre. En el segundo piso se encontraban el rey y el delfín que lo compartían con los señores de Chamilly y François Hue, sus servidores. Según los relatos de un servidor muy abnegado a la causa real, Cléry, no parece que hayan sido muy desgraciados en los primeros tiempos que pasaron en el Temple.
Hasta cierto punto, la prisión les ofrecía una relativa seguridad después d las angustiosas jornadas del 20 de junio y del 10 de agosto, y las trágicas noches de las Tullerias y de los Feuillants.
Maria Antonieta sentía renacer la esperanza y aun conservaba intacta su fe en el porvenir…
En la noche del 19 al 20 de agosto se presentaron en el Temple dos municipales que tenían orden de llevarse a todas las personas que no formaban parte de la familia “Capeto”. ¿Era posible? ¿Tendrían la crueldad de separar de ellos a esos valientes cortesanos, de quitarles la última oportunidad de servir a sus desgraciados amos, suavizando un poco sus penas? No había nada que hacer. Las órdenes eran formales y no podían resistir. “Por lo menos, pensaba Maria Antonieta, ¡si pudiera conservar a la princesa de Lamballe!”
Y con esta intención dijo mostrando a la princesa:
¡Señores, les ruego que crean que esta persona es de mi familia!
Tiempo perdido para los municipales, la familia real se componía del rey, la reina, Mme Elisabeth, Mme royal y el delfín. Los adioses fueron breves pero muy emocionantes. Ya pueden imaginarse lo que seria para Mme de Tourzel, que estaba tan apegada al delfín, al que había cuidado desde 1789 en calidad de gobernanta y lo quería tiernamente. Con la partida de estas personas que le eran tan adictas comenzó para Maria Antonieta una nueva era de angustias. ¿Qué serie de desgracias para el porvenir presagiaba esta cruel separación? No porque gozaran en el Temple una semblanza de comodidad, de cierta seguridad, podían creerse al abrigo de un nuevo golpe de parte de los municipales. Por otra parte, como para excusar mejor los crímenes cuyo recuerdo jamás se borrará a través de los tiempos, la Comuna rodeó a los prisioneros de cierto bienestar material, y supo mostrarse generosa.
Pocas había salvado la familia real en el momento de la precipitada huida de las Tullerias. La reina llegó al Temple sin más bagaje que el que contenía cuatro camisas, cuatro enaguas, un peinador y algunos corpiños.
Las voluminosas memorias de los proveedores del Temple atestiguan que Maria Antonieta encargó, en los primeros meses de su cautiverio, abrigos de tafetán de Florencia, color “barro de Paris”, centenares de fichus, gorros de lino, zapatos, corpiños para “vestidos-camisa”, zapatillas chinescas y sombreros de castor… Parecía sorprendente. Y la misma generosidad demostró la Comuna para las provisiones de mesa, cuyas minutas eran, a veces más abundantes que las de las Tullerias. La comida se componía de tres sopas, cuatro entradas, seis clases de asado y otros tantos entremeses. Y si para la cena el número de entradas era menor, los asados y los entremeses eran los mismos.
Reclaman a la reina
El 3 de septiembre se encontraban reunidos en la habitación de la reina después de la comida. Mme Elisabeth leia en alta voz un libro interesante. El rey dormitaba. El delfín descansaba su rubia cabeza sobre las rodillas de su madre. La pieza, tapizada en “toile de Jouy” con motivos rosas sobre el fondo gris y sobriamente amoblada, no carecía de elegancia. ¡Eran un cuadro de la vida burguesa, que tanto agradaba a Chardin!
¡Un grito! Subían por la escalera que conducía al departamento de la reina. Apareció Cléry, con los ojos espantados, el rostro demacrado, la peluca despeinada. Entre sollozos quiso decir algo en lo que se mezclaba el nombre de Lamballe, de pica, y de camisa ensangrentada. Maria Antonieta no comprendió bien el motivo de esta interrupción poco cortés. Si Cléry hubiese estado un poco mas sereno, la reina se habría impuesto que esa noche la princesa había sido decapitada en La Force donde la habían conducido los municipales cuando la sacaron del Temple;
que un ebanista del barrio de Saint-Antoine, que era un soldado de la guarnición de Montreuil y un joven tambor del barrio de Halles, ebrios, habían arrastrado el cuerpo de la desgraciada tomándola por las pierna y así habían llegado con sus despojos hasta el Temple;
que otros los precedían llevando su cabeza ensartada en una pica, y también el corazón y sus entrañas;
y que cerraba el cortejo un muchacho de 14 años que mostraba con orgullo sus bigotes fabricados con un cadejo de la cabellera de la princesa.
Cuando llegaron al pie de la torre, todos pidieron que la reina se asomara a una de las ventanas. Como no lo hiciera, Cléry le suplicó que no se acercara y entonces uno de los asesinos comenzó a gritar:
¿No quiere asomarse? ¡Entonces le subiremos la cabeza de su Lamballe para que pueda besarla!
Maria Antonieta sólo escuchó esta última frase de tan innoble reflexión;
palideció de angustia, pero no podía creer que… Al demostrase sorprendida de tanto griterío y agitación avanzó hacia ella un municipal y dijo burlón:
Le traían la cabeza de la Lamballe para que viera como se venga el pueblo de los tiranos.
Pero su voz se apagó en un balbuceo difuso. La reina se había desmayado…
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Sáb Ago 23, 2008 5:24 am
A fines de septiembre se estaban terminando los trabajos en la torre principal. La planta baja y el primer piso lo reservaron para los ocho oficiales municipales, cuatro de los cuales se cambiaban todas las noches, y para el cuerpo de guardia. La Comuna decidió que el rey y el delfín ocuparían el segundo piso, Maria Antonieta, Mme Elisabeth, Mme Royal el tercero. Por fuera, los obreros terminaban un muro de varios metros de altura que debía circundar el torreón.
Los departamentos de Maria Antonieta no estarían listos hasta el 26 de octubre, un mes después de los del rey. La razón de este atraso se debía a que deseaban que los de la reina fueran más confortables: le hicieron instalar una tina, lo que representaba un raro lujo en esa época. Tampoco habían olvidado su afición por la música, y después de la tina, izaron con gran trabajo un clavecín.
La noche del 26 de octubre, Maria Antonieta subió la escalera de caracol de la torre y atravesó las doce ventanillas sucesivas que entre la planta baja y el tercer piso constituían otros tantos obstáculos propios para enfriar en los prisioneros cualquier esperanza de evasión. Por ultimo, en cada descanso de la escalera, dos pesadas puertas con gruesos cerrojos de hierro muy complicados imprimían a la torre su verdadero carácter de prisión.
Cuando entró en su pieza por primera vez, la reina se acercó al clavecín, se sentó en un pequeño taburete y levantando la cubierta de fina marquetería, comenzó a tocar. Cantaba también, pero según cuenta Cléry, sus canciones eran muy tristes…
Después de perder a su amiga mas querida en condiciones tan atroces como las que hemos relatado, Maria Antonieta tuvo que lamentar otra no menos dolorosa: la de Luís. Estaba previsto que la revolución no seguiría siempre por un camino tan fácil;
pero la reina no se imaginaba lo que el aguardaba. El caso del rey había quedado “en suspenso” desde el principio de su encarcelamiento. Este estado de cosas era solamente provisional. Hasta los días decisivos del proceso todo se podía temer y esperarlo todo. En el fondo de si misma, Maria Antonieta creía que se pronunciaría por la pérdida de sus derechos reales, que era la única pena que contemplaba la Constitución.
El viernes 7 de diciembre, Luís XVI le anunció que el proceso comenzaría dentro de cuatro días. El 11 de diciembre, el rey fue llevado a la Convención. A la Comuna del 10 de agosto había reemplazado una municipalidad provisional, muy mal dispuesta hacia la familia Capeto. Los nuevos comisarios dejaban que los guardias se burlaran abiertamente de Maria Antonieta. Las murallas se veían cubiertas de los letreros mas siniestros: “La guillotina es permanente y aguarda al tirano Luís XVI”. “Veto… la bailará”. Caricaturas que representaban al rey en el cadalso con esta leyenda: “Luís escupiendo en el saco”.
El conserje Tison lanzaba el humo de su pipa en el rostro de la reina, en medio de la risa de los guardias.
Estas pruebas agotaban a la desgraciada Maria Antonieta, que enflaqueció rápidamente. La ciudadana Roussel, tuvo que estrechar sus vestidos. Sin embargo, gracias a los cuidados esmerados de Cléry y de Turgy, pudo seguir todas las etapas del proceso. Por fin llegó el 20 de enero, día fatal. Pagado por un amigo de la reina, un vendedor de diarios estaba encargado de gritar bajo los muros del Temple el resumen de las noticias. “La Convención Nacional ha decretado para Luís Capeto la pena de muerte… la ejecución tendrá lugar dentro de las veinticuatro horas a contar de la notificación al prisionero”.
“¡Que se calle ese hombre!” Maria Antonieta sollozando pensaba que al día siguiente a las diez todo estaría consumado.
¿Dónde está la reina de la rosa de Mme Vigée-Lebrún? En su piececita del Temple, una Maria Antonieta desperada descubría toda la extensión de su infortunio. Por primera vez en su vida, sin duda, amó a Luís XVI. Durante los meses que le quedaban de vida, amó “al gordo de su marido”. La viuda excusó a la esposa de otrora. La trágica escena de adiós de un rey a su reina tuvo lugar en ese comedor que la luz avara de dos candelabros colocados sobre la mesa quería ser menos severa. Luís XVI tomó en sus manos la cabecita de ese niño que seria rey dentro de pocas horas:
Hijo mío, prométeme que jamás pensaras en vengar mi muerte. Y agregó: ¿Has oído lo que te he dicho? ¡Júrame que cumplirás las últimas voluntades de tu padre!
Maria Antonieta tomó las manos de Luís XVI:
Le aseguro, dijo el rey, que la veré mañana a las ocho.
¿Y porque no a las siete? Imploró Maria Antonieta.
¡Bien!, sea, mañana a las siete.
Uno de los guardias se dio cuenta que estaba embargado por una violenta emoción. ¿Se debilitaría ese rudo soldado? ¡Vamos! Mejor seria mirar hacia otro lado para no presenciar la desgarradora escena… Pero al mirar hacia el muro, vio dos sombras netamente destacadas, dos sombras que se convertían en una sola. Y se agrandaba, se agrandaba… Terrorífica efigie y cuan pesada para los hombros de los 361 diputados que votaron la muerte sin condición.
Después de una noche de insomnio, la reina se levantó muy temprano. Ya eran las siete pasadas y el rey no aprecia;
loa guardaba en vano. Su angustia se acrecentaba y levantaba los ojos sin cesar hacia el reloj que por una cruel ironía representaba “La fortuna y su rueda”. Ésta mecánica indiferencia era la que había escogido para marcar en el Temple la hora en que se caería la cabeza del rey… Se oyó una débil campana. El puntero más pequeño marcaba las 10 y el grande las 6. En el mismo instante, en una plaza se había erigido el repugnante cadalso, estalló una salva de artillería. Como un eco, se oyó el eco vibrante que partió desde los jardines de las Tullerias: “¡Viva la República!”
Había llegado el fin de la monarquía absoluta después de diez siglos de reinado: “Hijo de San Luís subid al cielo”.
La reina cayó desplomada sobre su lecho. “Se ahogaba de dolor, escribió Turgy. El joven príncipe lloró amargamente y Madame Royal gritaba desesperada…”
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Mar Ago 26, 2008 1:47 am
Durante los días que transcurrieron después de la muerte del rey, Maria Antonieta cayó en un estado de postración inquietante. Rehusaba hacer su paseo cotidiano, porque era preciso pasar frente a la puerta de Luís. Apenas probaba los guisos que le presentaban. Vestida de riguroso luto, era sólo una figura larga y delgada que daba lástima ver.
En ese momento entró en la historia un cierto Toulan a quien su piedad y según dicen, una secreta pasión por Maria Antonieta, lo decidieron a intentar lo imposible… una evasión.
Fue de los primeros que llegaron a las Tullerias con el arma empuñada y el odio en el corazón. Era un alma ardiente, espontánea, una cabeza arrebatada como el sol de su Provenza natal, pronta para triunfar en todo: en lo bueno y en lo malo.
Mascara de Luís XVI
Vio varias veces a Maria Antonieta en el Temple. Se sintió conquistado por su sonrisa desarmante, su voz tan suave… Bruscamente se volvió realista y bruscamente también elaboró un proyecto de evasión. ¿Era razonable? La idea no era tan absurda como puede parecer. El Temple sólo era una prisión ocasional y bastante mal guardada. Los centinelas no eran tan escrupulosos cono los facciosos que los pagaban. Cuando Toulan le hablo de hacerla evadir con sus hijos y Mme Elisabeth, Maria Antonieta sintió renacer en ella una pequeña esperanza. Presentía que un peligro amenazaba al delfín y esto la hacia aceptar tácitamente el proyecto. Pero deseaba prevenir al general Jarjaves, servidor enteramente abnegado por su causa. Envió a Toulan provisto de una carta de introducción.
“Confíe en el hombre que le hablará de parte mía al entregarle esta misiva. Conozco sus sentimientos que no han variado en estos cinco meses”
Con Jarjaves, espíritu metódico y prudente, tomó cuerpo el plan de evasión. Este último, a quien Toulan procuró todos los trastos que se usaban para encender las lámparas de la prisión, fue a visitar a Maria Antonieta con ese pretexto y le expuso el proyecto que habían concebido. Según él, era indispensable tener listos los otros dos hombres. Escogieron sin vacilar al valiente Turgy. Un tal Lepitre, que era municipal, fue el otro elegido. Este personaje, era cojo y juró que era un realista leal y que su adhesión era ilimitada. En realidad, lo que primaba en él era la esperanza de una fuerte remuneración.
He aquí el complot:
Maria Antonieta y su cuñada saldrían del Temple disfrazadas de guardias municipales. El delfín reemplazaría al encargado de la ropa que llevaban a lavar dentro de una gran cesta. Y Madame Royal, vestida con harapos, desempeñaría el papel de uno de los chicos que el “encendedor” llevaba todas las noches consigo cuando regresaba de su trabajo. Toulan era partidario de que una vez que hubieran pasado por la última ventanilla, subieran en una berlina que siguiendo por la ruta de Paris a Dieppe, las conduciría a un puerto donde embarcarían con destino a Inglaterra.
Maria Antonieta, que no había olvidado el fracaso de Varennes, era partidaria de ocupar tres coches. Esta idea prevaleció.
Guardia Nacional 1791
Entonces comenzó a vislumbrar cierta esperanza. Pero lo mismo que en Varennes, esta empresa fracasó por culpa de la lentitud. Lepitre había recibido ya un adelanto de 2.000 escudos;
empezó a mostrarse vacilante, tímido. Después de la traición de Dumouriez, la Comuna, que estaba desconfiada, rehusaba dar pasaportes. Jarjaves comenzó a dudar, le parecía muy arriesgado una fuga bajo disfraces, sobre todo por la cantidad de personas que tenían que tomar parte en la evasión. Y como al reina era la mas expuesta, le propuso que intentara sola la huida. Pero Maria Antonieta rechazó esta idea porque le parecía odioso abandonar a sus hijos. “Prefiero la muerte al remordimiento”, decía. Y el recado que mandó a Jarjaves cerró definitivamente el proyecto. “Hemos tenido un hermoso sueño, eso es todo. Pero hemos ganado mucho al comprobar una vez más su completa abnegación por mí. Mi confianza en usted es ilimitada. Pero solo me guía el interés por mi hijo, y por grande que fuera mi dicha al verme fuera de aquí no puedo aceptar separarme de él… “
Pocos meses después se esbozó otro complot, elaborado esta vez por el barón de Baltz, el mismo que trató de salvar al rey cuando lo conducían al cadalso. Cuando estuvo a punto de tener éxito, fracasó a causa de una traición.
Separación definitiva
Pero aun aguardaban días más crueles a Maria Antonieta. La noche del 3 de julio golpearon a su puerta. Eran los comisarios de la guardia montada. Uno de ellos avanzó hasta Maria Antonieta y leyó el decreto que tenia orden de ejecutar.
Al principio Maria Antonieta no comprendió. ¡No podía comprender! ¡Esta última decisión de los diputados le parecía demasiado inhumana! ¿Le iban a quitar a su hijo? Esta vez su instinto maternal se sublevó.
Tan pronto como los municipales se acercaron al lecho donde acababa de despertar el niño y quisieron tomarlo Maria Antonieta fue más rápida que ellos. Estrechó al delfín en sus brazos. Ante una resistencia tan frenética, los municipales, que durante un instante vacilaron, gruñeron diciendo que tenían que ejecutar la orden, y que usarían la violencia si la reina se obstinaba. El niño comenzó a llorar a gritos. Mas y mas desorientados, los guardias trataron de convencer a Maria Antonieta dándole algunas seguridades: “No le vamos a hacer daño alguno”, afirmaban. Como la madre rehusara siempre separarse de su hijo comenzaron a injuriarla y amenazarla.
Esta escena duró más de una hora. Por fin, vencida por tanto odio y mala fe, consintió en entregárselo.
Madame Royal ha relatado éste trágico momento:
“Cuando nos levantábamos y mi hermano estuvo vestido, mi madre lo entregó en manos de los municipales, bañado en lágrimas, como si hubiera previsto que jamás lo volvería a ver”.
Desde ese momento, Luís XVII se convirtió en el “pupilo” del zapatero Simón, quien había sido encargado de cuidarlo. Este nuevo preceptor desplegó una feroz energía en transformar al niño en un verdadero “sans culotte”. Jamás pudo imaginarse Maria Antonieta el cambio que se operó en su hijo, puesto que nunca mas pudo tenerlo en sus brazos ni siquiera hablarle.
El único consuelo que le quedaba era divisarlo de lejos, cuando un guardián lo hacia caminar por el sendero de ronda.
La tragedia del Temple tuvo su epilogo cuando un mes mas tarde, cuatro municipales rodeados de comisarios de la guardia, leyeron a Maria Antonieta la decisión que la trasladaban desde el Temple a la conserjería para ser enviada al tribunal extraordinario.
Maria Antonieta escuchó la lectura sin emocionarse;
después se levantó y ayudada por su hija y su cuñada comenzó a preparar el paquete con sus “harapos”. Cuando se iba a vestir, rogó a los municipales que al dejaran sola;
rehusaron. Maria Antonieta tuvo que cambiar sus ropas delante de ellos. En seguida exigieron que les entregara todos los pequeños objetos que tenia en su poder: tijeras, monedas con la efigie de Luís XVI y solo le dejaron un pañuelo de seda y un frasco de sales por temor “que se desmayara de debilidad”
Dijo adiós a sui hija, la besó, le infundió valor pidiéndole que cuidara de su salud. Confió sus hijos a Mme Elisabeth. Pero después de tantos sufrimientos sus lágrimas se habían agotado: Maria Antonieta ya no lloraba.
Sin volver la cabeza, salió de esta habitación que había sido la suya durante nueve meses. Pasó por última vez ante las ventanillas de los centinelas y pudo escuchar sus risas burlescas. Y por última vez, el infame Tisón le lanzó en el rostro el humo de su pipa.
Cuando llegó a la planta baja, la reina tuvo que aguardar que los municipales redactaran el proceso-verbal “para descargarse de la persona de la viuda Capeto”. Inmóvil, en el centro de la sala, con su escaso bulto de ropas a sus pies, la reina, que había perdido todo, también había perdido su belleza.
Cuando terminó el papeleo un municipal arrastró a Maria Antonieta, sin ninguna suavidad, hasta la última ventanilla. Empujada brutalmente, la reina golpeó su frente en el borde superior de la puerta. Temiendo haber ido demasiado lejos en la ejecución de esta consigna, le preguntó el municipal:
¿Se ha hecho daño?
¡Oh no! Respondió Maria Antonieta, sin siquiera llevarse la mano a su frente. ¡Ya nada puede hacerme daño!
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Vie Ago 29, 2008 3:16 am
En la Conserjería puede verse la celda de Maria Antonieta. Esta antigua “farmacia” parece actualmente el ángulo de un pasadizo. En esa época era estrecho y cerrada herméticamente. Maria Antonieta se encontraba en esa pieza incomoda, junto a la “enfermería”, que fue mas tarde la celda de Danton y después de Robespierre. La reina estaba muy bien custodiada: los gendarmes, en la puerta misma de la celda, veían todos sus movimientos y sus gestos. Muchas ventanillas la separaban de la libertad. ¿Qué falta pudo cometer la prisionera para merecer tal tratamiento?
En la noche del 1 al 2 de agosto, “la viuda Capeto” debía ponerse a la disposición del tribunal Revolucionario. La trasladaron a la Conserjería. Por una ironía del destino, estaba prisionera en la antigua mansión de los Capetos.
Pudo llevarse consigo algunos objetos personales, y en la primera celda que le designaron, su vida era aun soportable. Es verdad que estaba custodiada de cerca por los gendarmes;
pero Rosalía Larmoliére, sirvienta de los conserjes, que estaba encargada de su servicio, gozaba de toda su simpatía. A veces recibía una visita amistosa: la de Michonis, administrador de prisiones. Este es el hombre que le fue a buscar al Temple y la acompañó a la Conserjería. Era un personaje equivoco. Su pasado republicano era bastante turbio. Conspiró con Batz en 1793. Cuando se presentaba la ocasión, hacia uso de su influencia, para libertar algunos prisioneros. Y no hay duda que su intervención era eficaz: gracias a él, Alexandre Gousse de Rougeville (Caballero de la orden de San Luís, realista y, lo que es más, “caballero del puñal”), pudo salir de la prisión de las Madelonnettes, donde estaba encerrado por una denuncia de su querida.
Es de imaginarse que Michonis no era insensible a los argumentos constantes y sonantes. ¿Serian éstos los que lo impulsaban a mostrarse tan benevolente con la reina? Cierto es el caso que sus visitas eran bien recibidas. Trataba de consolar y darle ánimos a la desgraciada.
Mientras jugaban a los naipes, fumaban y charlaban, los gendarmes no prestaban mucha atención a estas conversaciones.
Tampoco desconfiaron cuando Michonis introdujo a algunos amigos, que estaban curiosos por ver a la ex reina en su celda (el pintor Pieur llevó su caballete) Hoy día nos parece increíble. Lo menos que puede decirse es que Michonis (si era verdad que sentía simpatía por Maria Antonieta), no tenía mucho tacto. Sin embargo, fue gracias a estas visitas que la prisionera concibió su última esperanza.
Dos claveles
El miércoles 28 de agosto, el administrador llegó con un visitante. Este joven, que tenia unos 32 años, era bajo y tenía el rostro marcado con huellas de la viruela. Llevaba en su solapa dos claveles. Al verlo, Maria Antonieta se emocionó, enrojeciendo bruscamente: lo había reconocido. Era un fiel realista, uno de aquellos que no la abandonaron ni el 20 de junio ni el 10 de agosto de 1792 (el mismo que el 20 de junio la llevó a la sala del Consejo para protegerla): El Caballero de Rougeville.
Caballero de Rougeville
La reina trató de disimular su emoción: los gendarmes iban y venían, entraban, salían, lo mismo que la ciudadana Harel, que había reemplazado a la ciudadana Larivière, demasiado anciana. ¿Y Michonis? ¿Había organizado este encuentro, o llevaba al caballero como simple curioso?
Rougeville hizo una seña a la reina, y lanzó algo tras la estufa. El gendarme que estaba de guardia, Gilbert, no vio nada. Michonis, se encontraba al fondo de la celda. Rápidamente el caballero deslizó al oído de la reina: “Boté mis claveles, recójalos”. Y salió con el administrador.
Entonces Maria Antonieta buscó un pretexto para distraer al gendarme que estaba con ella: le rogó que alcanzara a Michonis para que regresara y poder hacerle un reclamo acerca de sus alimentos. Tan pronto como el guardia volvió la espalda, la reina recogió las dos flores y se escondió tras un biombo. Entre los pétalos del primer clavel, había una cartita con estas palabras: “Mi protectora, jamás la abandonaré y buscaré el medio de demostrarle mi celo;
si necesita unos trescientos o cuatrocientos luises, encontraré el medio de llevárselos el viernes próximo”. En el segundo había un proyecto de evasión.
En los interrogatorios que procedieron cuando se descubrió el complot, nunca se habló del plan de evasión y por eso siempre en la historia se refieren a la “conspiración del clavel”
Cuando se impuso del mensaje, Maria Antonieta salió tras del biombo y aguardó. Un cuarto de hora mas tarde aparecieron nuevamente en la celda el administrador y el caballero. En seguida se eclipsó Michonis, dejando sólo a Rougeville. ¿Podría la reina hablar en secreto y rápidamente con su salvador? Cuando quedó sola con el gendarme Gilbert, rompió en pedazos la misiva y quiso contestarle. Como no tenia pluma, empleó un alfiler y claveteó el papel, dibujando estas palabras: “Tengo centinela de vista y no hablo con nadie, me confío en usted: iré”
Copia del papel que Maria Antonieta escribió a Rougevile
Este documento se ha conservado. Hay muchos facsímiles, pero el original se encuentra en los Archivos Nacionales. En su proceso, Maria Antonieta declaró: “Quise explicar que estaba con centinela de vista, que el peligro era demasiado grande y que no podía ni hablar ni escribir”. No dijo ni una palabra sobre “me confío en usted, iré”. Naturalmente tenia que defenderse. Pero de todos modos, el texto de la cartita puede ser discutido. Para que su misiva llegara a poder de Rougeville, Maria Antonieta tuvo que recurrir al gendarme. Era un buen hombre que muchas veces le llevaba flores. Decidió ponerlo en antecedentes del complot. Y le entregó su respuesta, para que la pusiera “en sus manos”, a Rougeville.
La misiva claveteada
Pero la carta cayó en manos de la ciudadana Richard. “Llevándola a un lado, dijo Gilbert, le entregué la misiva claveteada con el alfiler, contándole de lo que acababa de suceder”. El sargento de caballería Dufresne cuenta la escena de otro modo: “Por jugar, la mujer del conserje metió las manos en los bolsillos de Gilbert y le sacó algunos papeles, entre los que se encontraba la misiva”.
¡Sorprendente mala suerte! ¿Cuál es la verdad? Podemos imaginarnos cuán molesto se sentiría el gendarme con la compromitente cartita, ya fuera partidario o no de la reina.
Después de muchas alternativas, la ciudadana Richard decidió entregar el famoso papel a Michonis. Este hombre misterioso actuó entonces de un modo muy complicado. Su deber era entregarlo a su superior jerárquico;
pero no lo hizo. Pensó destruirlo, pero temió que la ciudadana Richard hablara del asunto y le pidieran que lo mostrara. Entonces se le ocurrió una idea: acribilló el papel a clavetazos de modo que lo dejó ilegible. Tal como se ve en la actualidad este documento nos da una idea de la nerviosidad del administrador.
Habiendo caído la misiva en manos de Michonis. Ésta volvía al campo de los “conspiradores” o por lo menos simpatizantes. Desde ese momento no puede dudarse de que tanto Michonis como el gendarme Gilbert estaban enterados del complot.
Los últimos preparativos
El 30 en la noche los centinelas apostados en las ventanillas pudieron ver nuevamente a un visitante conducido por Michonis. Era el mismo Rougeville. Deseoso de no llamar la atención por sus frecuentes visitas, tuvo la precaución de cambiar de indumentaria. Una vez en la celda, mostró la pequeña fortuna que llevaba consigo: un fajo de 10 mil libras y cuatrocientos luises de oro. Con este dinero comprarían a los guardias. Pero el caballero tuvo una decepción: la reina estaba muy abatida. Sus incesantes hemorragias, su angustia le provocaban frecuentes desmayos. Pero el audaz gentilhombre precipitó los preparativos y fijó la fecha para el dos de septiembre.
La evasión
El caballero de Rougeville ha hecho el relato de la evasión fracasada “in extremis”.
Michonis dijo que había recibido la orden de trasladar nuevamente a la “viuda Capeto” al Temple. Encontró este pretexto que justificaba la salida de la reina que debía efectuarse ante todo el mundo.
Rougeville fue puntual a la cita. En el patio aguardaba un coche con dos caballos ensillados. ¿Dónde llevará a la reina? La familia de Jarjaves, que siempre le fue fiel estaba al cabo del complot: Mme de Jarjaves aguardaba en gran secreto, la llegada de Maria Antonieta al castillo de Livry. La alojaría clandestinamente hasta poder hacerla llegar a Alemania. Los guardias, los centinelas, todos pagados, cerrarían los ojos.
Se abrió la puerta de la celda. Michonis anunció a la prisionera que la iban a trasladar. Salió Maria Antonieta. Para salvar las apariencias, Gilbert y Dufresne se pusieron uno a cada lado de ella, escoltándola. El pequeño grupo se dirigió hacia la salida y pasó ante las rejas. Pronto llegarían hasta la última ventanilla donde estaba el conserje. Atravesarían un pasadizo, bajarían unas cuantas gradas y llegarían al patio de Mayo. La libertad.
Pero súbitamente, ese cielo apenas divisado se vio atravesado por el brillo de una bayoneta. Al mismo tiempo se oyó un grito: “¡Alto! ¡No pasaran!” Rougeville ha relatado lo siguiente: “Solo teníamos que atravesar la puerta de la calle cuando uno de los guardias a quien yo le había dado 50 luises de oro, se interpuso amenazando a la reina”. Es fácil imaginarse el sobresalto de Rougeville. Miró el gendarme que se imponía, escrutó su rostro a la luz de la linterna y lo reconoció: “Uno de los guardias a quien le había dado 50 luises de oro”. “¿Era Gilbert? ¿Dufresne? ¿Otro? Jamás se sabrá la respuesta.
Se supone que la ciudadana Harel, que no quería a Maria Antonieta, presionó en el último momento para que fracasara el complot. En pocos minutos la desgraciada reina se vio reintegrada a su celda. No se daba bien cuenta de lo que había sucedido, ya que todo ocurrió de un modo tan brusco. Oyó cuando Michonis hizo valer su autoridad discutiendo con el gendarme recalcitrante, el que muy irreducible, le exigía la orden escrita Municipalidad
Rougeville se deslizó y corrió a refugiarse en casa de un amigo, el ciudadano Fontaine. Michonis fue a reunirse con él. Después los cómplices se separaron: Rougeville huyó y Michonis regresó a la Conserjería. ¡Como quien dice en la boca del lobo!. Pero ya se había acostumbrado a estas situaciones escabrosas. Ya había salido bien cuando se comprometió en la conspiración del barón de Batz.
Barón de Batz
Al día siguiente el gendarme Gilbert, comprendiendo que estaba demasiado mezclado en el asunto, redactó un informe al coronel Du Mesnil. ¡Con cinco o seis días de atraso!
Epilogo lamentable
El descubrimiento del complot cayó como una bomba. Interrogaron a todos los que se supone habían participado en él. Salvo a uno: Rougeville. El gentilhombre consiguió ocultarse en las canteras de yeso de Montmartre. Y poco tiempo después se dirigió a Bruselas.
El Comité de la Seguridad encargó a tres personas de los interrogatorios que tendrían lugar en la Conserjeria: eran los diputados Amar, del Isère: Semestre, de Ille-et-Viliane, y el edecán Aigron.
Maria Antonieta negó haber reconocido a Rougeville y dijo que jamás había visto un clavel. Michonis reconoció que únicamente había conducido a la celda de la prisionera a “muchas personas llevadas por la curiosidad”. Pero la ciudadana Richard reveló la existencia de la misiva. Y Gilbert se dio el lujo de dar detalles abrumadores, aunque muy enredados. Entonces Maria Antonieta no pudo negar. Pero jamás citó el nombre de Rougeville. Declaró que no deseaba “comprometer ese particular”. Pero los investigadores se enteraron de su nombre. Naturalmente que le pusieron precio a su cabeza. La reina trató de disculpar a Michonis. Nuevamente interrogaron a éste, atenazándole a preguntas. Trató de salir bien, diciendo que no le había dado importancia a ese papel claveteado. Los diputados se impacientaron y declararon que “había que estar ciego o indiferente”. Lo detuvieron.
Los interrogatorios se prosiguieron hasta muy entrada la noche. Maria Antonieta estaba extenuada. Después, registraron la prisión. Y terminaron por encontrarle una celda que ofreciera mayor seguridad: la farmacia que tenía el ciudadano Lacour, al lado de la enfermería. Allí estuvo más vigilada. Desde el 14 de septiembre no conoció un instante de libertad;
a cada segundo y cualquier cosa que hiciera, tenía encima los ojos de los guardias. Solo la amistad de Rosalía la consoló hasta el último momento, y la compañía de su perrito. L e confiscaron los pocos objetos personales que aun conservaba. Le permitían leer y Maria Antonieta trató de aturdirse leyendo novelas de aventuras.
Ya sólo les quedaba dar por terminado el proceso.
La reina de Francia pagó muy caro su “ligereza, sus inconsecuencias, su poca capacidad que había contribuido a precipitar la catástrofe”. Este juicio severo es el de Napoleón I su sobrino.
Napoleón cuando casó con Maria Luisa, llamaba a Luís XVI y a Maria Antonieta sus tíos
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Dom Ago 31, 2008 2:11 am
El 2 de agosto de 1793, un decreto de la Convención ordenaba que compareciera la “viuda Capeto” ante el Tribunal Revolucionario y fuera trasladada sin dilación a la Conserjería. Cuando salió del Temple a las 2 de la mañana, le fue imposible ver otra vez a su hijo, de quien la habían separado hacia ya un mes. Después de rápidos adioses a su hija y a Madame Elisabeth, se encontró completamente sola;
la destrucción del núcleo familiar estaba terminada.
Por los pasadizos de la Conserjería se escucharon las fuertes pisadas de los guardias que escoltaban a la reina hasta la celda que le había sido preparada. Se podía ver en un lecho de tijeras con una frazada mediocre, un sillón, una palangana, una mesita y dos sillas. Claustración sórdida;
en la noche no la alumbraba ni una mísera bujía y en la oscuridad no le quedaba otro recurso a la desdichada reina que aguardar que encendieran los faroles para recibir la menguada luz de uno que había en el patio, frente a su ventana. Después se recostaba y trataba de dormitar.
¿En que pasaría sus largos días, ya que estaba en pie desde las 7 de la mañana? Le estaba prohibido coser. Pero como el conserje Richard tenía permiso para llevarle libros, ella pedía que eligieran relatos de lejanas expediciones;
seguía las aventuras del Capitán Cook, se interesaba por las narraciones de naufragios… Y oraba. Pudo recibir clandestinamente los consuelos y la asistencia de un sacerdote fiel. De todas sus actitudes emana una sencillez tan noble y un valor tan sereno, que aquellos a quienes les correspondía proveer a sus necesidades llegaron a experimentar un sentimiento de veneración hacia ella. La joven sirvienta Rosalía Larmolière ha declarado: “Experimentábamos una sensación de gran respeto desde que nos encontrábamos ante su puerta, y no nos atrevíamos acercarnos antes que ella no nos invitara con su dulce voz y su graciosa mirada… Su sensibilidad era extremada y nos agradecía hasta la más pequeña atención”. Cuando Richard hacia las compras: “Para nuestra reina”, le decían los comerciantes escogiendo las aves mejores o la fruta mas sabrosa. ¿Se veía sobre la mesita un ramillete de flores frescas? Era un obsequio de uno de los dos gendarmes que estaban de guardia en el dormitorio;
poco podía gozar de su perfume Maria Antonieta porque estos hombres, a pesar de su buena voluntad, olían a pipa y a vino ordinario.
Maria Antonieta conservó siempre un inmenso poder de seducción. Daba más con una mirada, con un gesto, que en los tiempos de su magnificencia. Tras los cerrojos de su miserable alojamiento de prisionera, victoriosa de ella misma, conquistó otra soberanía.
Había escondido un medallón bajo el corsé;
y cuando creía que nadie la veía, posaba sus labios llorando sobre el retrato y el bucle de cabellos de su hijo. Le quedaba aun su reloj. ¿Vería allí la hora de los jueces, de la libertad, de la condenación? ¿El tiempo seria aliado suyo o su adversario? “La reina no cree que va a ser juzgada, le susurraba Mme Richard a Rosalía. Conserva la esperanza de que sus parientes la vana reclamar;
me lo ha dicho con una franqueza encantadora. Si parte, usted Rosalía será su camarera;
seguramente, se la llevará”
Miradas hacia Viena
¿De que le servia la esperanza? En la furiosa tempestad que sacudió a Francia en el año 1793, la Revolución era una galera en peligro cuya armazón crujía por todas partes. Peligros en la frontera, revueltas en el interior del territorio, dictadura de los Jacobinos, asesinato de Marat, hambre en Paris: los acontecimientos se unían para excitar el frenesí de los hombres que estaban en el poder, colocados sobre el volcán de las pasiones populares exasperadas.
Leopoldo II
¿Se aprontaría la Convención para entregar a Maria Antonieta en manos del verdugo? Ella no lo podía creer aun, deseosa de negociar su libertad con Viena, la que pediría la libertad de una ex archiduquesa. Pero Viena no se preocupaba de ello. El propio hermano de Maria Anto0nieta, el emperador Leopoldo, rey de Bohemia y de Hungría, había pronunciado estas palabras: “Tengo una hermana en Francia;
pero Francia no es mi hermana”. Y el advenimiento de Francisco II, en 1791, no modificó este ambiente de cruel indiferencia. Los comisarios de la Convención, enviados a Dumouriez, que traicionaba la República, habían sido arrestados por los austriacos. Cuando la Convención propuso que fueran cambiados por la familia real. Viena se hizo la sorda. En este sentido, el traslado de la reina a la Conserjería fue un golpe dirigido directamente contra Austria. Danton, cuya política le sugería hincar otras conversaciones que podrían sellar un acuerdo, ya comenzaba a estar en desgracia, El Comité de Salvación Pública se impacientaba: se aproximaba el momento en que tendría que poner el punto final.
Barére
El 2 de septiembre a las 11 de la noche hubo una reunión secreta en casa de Pacha, Alcalde de Paris. Discutieron el caso de Maria Antonieta. El ambiente era muy tenso. Combon, que deseaba que se evitara una decisión fatal, recordó que aun estaba en negociaciones. Pero la tendencia era no aceptar otros plazos. Hérault, Barére, Jean-Bon Saint André, Hébert, se indignaron sentenciando con estas palabras:
Hébert
He prometido la cabeza de Maria Antonieta, si no me la dan pronto, iré yo mismo a cortársela. La he prometido en nombre de ustedes a los descamisados, que no cesan de pedirla… Todos pereceremos, pero mientras tanto vivamos para la venganza. Puede ser inmensa. Al morir, dejaremos los gérmenes a nuestros enemigos, y en Francia, una destrucción tan grande que jamás perecerá nuestro recuerdo.
Jean-Bon Saint André
Mientras tenían lugar estas discusiones, se descubrió la Conspiración del Clavel, últimas tentativa para arrancar a la reina de las garras de sus enemigos, lo que atrajo peligrosamente la atención pública sobre la viuda de Luís XVI. Cada día llegaban mas reclamos exigiendo para ella la pena de muerte. En la Conserjería reemplazaron a los Richard por el matrimonio Bault. Instalaron a la reina en una nueva celda, cuya puerta reforzaron y clausuraron las ventanas. Con la frente baja, los labios delgados, los ojos redondos bajo sus espesas cejas oscuras, un hombre vestido de negro irrumpía de improviso, tanto de día como de noche. Cuando aparecía de noche, obligaba levantarse a la desgraciada cautiva. Era Fouquier-Tinville. Registraba las pocas pertenencias de la reina y practicaba las pesquisas más minuciosas. Llegó el otoño;
los muros de la celda rezumaban humedad;
caían gruesos goterones desde el techo, que mojaban el piso;
noches insomnes en las que se contorsionaba un cuerpo enfermo, transido de frío.
Fouquier-Tinville
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Lun Sep 01, 2008 4:32 am
El sábado 12 de octubre, Maria Antonieta se había acostado como de costumbre, antes que cerrara la noche. De pronto se oyó ruido de cerrojos;
crujió la enorme puerta claveteada de hierro. Los gendarmes iban a buscar a la reina para llevarla a la gran sala de audiencia, la antigua Gran Cámara del Parlamento, donde sesionaba el Tribunal Revolucionario. Maria Antonieta tuvo que sufrir un largo interrogatorio. Sentada en una banqueta y vestida de negro, reconoció a Fouquier-Tinville, que estaba delante de ella. La atmósfera era tenebrosa, sepulcral. Las dos únicas bujías estaban colocadas sobre la mesa del escribano Fabricius;
trabajaba en un manchón de luz, todo el resto de la sala permanecía en la oscuridad y se adivinaban los ojos de los observadores al acecho…
Interrogaban Herman, presidente del tribunal. La pluma del escribano producía un pequeño ruido como el de una lauchita que roía: “…hemos ordenado que conduzcan hasta aquí, desde la Conserjería, a Maria Antonieta viuda Capeto, a quien le hemos preguntado su nombre, edad profesión, país y residencia. Ha respondido que se llama Maria Antonieta Lorena de Austria, de 38 años de edad, viuda de Capeto rey de Francia”.
El presidente Herman se refirió inmediatamente a la parte esencial del interrogatorio. Antes de la Revolución, la reina había tenido ciertas relaciones políticas con su hermano, “las que eran contrarias a los intereses de Francia”. “¿No hizo llegar millones a manos de él?” Y después durante la Revolución ¿no hizo posible por tramar contra la libertad, “de acuerdo con las potencias extranjeras”?
Maria Antonieta se defendió con habilidad, como si comprendiera que el archivo de la acusación era hueco. Entonces se esbozó la contraofensiva del tribunal: hacer aparecer que por su influencia, Maria Antonieta había sido la principal instigadora de la traición de Luís Capeto. Y como a Luís XVI lo habían condenado a muerte…
Usted, prosiguió Herman, fue quien enseñó a Capeto ese arte de profunda disimulación, tras el cual engañó durante tanto tiempo al pueblo francés.
Si es verdad: el pueblo ha sido engañado, y cruelmente, por aquellos que tenían interés en hacerlo. Nuestro interés era iluminarlo y no engañarlo
¿Quiénes eran los que se interesaban por engañar al pueblo?
Ignoro el nombre de estas personas
¿Ustedes deseaban reinar a cualquier precio, aunque tuvieran que subir el trono pisando sobre los cadáveres de los patriotas?
No necesitábamos subir al trono, puesto que estábamos en él.
¿Qué interés tiene usted por las armas de la República?
Lo que deseo ante todo es la felicidad de Francia
¿Cree usted que los reyes son necesarios para la dicha de un pueblo?
Un individuo no puede decidir sobre algo semejante
¿Seguramente usted lamentará que su hijo haya perdido el trono al que pudo ascender?
Jamás lamentaré nada para mi hijo siempre que sea feliz
Ofrecieron en Maria Antonieta a los ciudadanos Tronson-Ducoudray y Chauveau-Lagarde, a fin que le sirvieran de “consejeros y defensores” Ella los aceptó. Los abogados fueron designados en la noche del 12 y advertidos el 13 de octubre de un proceso que debia comenzar el 14 en la mañana.
Chauveau-Lagarde
Chauveau-Lagarde estaba en el campo cuando fueron a prevenirlo. Inmediatamente se apresuró en ir a la Conserjería. Y su encuentro con la reina fue desgarrador. Esta “joven de cabellos blancos, enflaquecida, pálida, pobremente vestida en su prisión oscura y húmeda. He aquí lo que habían hecho de la reina de Francia. Ante los ojos del abogado revivió otra imagen;
veía a Maria Antonieta en medio de su corte, en el esplendor de todo su prestigio. Una adversidad tan inconmensurable lo trastornó oprimiéndole el corazón. Con los ojos anegados en lágrimas, temblando, se echó a los pies de la soberana. Y ella, como si ya nada pudiera sorprenderla, conmoverla, lo tranquilizó, le infundió ánimos, ella, la dulce majestad.
Leyeron juntos el acta de acusación. Sin emocionarse, la reina emitía sugestiones, subrayaba algunas notas. Para estudiar las piezas del proceso, era menester que le acordaran un plazo. Pero a Maria Antonieta le repugnaba pedir algún favor a la Convención. Chauveau-Lagarde tuvo que insistir. ¿Acaso la defensa de la reina no era mas importante que al de su propia persona? Resignada, tomó la pluma: “Al presidente de la Asamblea Nacional: ciudadano presidente… Mis defensores piden tres días de dilación;
espero que la Convención se los acordará”. Ni una palabra de ruego;
Maria Antonieta se pronunciaba como soberana. No le respondieron y se abrió el proceso como se había previsto.
Nada más que la verdad
La audiencia del tribunal revolucionario comenzó el 14 de octubre a las 9 de la mañana. Presidía Herman, rodeado por cuatro jueces. En sus respectivos asientos se veían a Fouquier-Tinville y al escribano Fabricius. La multitud era muy densa. El escribano redactó: “… han introducido a Maria Antonieta, viuda de Luís Capeto, libre y sin esposas, la que ha sido ubicada en el sillón ordinario donde siempre se sientan los acusados, de modo que está a la vista de todos”. Para comparecer ante el público, la reina cuidó su atavió y levantó algo sus cabellos. Su gorro de linón estaba cubierto por un velo de luto. Su pobre cuerpo estaba cubierto por un traje negro muy gastado.
Los jurados se habían instalado en el interior del auditorio;
prestaron el juramento acostumbrado. En seguida le dijeron a la reina que podia sentarse. El escribano leyó el acta de acusación. Tocó el turno a los testigos. Procedieron al llamado nominal y otros juramentos. Los testigos que eran cuarenta pronunciaron la palabra “verdad” consecutivamente unas 120 veces, mas o menos: “… la verdad, toda la verdad, y nada mas que la verdad”. Era demasiado para un juego. Porque este era el juego que precedía a la pena de muerte. Se abrieron los debates.
Un tal Antoine Rousillon relató que habiendo visitado los departamentos de las Tullerias el día 10 de agosto, después de la partida de la familia real, descubrió botellas vacías y otras llenas, que estaban bajo el lecho de la reina. De lo que deducía que la reina le habría ofrecido bebidas, “ya sea a los oficiales suizos o a los caballeros del puñal”
Otro testigo habría visto a Maria Antonieta regresar a las Tullerias cuando volvían de Varennes. Lanzaba miradas “muy vengativas” a los guardias nacionales y a los guardias que se habían reunido allí. Y una simple expresión de su fisonomía fue objeto de un testimonio en su contra.
Una sirvienta, Reine Millo, aseguró que el duque de Coigny le habia asegurado “un día estaba de buen humor”, que la reina había enviado ya mas de doscientos millones al emperador, su hermano. Por lo demás, “había odio decir” que la reina había permanecido quince días encerrada en su dormitorio por orden del rey, quien la había sorprendido con dos pistolas ocultas entre su ropa, con la intención de matar al duque de Orleáns.
Aun en las circunstancias más dramáticas, es raro que no sucedan cosas que provoquen la risa. El presidente interrogó a Perceval, ex ayudante del almirante De Estaing:
¿No usaba usted una condecoración en esa época? (1789).
Usaba la cinta de la orden de Limburgo;
como todo el mundo, había comprado el brevet por la suma de 1500 libras.
El ayudante municipal de Michonis, hombre algo dudoso y que había estado implicado en la “conspiración del clavel”, hizo su autocrítica con suma cortesía: “Perdónenme…, comprendo que cometí una falta…”
Hèbert de joven
Por abyecto que haya sido, el testimonio de Hèbert fue de una estupidez inconcebible. Magnetizado de la asistencia, la reina pulverizó al calumniador. Hèbert miembro de la Comuna del 10 de agosto, entraba constantemente al Temple. ¿Qué es lo que le contaron? Nda menos que el pequeño delfín, precozmente pervertido por su madre y su tía Mme Elisabeth, dormía entre las dos y cometia actos que demostraban que estaba completamente corrompido. Y el infame Hèbert se expresaba de este modo increíble:
Podemos imaginarnos que estos placeres criminales no eran dictados por una naturaleza degenerada, sino con fines políticos, ya que al debilitar el físico de este niño, que un creían que podía ocupar el trono se aseguraban el dominio sobre él.
Cuando Robespierre se impuso de esto (se hacia informar en su casa por sus emisarios), explotó: “¡Este imbécil de Hèbert! Tenia que ser el que pusiera en manos de Maria Antonieta, y a último momento, este triunfo”.
Porque Maria Antonieta que había guardado silencio bajo el ultraje, salió de él cuando la interpeló el presidente:
Si no he respondido, es porque la naturaleza rehúsa contestar a semejante inculpación hecha a una madre. Apelo a todas las que puedan estar presentes.
Ni siquiera se dirigía al tribunal y ya no era la reina quien hablaba. Era la mujer, la madre, que solicitaba el testimonio de otras madres como ella, y que con éste llamado se confundía con ellas todas y al mismo tiempo era más soberana que lo que había sido jamás. La asistencia lo comprendió y lo experimentó intensamente. Fue “el minuto de la verdad”. Bastó que esta frase real, tan profundamente humana, transformara este innoble debate en una apoteosis de los sentimientos humanos. Lo sublime conmovió hasta las “tejedoras”. ¿Iban a aplaudir a la reina? Poco faltó. Ella se dio cuenta e hizo una seña a Chauveau-Lagarde.
Le dijo en voz baja:
¿Acaso puse demasiada dignidad en mi respuesta?
Señora, sea siempre tal como es y estará siempre bien, ¿Por qué me lo pregunta?
Porque oí a una mujer del pueblo que decía a su vecina: “¡Mira que es orgullosa!”
Antes de dejar de mencionar al infame Hèbert, recordemos que su ignominia no le trajo suerte: conducido al cadalso, murió como un cobarde… (Bajo un cuchillo que no debían olvidar ni Herman ni Fouquier-Tinville)
De Estaing
Los debates tomaron un viso grandioso cuando atestiguó el almirante De Estaing. Interrogado sobre las jornadas del 10 de octubre de 1789, dijo que la reina, a quien habían rogado que huyera de Versalles, para librarse de la masacre, con que estaba amenazada, tuvo esta valiente réplica: “Si los parisienses vienen hasta aquí para asesinarme, me encontraran a los pies de mi marido;
¡pero no huiré!”
El ex ministro La Tour du Pin, al que sacaron de su prisión, no fue menos caballeresco en su testimonio: primero le hizo un profundo saludo a la reina y cuando terminó, volvió a hacerle una respetuosa reverencia.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Sáb Sep 06, 2008 3:15 am
Evocando las prodigalidades de Maria Antonieta, el presidente le preguntó si había firmado bonos sobre la caja del tesorero de la lista civil: “Jamás he firmado bonos”, respondió la reina. El presidente: “Se han encontrado dos. Pero en realidad estos documentos se han perdido;
pero va a oír a los testigos que los vieron”. Estos testigos no tenían muy buena memoria y efectivamente no pudieron mostrar los bonos a que se referían.
Tampoco olvidaron el Petit Trianon: “¿Costó sumas enormes?”. La reina: “Quizás mas de lo que yo hubiera querido;
nos vimos arrastrados en estos gastos poco a poco. Por lo demás, deseo mas que nadie que se sepa todo cuanto aconteció”. Pero el presidente Herman habló de otra cosa;
jamás se supo lo “que había acontecido”…
Por todas partes se oían clamores: “¡De pie! ¡De pie!”. La reina se levantaba, asaltada de inmediato por un sinfín de imprecaciones. “¿Cuándo se cansará el pueblo, suspiraba la infeliz, de mis desmayos?”
A la pregunta ritual: “¿No tiene nada más que agregar en su defensa?”, ella respondió que “ningún hecho positivo” se le había podido inculpar. Y después añadió: “Sólo era la mujer de Luís XVI;
era natural que aceptara su voluntad”
Eran las 4:30 de la mañana del 16 de octubre cuando pronunciaron la pena de muerte. La reina permaneció impasible, “como abrumada por la sorpresa” escribió mas tarde Chauveau-Lagarde, quien agregó: “Descendió las gradas sin pronunciar ni una sola palabra ni hacer un gesto;
atravesó la sala sin ver ni oír nada, y cuando llegó al lugar donde estaba agrupado el pueblo, levantó la cabeza con sin igual majestad”.
Mientras que en la Plaza de la revolución resonaban los martillos de los carpinteros, llevaron nuevamente a la condenada a su celda. El encargado de hacerlo fue el teniente De Busne. La reina tenía sed;
el joven le fue a buscar un vaso de agua y con el sombrero en la mano le ofreció el brazo para ayudarla a descender por la oscura escalera de la prisión.
En su celda, la que iba a morir obtuvo dos bujías y lo necesario para escribir. A Madame Elisabeth: “Le escribo, hermana mía, por última vez. Acabo de ser condenada, no a una muerte afrentosa, porque esta está reservada únicamente para los criminales, sino a reunirme con su hermano. Inocente como él, espero mostrar la misma entereza en mis últimos momentos. Estoy tranquilo como se puede estar cuando nuestra conciencia no tiene nada que reprocharnos… Que jamás olvide mi hijo las últimas palabras de su padre, que se las repito expresamente: ¡Que jamás trate de vengar nuestra muerte! Muero en la religión católica apostólica y romana… Pido sinceramente perdón a Dios… perdono a mis enemigos… Tenia amigos… que sepan que los he recordado hasta mi último momento…” Aquí se detuvo la carta, sin fórmula final ni firma. No se la entregaron a la hermana de Luís XVI. Confiada en las manos del conserje Bault, pasó a poder de Fouquier-Tinville.
La Conserjería 16 de octubre a las 7 de la mañana: la sirviente Rosalía Larmolière, con los ojos enrojecidos reunió todo su valor para entrar en la celda de la reina. Bajo la llama que ya se extinguía y que alumbraba la carta inconclusa, las bujías parecían dos anillos de marfil. Maria Antonieta con vestido negro, estaba recostada sobre su lecho: con la cabeza apoyada en una mano, miraba en dirección a la ventana. En un rincón sentado en una silla, dormitaba un oficial de gendarmería. No era el teniente De Busne, denunciado y encarcelado por no haberse puesto el sombrero ante la reina y por haberle llevado un vaso de agua.
Rosalía, temblorosa: “Señora, usted no comió nada anoche y casi nada durante el día. ¿Qué desea esta mañana?” La reina lloraba: “Hija mía, ya no necesito nada;
para mi todo ha terminado”. Rosalía insistía: “Señora, tengo un caldo bien caliente y fideos;
necesita tener fuerzas;
permítame que le traiga alguna cosa”. Adolorida por tanta simpatía y corazón, Maria Antonieta sollozaba: “¡Y bien, Rosalía, tráigame su caldo!” Y la reina se sirvió algunas cucharadas.
Poco después apareció un sacerdote de una parroquia de Paris: era Girard, cura constitucional, de Saint-Landry. Maria Antonieta se quejó de “un frío mortal en los pies”. Y rechazó su asistencia.
Hacia el suplicio
Cerca de las ocho de la mañana volvió a presentarse Rosalía, para vestirla. Maria Antonieta que sufría de violentas hemorragias, tuvo que deslizarse entre el lecho y la pared para cambiarse de camisa. Inmediatamente se acercó el oficial, y apoyándose en las almohadas quiso observarla. La reina se cubrió inmediatamente los hombros y le dijo con dulzura: “En nombre de la honestidad, señor, permita que me pueda cambiar de ropa sin testigos”. “Es imposible, respondió muy tieso el oficial. He recibido ordenes de no perder de vista ninguno de sus gestos”. La reina imploró con la mirada a Rosalía, quien se colocó de modo de servir de pantalla, lo mejor posible. La condenada se vistió con un traje blanco, puso sus cabellos con un gorro de linón sin luto, y enseguida cruzó sobre sus hombros un fichú de muselina. Llevaba medias negras y zapatos color ciruela.
A las 10 horas llegó el llavero Louis lariviére. Su madre, mujer ya anciana, había servido a la reina mientras estaba detenida. “¿Sabe, Lariviére, que me van a matar? Dígale a su respetable madre que le agradezco sus cuidados y que le pido que ruegue e Dios por mi”.
Maria Antonieta, que oraba de rodillas junto a su lecho, se levantó para recibir a los jueces y al escribano. Todos se descubrieron. Lariviére dejó este relato: Todos estaban muy impresionados. El presidente le dijo: “Ponga atención se le va a leer la sentencia”, y ella respondió: “Esta lectura es inútil;
conozco demasiado bien la sentencia”, “No importa, rebatió uno de los jueces. Esta sentencia tiene que ser leída por segunda vez”
Cuando se hizo la lectura, apareció un joven de tamaño gigantesco: era el verdugo, Henri Sansón (el hijo de Charles Henri, que había guillotinado a Luís XVI). Se acercó: “¡Muéstreme sus manos!”. Maria Antonieta se echó atrás, turbada: “¿Acaso quiere atarme las manos? ¡A Luís XVI no se las ataron!” Los jueces ordenaron a Sansón: “Cumple con tu deber”. “¡Oh Dios mío!”, dijo angustiada la reina. Y con los ojos alzados hacia el cielo, trataba de retener sus lágrimas. El verdugo le ató brutalmente las manos tras la espalda y le sacó la gorra para cortarle los cabellos. ¿Creyó por un segundo que la iban a matar en su celda? Se volvió con presteza y vio que Sansón metía sus cabellos en un bolsillo. (Los quemaron después de la ejecución).
A Luís XVI lo habían conducido al cadalso en carroza. Maria Antonieta pasó por última vez por las calles de Paris sentada en una carreta. Guiada por el verdugo, subió una escala muy corta y se sentó en una tabla afirmada a cada lado del vehiculo, dándole vuelta la espalda al conductor. Junto a ella se sentó el cura Girard. El verdugo iba de pie. Llevaba el sombrero en una mano, mientras que en la otra, en un gesto que puede parecer grotesco, llevaba la cuerda, cuyo extremo estaba atado a los finos puños de la reina.
Desde el amanecer se escuchaba el retumbar de los tambores, que alertaban a los habitantes de Paris. Se habían desplegado 30 mil hombres de tropa, resguardando el recorrido. La carreta avanzaba lentamente. La muchedumbre de Paris pudo verla por últimas vez en sus calles, donde en otros tiempos se habían deslizado las carrozas reales dejando ante su vista una visión de gloria y elegancia.
El actor Gramont precedía el cortejo, haciéndose ver con una espada, la que hacia girar y exclamaba: “¡He aquí a la infame Antonieta!”, y añadía algunos insultos soeces. Pero la reina a quien ya nada bajo alcanzaba, se enterneció al ver a un niñito que desde los brazos de su madre le enviaba un beso con su manita. Frente a la iglesia de Saint Roch, había una cantidad de mujeres con bonetes rojos. Derecha, erguida, pasó la reina. ¿Su alma ya había encontrado la paz suprema? Su fisonomía no demostraba ni temor ni debilidad.
Y tras las rugientes multitudes frenéticas ¡Cuánta indignación doliente! ¡Cuántos silencios angustiosos! Allí estaban desesperados los del complot de última hora, artesanos, comerciantes, obreros, que proyectaban intervenir durante el proyecto. ¡En un sitio convenido iban a irrumpir! Este complot, llamado: “el de los peluqueros”, reclutó gente hasta en los cuarteles. Desgraciadamente este movimiento fue descubierto por la policía y muchos valientes pagaron con su cabeza ésta intención generosa y quimérica.
Llegando por la ex calle Real, el cortejó desembocó en la Plaza de la Revolución (Concordia). Aplaudieron. Aclamaban la República. Sin ayuda, con su mismo paso ágil de otros tiempos, la reina bajó de la carreta. En la plataforma de la guillotina, su pie tropezó con el del verdugo: “Señor le ruego me disculpe;
no lo he hecho a propósito”. Como se importunara, como si se sorprendiera de haber conservado tanto tiempo su existencia física, ¿habrá que comprender que ella se excusaba por haber molestado a tanta gente para que asistiera a su partida de este mundo?
En esta tibia mañana de principios de otoño, un cuarto de hora después de mediodía, murió bajo el cuchillo de la guillotina, la última reina de Francia y de Navarra.
Se ha dicho que Maria Antonieta recibió los auxilios religiosos antes de morir. Un sacerdote no juramentado, el abate Magnin, que ejerció su ministerio hasta en las prisiones durante la Revolución y que se ocultaba bajo el nombre de “monsieur Charles”, se habría introducido en la celda de la reina, probablemente vestido de guardia nacional.
FIN
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
lord carlos de colombia Dom Mayo 02, 2010 5:01 pm
ana de austria(reina de francia)
isabel de inglaterra(reina de inglaterra)
cristina de dinamarca(reina de dinamarca)
juana princesa de francia( reina de francia)mas conodida como la coja
juana de castilla y aragon( reina plenipotenciaria de españa)
archiduquesa de austria-conocidad como la loca
isabel de austria(archiduquesa de austria -hermana de carlos v/reina de dinamarca)
maria luisa de orleans(reina de españa)
margarita de valois(ultima de esta rama reinate de francia,casada con enrique de borobn rey de navarra y primer borbon que siñe la corona francesa)
enriqueta de francia (reina de inglaterra)
ana de jaguellon/casada con fernando de austria
bueno por el momento esa por que tengo un listado mortal de princesas todas casadas a muy temprana edad...y muertas muy jovenes..pero que dejaron su legado en la historia de las monarquias
lord carlos de colombia- Mensajes : 30
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Invitado Mar Feb 15, 2011 12:42 am
Amelia de Portugal
Zita de Borbón - Parma,
María Antonieta.
ME HA ENCANTADO!!!!!!!!!!!!!!!
Que fotografías, es como viajar en el tiempo.....
Hay que continuar...
Invitado- Invitado
Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
kanon1977 Miér Mar 02, 2011 5:12 pm
Reinas destronadas
AUTOR: Mari Rodríguez Ichaso
Sep. 02, 2009
¿Qué es más humillante: no llegar a ocupar un trono que parece estar al alcance de la mano -como podría ser el caso de Kate Middleton si no se casa con el príncipe William de Inglaterra- o perderlo después de tener sus privilegios?
Para muchas mujeres famosas, como Farah Diba de Irán, Ana María de Grecia, o la propia Noor de Jordania, lo segundo ha sido su destino, y es interesante ver cómo han enfrentado la pérdida de sus títulos, sus coronas y sus palacios.
Recientemente vi un documental fascinante titulado La reina y yo (The Queen and I), hecho por la joven cineasta iraní exiliada Nahid Persson Sarvestani, que exploró con minucioso detalle, durante año y medio, la vida de la ex emperatriz Farah Diba en su apartamento de París y en su casa de las afueras de Washington DC. Quedé muy impresionada con la elegancia natural y conformidad que ha tenido Farah -ahora de 70 años, y todavía guapa y muy chic- al adaptarse a una vida nueva, muy lejos del lujo paradisíaco de la corte de Teherán y su suntuosa existencia junto al sha Mohammad Reza Pahlevi, antes de la revolución radical que los echó del trono de Irán en 1979. En el documental, que fue exhibido en el último Festival de Cine de Sundance, vemos a Farah -que aunque sigue viviendo con gran comodidad, su estilo de vida es una fracción de lo que fue el anterior- haciéndose un café en su cocina de París, en un mercado en Washington DC comprando especias persas, o sentada en un café parisino, sin guardaespaldas ni nadie que la proteja, y sin importarle las miradas de los que la reconocían.
No hay duda de que Farah, quien era una joven estudiante de arquitectura de solo 21 años cuando se casó con el Sha, y quien llevó el titulo de Shahbanou o Emperatriz a partir de la suntuosa coronación como emperadores en 1967, es un ejemplo de quien ha perdido el trono y todo tipo de concesiones, y ha sabido rehacer su vida con gran dignidad, dedicada a sus hijos y a sus asociaciones de caridad que ayudan a los iraníes en el exilio. La trágica muerte en el 2001 de su bella hija Leila, de 31 años, marcó para siempre la vida de Farah. Ella tiene un sitio web donde su vida pasada y presente están relatadas día a día. ¿Algo muy curioso? Farah Diba ha confesado que al ser expulsada de Irán dejó atrás todas sus joyas, incluyendo las que eran suyas antes de casarse, y se llevó su vida entera "
en una sola maleta"
.
Como contraste a esta vida, recuerdo a la bella princesa Soraya, la esposa anterior del Sha, a quien Farah sustituyó cuando el Soberano se divorció de ella por no poder tener hijos que heredaran el trono. A Soraya la conocí en una cena en la embajada americana en París, y me impresionaron su cara y su actitud de absoluto tedio y tristeza, con aquellos enormes ojos verdes, siempre misteriosos y melancólicos, mientras bebía copa tras copa de vino, sin hablar mucho durante la noche. Cuando en 1958 Soraya Esfandiary -quien había conocido al Sha cuando era estudiante en un internado suizo, con solo 16 años- perdió el trono por infértil, tenía apenas 25 años, y a pesar de que se decía que su marido, el sha de Irán, la amaba desesperadamente y ella le correspondía de igual forma, fue echada de la corte sin muchas ceremonias, de una manera muy cruel, aunque se trató de darle al hecho un tono civilizado. El mundo lloró por ella, siendo una de las primeras historias de amor que la prensa internacional cubrió con todo detalle y por largo tiempo.
Princesa Soraya
Al casarse con sólo 18 años, Soraya se había convertido en la reina consorte o Malake y segunda esposa del Sha, y cuando perdió el trono sufrió tanto, que se fue a vivir a Alemania (su madre era alemana-rusa y su padre iraní) y después a París, aunque el Sha trató de retenerla en Irán a toda costa. Los chismosos decían que Mohammad Reza Pahlevi deseaba que Soraya continuara siendo su amante, porque incluso lloró cuando anunció al pueblo iraní su decisión de divorciarse de ella, aunque ya buscaba una nueva esposa y un posible príncipe heredero;
pero la chica -quien oficialmente siguió siendo por órdenes de su ex marido, Su Alteza Imperial, la princesa Soraya de Irán- incluso se negó a firmar que estaba de acuerdo con que su esposo se volviera a casar, aunque con el tiempo obedeció al Sha, haciendo "
un sacrificio por el bien del país"
. Soraya recibía dinero que él le pasaba mensualmente, hasta que los revolucionarios sacaron a la familia Pahlevi del trono en 1979, y al morir el Sha en 1980, en El Cairo, Egipto, ella perdió toda ayuda económica. Esto demostró que el empeño del Sha de tener un heredero varón para el país fue en vano, y el divorcio del amor de su vida fue un sacrificio inútil.
La princesa Soraya pasó el resto de su vida entre París, Roma y Marbella, llevando una vida frívola, yendo de fiesta en fiesta, fracasando en su intento de ser actriz de cine y siempre con una nube de tristeza a su alrededor. Cuando Franco Indovina, el director de cine italiano con quien tuvo una larga relación amorosa, murió en un accidente de aviación, Soraya dijo: "
La tragedia me persigue"
, y nunca más se le conoció otro amor. La Princesa murió en su apartamento de París en el año 2001 a los 69 años, de causas naturales que nunca han sido dadas a conocer, aunque se rumoró que había sido un suicidio o una sobredosis accidental de pastillas para dormir. Una semana más tarde también moría inesperadamente su único hermano, quien al saber de la muerte de Soraya había dicho: "
Ya no me queda nadie con quien poder hablar"
. Su tumba en Munich, Alemania, junto a la de sus padres, ha sido profanada varias veces por islamistas radicales con el cruel grafiti: "
De los 25 a los 69 años sin trabajar"
.
La reina Noor de Jordania, al convertirse en viuda del rey Hussein, es otra royal famosa que ha sabido dejar el foro de su anterior vida, donde ahora los grandes protagonistas son su hijastro, el rey Abdalá, y su esposa, la reina Rania. Muy correctamente ha empezado una nueva existencia llena de trabajo, dirigiendo la Fundación Noor Al-Hussein y escribiendo libros y memorias, aunque muy unida al mundo de la política internacional, donde se mueve como un pez en el agua. La estadounidense Lisa Halaby, conocida después de su matrimonio en 1978 como la reina Noor de Jordania (su padre era de origen sirio y su madre de origen inglés y sueco), vivió una verdadera historia de amor al convertirse en la cuarta esposa del rey Hussein, con quien tuvo cuatro hijos y un matrimonio feliz, que la convirtió en Noor Al-Hussein (que significa "
la luz de Hussein"
), una reina muy querida, que hizo mucho por su país de adopción, en especial por mejorar los derechos y el estilo de vida de las mujeres jordanas.
Reina Noor de Jordania
Al morir su marido en 1999 y heredar el trono su hijastro Abdalá, el hijo mayor de Hussein, Noor quedó como la Reina Madre, y aparentemente todo estaba muy bien, pero enseguida se comentó que la nueva reina Rania no deseaba la competencia de su bella e inteligente casi-suegra, y que Abdalá quería que su madre (la inglesa Antoinette "
Toni"
Gardiner, segunda esposa de Hussein y conocida desde entonces como Su Alteza Real la princesa Muna Al-Hussein) tuviera más relevancia real y estuviera en todas las actividades de la corte, ya que había desaparecido de la misma al casarse Hussein de nuevo.
Dicen que a Noor esto no le hizo mucha gracia, y también que ella resintió el hecho de que su hijo mayor, el príncipe Hamzah, quien había sido por varios años el príncipe heredero de la corona, perdiera el derecho al trono -fue eliminado totalmente al nombrar Abdalá a su hijo mayor como su heredero-. Muchos piensan que los rollos de la corona deben haberle hecho comprender a Noor que su vida sería mucho más feliz lejos de tantas intrigas reales, y se fue a vivir a los Estados Unidos. Ella sigue llevando oficialmente el título de Su Majestad, reina Noor de Jordania, y su vida es muy cómoda, aunque nunca tan lujosa y poderosa como la que tuvo en Jordania por 21 años. Por cierto tiempo se ha rumorado que Noor mantiene una estrecha amistad con el poderoso millonario mexicano Carlos Slim Helú, con quien comparte raíces étnicas, el hecho de que ambos son viudos y un enorme interés en labores filantrópicas a nivel internacional.
Rey Abdalá y su familia
¿Y qué decir de la princesa Muna, quien a los 20 años dejó de ser Toni Gardiner, una sencilla chica inglesa, para convertirse en reina? Pues que por uno de esos giros del destino, y gracias a lo mucho que la adora su hijo, el rey Abdalá, la han vuelto a llevar al corazón de una corte donde reinara por 10 años, desde su matrimonio con Hussein en 1961, con quien tuvo cuatro hijos, hasta su divorcio en 1971, cuando el muy enamorado Hussein quiso casarse con la reina Alia (quien murió después en un accidente aéreo).
La reina Ana María de Grecia, quien en agosto cumple 63 años, es la esposa del ex rey Constantino de Grecia y princesa danesa por derecho propio, además de ser cuñada de la reina Sofía de España y hermana de la reina Margarita de Dinamarca. Ana María es otra reina que por razones políticas perdió su trono en 1967, y desde entonces vive en el exilio.
Según rumores que siempre han existido, la ex familia real de Grecia ha estado pasando muchos problemas económicos para mantener un estilo de vida al que todos estaban acostumbrados, por lo que ha tenido que recibir ayuda financiera de la nobleza europea. Ana María, quien era la princesa Ana María Dagmar Ingrid de Dinamarca, al casarse muy enamorada con el joven Constantino de Grecia, pasó a ser en 1964 la reina Ana María de Grecia, aunque ha vivido desde 1967 entre Roma y Londres, llevando una vida bastante discreta. Según los chismosos, se comenta que desde que su hijo, el príncipe heredero Pablo, se casara con la millonaria heredera Marie-Chantal Miller (hoy en día llamada princesa de Grecia y una mujer feliz con cinco principitos), la fortuna de los Miller ha ayudado mucho a mejorar el estilo de vida de los ex Reyes.
Ana María y Constantino
En 2002, ellos establecieron una fundación en la que trabaja mucho Ana María, y llevan sus títulos como cortesía de la nobleza, porque desde 1975, en Grecia los gobernantes anularon los títulos y derechos reales de la familia. Muchos griegos dicen que debía ser llamada Ana María Glücksburg (apellido de su dinastía danesa), pero en muchas cortes europeas respetan su título real y su pasaporte danés.
Tanto Ana María como su marido Constantino -quien nunca ha abdicado al trono- y su cuñada, la reina Sofía de España, han regresado a Grecia muchas veces, un país donde han sido recibidos con cariño y cordialidad.
kanon1977- Su Alteza Real
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Invitado Miér Mar 02, 2011 5:55 pm
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
kanon1977 Miér Mar 02, 2011 6:02 pm
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Invitado Miér Mar 02, 2011 6:25 pm
Personajes históricos de la Realeza (Creo es el lugar adecuado, otra idea puede ser abrir un rey o reina destronada dentro de cada casa real, pero a efectos prácticos pienso que no te va a resultar cómodo. Pero hazlo como quieras, el tema se abre de la misma manera, clickando al final de cada foro príncipal)
Te vas abajo de todo donde te saldrá un cuadro en el que pone "
nuevo tema"
, clickas ahí y sólo tienes que rellenar los campos que te pediran. Si tienes algún problema dímelo.
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
JOY7 Dom Abr 28, 2019 5:10 pm
muy grande en mi corazón.
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Jue Ago 22, 2019 2:37 am
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
JOY7 Jue Ago 22, 2019 10:25 pm
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
JOY7 Vie Ago 23, 2019 12:58 pm
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Juanb Mar Nov 12, 2019 5:57 pm
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