Vidas de reinas y princesas del pasado
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Vie Jun 27, 2008 11:39 pm
Alejandra quedó como fulminada por un rayo cuando supo que Rasputin había sido asesinado. El "
emisario de Dios"
había desaparecido, y ella ahora, podía esperar cualquier tragedia. Y si bien la revolución rusa nada tuvo que ver con Rasputin, los temores de la zarina muy pronto se cumplieron.
En marzo de 1917, el pueblo de San Petersburgo tenía hambre y temblaba de frío con 20 grados bajo cero. No había combustibles ni alimentos. El día 8 una huelga general paralizó al país, y los soldados, enviados a disolver las manifestaciones se unieron a los trabajadores. En las horas siguientes la Duma, los soviets, formada por Kerenski, y el ejército completo se plegaron a la revolución.
Nicolás se encontraba en el cuartel general del ejército, a ochocientos kilómetros, totalmente ajeno a lo que ocurría. Muy mal informado, sólo le habían llegado unos pocos telegramas mencionando "
desordenes"
. Pero cuando el 15 de Marzo en la mañana recibió la correspondencia en el tren imperial, su cara empalideció. Todos los generales, los ministros y los partidos políticos le pedían la renuncia.
Su sucesor, el gran duque Miguel de 32 años, no recibió con felicidad la noticia de que había sido nombrado zar. Al ver que el pueblo no quería ningún zar, ni los ministros podían garantizarle su seguridad, abdicó. Con ello los 300 años de la dinastía Romanov habían finalizado de un plumazo, y en Rusia paso a ser un gobierno provisional.
Prisioneros
Nicolás Romanov y su familia fueron confinados en el palacio de Tsarkoie Selo durante cinco meses, Mientras Kerenski, a la cabeza del gobierno provisional, buscaba la forma de enviarlos fuera del país. Aislados y vigilados por cuadrillas de solados groseros, a los que un día fueron zares del imperio, se le abrían las cartas, no podían hablar por teléfono y los guardias se paseaban por todas las piezas sin respetar ninguna intimidad. En San Petersburgo el odio de los soviets hacia la familia Romanov crecía, y el gobierno provisional no tenía el control suficiente como para poder asegurar el traslado de la familia imperial a la costa donde serian embarcados a Inglaterra. Sin embargo como la vida de la familia corría cada vez mas peligro en San Petersburgo, Kerenski decidió enviarlos a Tobolsk, una ciudad en Siberia, desde donde seria más fácil transportarlos al extranjero.
El 13 de agosto de 1917 fue el último día que la familia pasó en su palacio.
En noviembre se produjo un cambio en San Petersburgo que iba a ser determinante en el futuro de la familia. Los soviets comenzaron a crear batallones formados por obreros, y el 6 de noviembre de 1917 dieron un golpe. Dirigidos por Lenin, los bolcheviques tomaron las estaciones de ferrocarriles, los puentes, los barcos y los edificios públicos. A pesar de ser un número reducido, su toma de poder fue tan bien concertada que a las dos de la mañana los ministros del Gobierno provisional se entregaron. En Rusia comenzaba el gobierno marxista, que rige hasta hoy día.
Con esto se acabaron todas las esperanzas de que la familia real fuera puesta en libertad para dirigirse hacia Inglaterra.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Sáb Jun 28, 2008 6:04 pm
Habían pasado casi ocho meses en Siberia. Los ánimos estaban por el suelo. Alejandra tiritaba todo el día al lado de una chimenea que no alcanzaba a calentar, las jóvenes duquesas se aburrían mortalmente y Alexis, a causa de un nuevo accidente, ya no podía caminar.
Otro cambio de domicilio les esperaba. De Tobolsk fueron arrastrados a Ekaterinenburgo, dónde bajo las órdenes de un feroz bolchevique, comenzaron a vivir una verdadera tortura, Amontonados en tres cuartos de una casa, estaban totalmente vigilados, comían poco y mal y ya casi no quedaban esperanzas. La última vez que se les permitió ir a misa, las muchachas sollozaban abiertamente en sus reclinatorios.
Finalmente, el 6 de julio de 1918 sus carceleros decidieron asesinarlos. Los ejércitos leales al zar se acercaban a la ciudad, y sin que la familia sospechara nada, se preparó la ejecución para la medianoche.
Alrededor de las 12 de la noche la familia fue despertada diciéndoles que se acercaba el ejército Blanco y que serian trasladados. Nicolás llevó en sus brazos al adormilado Alexis y todos bajaron al subterráneo. Trajeron unas sillas y se sentaron a esperar. Un segundo más tarde entró la tropa de fusileros. Nicolás intentó levantarse para proteger a su mujer e hijos, pero no alcanzó a decir "
¿Que..."
cuando una bala le atravesó la cabeza, muriendo instantáneamente. Alejandra levantó la mano para hacer la señal de la cruz y cayó junto a sus tres hijas mayores. Alexis intentó agarrarse de la chaqueta de su padre, pero un nuevo disparo lo dejó inmóvil. La doncella, que sobrevivió a la primera ráfaga, fue muerta a golpes de bayoneta, y Anastasia, que solo había caído desmayada, despertó dando un grito. Todos los fusiles apuntaron sobre ella... De pronto, el cuarto lleno de humo y olor a pólvora quedó en silencio. Era el fin.
Los cuerpos de la familia Romanov fueron envueltos en sábanas para ser trozados, quemados y enterrados en una mina en las afueras del pueblo.
Ocho días después entraron los ejércitos leales a la ciudad. Un grupo de oficiales corrió a la casa donde el último zar, su mujer y sus hijos habían estado prisioneros, pero solo encontraron el perro del pequeño Alexis que vagaba hambriento... En las habitaciones del subterráneo había huellas de bala y sangre, y la pared contra la cual se había apoyado la familia tenia grandes trozos de yeso menos. Una masacre había ocurrido en el cuarto pero era imposible saber cuantas eran las victimas.
FIN
Y ese fue el resumen del libro que se había publicado, aproveche de poner esas fotos que tal vez no tenian
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Mar Jul 01, 2008 6:57 pm
QUISIERA RESPUESTAS!!!!
CENICIENTA1971- Su Alteza Real
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Miér Jul 02, 2008 5:16 am
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Jue Jul 03, 2008 11:31 pm
GRACIAS POR LA RESPUESTA!!!
CENICIENTA1971- Su Alteza Real
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
bhetisu Mar Jul 08, 2008 10:15 pm
muchas gracias por el relato sobre Mafalda de Saboya, todos son interesantisimos pero éste me ha impresionado especialmente y estoy con el corazón encogido
un saludo afectuoso a todo el foro, es una delicia entrar aquí
bhetisu- Mensajes : 32
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Sáb Jul 19, 2008 11:57 pm
MARIA ANTONIETA INTIMA
UNA NIÑA SE CASA
En la residencia de Madame de Pompadour, en Babiole, tuvieron lugar en el año 1755 las conversaciones entre Francia y Austria, que prepararían el cambio de la política tradicional, el "
trastocamineto de las alianzas"
.
Guerra de los 7 años
Este tratado ponía término a los desacuerdos que durante 3 siglos había separado dos pueblos hechos para comprenderse. "
Deseaban la paz, dice Bernis, y creyeron que esta alianza la proporcionaría, afirmándola"
. Fue una decepción. Casi inmediatamente estalló la guerra la que iba a durar 7 años. A pesar de las derrotas que sufrió el ejército francés, Luís XV y Maria Teresa de Austria resolvieron mantener la alianza y casar al Delfín con una archiduquesa. Cuando el tratado de Paris, en el año 1761, el Delfín contaba 9 años. El 24 de mayo de 1766 el Príncipe Starhemberg salió de Francia y ya estaba seguro que la novia seria la archiduquesa Maria Antonia.
Maria Antonieta
Del Matrimonio de Maria Teresa, hija del emperador Carlos VI, con Francisco, Duque de Lorena y Gran Duque de Toscana nacieron 16 hijos. Diez de ellos sobrevivieron. Maria Antonieta era la novena. Todos pasaban sus vacaciones en Schombrünn, residencia de caza ubicada a solo dos leguas escasas de Viena, bajo la vigilancia de una gobernanta, de profesores y del médico de la corte, Van Swieten. Gozaban de gran libertad y no veían a la emperatriz, la que pasaba muy ocupada con sus tareas de soberana, sino en raras ocasiones. Era una existencia sin restricciones, una vida casi silvestre.
Familia Imperial
En cambio, el emperador Francisco les consagraba largas horas. No tenia ambiciones, y prefería dejar a Maria Teresa el cuidado de gobernar el imperio.
La preferida era Maria Antonieta, "
Madame Antoine"
, la que apenas había cumplido 10 años cuando murió su padre. ¡Cuanta pena experimentó!.
Francisco de Lorena
Cuando aun no había cumplido 13 años, ya en todas partes se hablaba de su matrimonio y los rumores venían tanto de Paris como de Viena. Sin embargo, aun no había nada decidido... El embajador de Francia, M. de Durfort, salía un día del palacio imperial de Viena donde Maria Antonieta había acabado de danzar un ballet con sus hermanos Fernando y Maximiliano, cuando se encontró con el príncipe Starhemberg quien le preguntó:
¿Como encuentra usted a la archiduquesa Maria Antonieta?
Perfectamente bien, respondió M. de Durfort.
El príncipe lo miró riéndose y volvió a decir.
¡El Delfín tendrá una mujer encantadora!
Y Durfort replicó riéndose a su vez:
Es un buen bocado y estará en buenas manos...
Se interrumpió, temiendo haber dicho mucho y después agregó:
Si se lleva a cabo este proyecto.
En el mes de abril de 1768, un agente secreto, llamado Barth, enviado por el duque de Choiseul fue a Viena y dirigió a M. Gerard una misiva que decía: "
Sus majestades imperiales se han impuesto con viva satisfacción de todo lo que el señor duque de Choiseul ha declarado al señor embajador (de Austria) referente al futuro matrimonio de Madame la archiduquesa Antonieta con Monseñor el Delfín... Sus Majestades imperiales, también han visto con sumo agrado que el Rey muy cristiano, pide constantemente noticias de su futura hija"
.
Luis XV
El conde de Mercy-Argentau sucedió al príncipe de Starhemberg como embajador de Austria en Paris. Luís XV lo interrogó a menudo sobre la educación que había recibido la futura Delfina. No ocultaba que le daba gran importancia a la pureza del idioma francés y pedia que la princesa lo estudiara con ahínco. Advertida del deseo del rey, la emperatriz Maria Teresa confió estos estudios de su hija a dos actores franceses. Aufresne y Sainville. También la iniciarían en los gustos y costumbres del país donde reinaría un día.
Pronto se dieron cuenta de que la princesa ignoraba casi todo lo que saben los niños de su edad. Hablaba un poco de italiano, pronunciaba bastante mal algunas palabras francesas y era aficionada al baile y a la música. Para modelar su carácter a la francesa le enviaron un sacerdote de Paris, el Abate Vermond, quien seria también su confesor. Era doctor en la Sorbona y bibliotecario del Colegio de las Cuatro Naciones.
Los progresos eran lentos y Vermond se consolaba escribiéndole al conde de Mercy: "
Espero que su excelencia se sentirá encantado con Madame la archiduquesa. Su fisonomia adqueire cada dia mayores atractivos. Pueden existir rostros mas bellos, pero me parece imposible encontrar una cara mas agradable"
.
En su impaciencia en poner termino a los preparativos para el matrimonio de su hija, la emperatriz entregó a Mercy cuatrocientas mil libras destinadas al ajuar. El 12 de junio de 1769, víspera de San Antonio, dio una gran recepción en el castillo de Luxemburgo, en honor de Maria Antonieta.
Maria Teresa y su familia
Se cruzaron cartas entre Luís XV y Maria Teresa, en las que ambos se congratulaban por esta unión tan afortunada y se prometían toda clase de desvelos en bien de la tan joven pareja de novios.
Mientras que Durfort preparaba todo en Viena y se desvelaba por los mil detalles de las diversas ceremonias que debían desarrollarse según el protocolo mas minucioso, el fabricante de carrozas Francien, terminaba en Paris los dos carruajes destinados al embajador de Francia en Viena cuando fuera, "
en nombre del Rey"
a hacer el "
pedido de ceremonia"
, de la mano de la archiduquesa Maria Antonieta. Una de estas berlinas para cuatro personas estaba tapizada de terciopelo carmesí donde se veían bordadas en oro las 4 estaciones. El otro coche era de terciopelo azul y se destacaban en el los cuatro elementos, ramilletes de flores de oro, de diversos colores, brillaban sobre el techo. Todo era extremadamente suntuoso y elegante.
El 28 de enero de 1770, Maria Teresa, José II y Maria Antonieta recibieron de parte de Luís XV una estampa simbólica que representaba al Delfín labrando. A partir de ese día, las fiestas y recepciones se sucedieron sin interrupción. En el Kammerfest del 7 de febrero mientras los archiduques y archiduquesas abrían el baile con un minueto la emperatriz llevó a un lado a Durfort, y le confió un detalle intimo sobre Maria Antonieta. La niña se había hecho mujer esa misma mañana. "
El Rey, agrega ella, se alegrará al saber que la boda no ha sido prematura"
.
Mercy-Argentau
Hacia poco tiempo que las carrozas habían llegado a Viena cuando Durfort, nombrado embajador extraordinario, hizo su entrada publica. El cortejo francés compuesto por 48 berlinas tiradas por 6 caballos cada una, pasó por las calles de Viena. Desde las ventanas de la condesa de Trautmansdorf, que era maestra de ceremonias desde la muerte reciente de Madame Lerchenfelt, Maria Antonieta y su hermana Cristina, pudieron contemplar el espectáculo cómodamente.
Maria Teresa
Al día siguiente en audiencia publica, Durfort, dirigió a Maria Teresa y José II el pedido oficial. Cuando hubo dado su consentimiento, Maria Teresa hizo llamar a su hija. Maria Antonieta se inclinó profundamente ante su madre y saludó a Durfot, quien le entregó un retrato del Delfín. Maria Antonieta interrogó a la emperatriz con los ojos. Avanzó la condesa de Trautmansdorf y le prendió el retrato en el pecho. Junto con una dote de 200 mil florines Maria Teresa agregaba anillos y joyas por un valor igual. Luís XV aseguraba a la Delfina una suma muy importante, que aun no estaba determinada y una renta anuela de 20 mil escudos de oro y 200 mil en alhajas.
El 17 de abril la archiduquesa renunció a sus derechos. El 19 se celebró el matrimonio por procuración, en la Iglesia de los Agustinos a las 6 de la tarde. El joven archiduque Fernando representó al Delfín. Asistido por el cura de la iglesia, el nuncio Briselance les dio la bendición nupcial.
Archiduque Fernando
El 20, mientras se efectuaban los preparativos para la partida, Maria Teresa escribió a Luís XV para rogarle que fuera un padre para su hija. Entregó también otras dos cartas destinadas al rey de Francia;
una para Maria Antonieta y la otra para el príncipe de Satarhemberg encargado de conducir a la Delfina a Versalles.
¡Cuanto lloró Maria Antonieta en el momento de su partida! Antes de separarse de su hija, la emperatriz le dijo: "
Se justa, humana, penetrada de los deberes de tu rango. Posees el don de agradar;
ponlo a la disposición de tu esposo. Persuádete que no hemos venido a este mundo únicamente a divertirnos"
.
Última edición por el Jue Jul 24, 2008 12:47 am, editado 1 vez
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
sebastopol Dom Jul 20, 2008 9:54 pm
noticia publicada en monarquia confidencial.
sebastopol- Su Alteza Real
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Miér Jul 23, 2008 12:49 am
ES UNA DE MIS GRANDES INQUIETUDES, MARIA ANTONIETA, LA VIDA DE ELLA ME LLAMA PODEROSAMENTE LA ATENCION!!!
GRACIAS SEBASTOPOOL, TU APORTE ES EXCELENTE!!!
SEGUIRE ATENTAMENTE EL DESARROLLO DE ESTE FORO
CENICIENTA1971- Su Alteza Real
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Jue Jul 24, 2008 12:39 am
Ya estas donde la providencia te ha destinado vivir. Vas a encontrar un tierno padre confía en él... Nada te digo del Delfin;
ya conoces mi delicadeza sobre este punto. Sometida en todo a su marido, la mujer solo debe pensar en agradarle y hacer su voluntad. La única dicha en éste mundo está en un matrimonio feliz. Todo depende de la mujer, si es complaciente, dulce y entretenida"
.
Maria Antonieta bailando en Schombrünn
El 7 de mayo atravesaron Kehl;
poco mas tarde descendían de la carroza y Maria Antonieta penetraba en un edificio construido para las circunstancias en una isla del Rhin, atravesaba por la ruta de Estrasburgo. El ceremonial imponía que la joven fuera puesta en manos francesas en terreno neutral.
La etiqueta exigía que la Delfina se despojara de sus ropas, de su camisa y hasta de sus medias y que recibiera otras prendas preparadas en su nueva patria. Todos sus objetos personales los distribuyó entre las personas que la rodeaban. Viendo alejarse, su pasado, sus amigos, su familia y dejar atrás sus costumbres y sus gustos, la joven princesa no pudo retener sus lagrimas…
Apareció luego vestida a la francesa, dándole la mano al príncipe Starhemberg, y seguida por el cortejo austriaco. Al otro lado de la mesa colocada en el medio del salón y que representaba la frontera, estaba el conde Philippe de Noailles encargado de recibir a la Delfina. Después de un aburrido discurso de Noailles, se abrió la puerta de una sala que daba hacia Francia. El sequito austriaco se alejó. Sólo quedó el príncipe Starhemberg junto a Maria Antonieta. El cortejo francés se adelanto hacia la Delfina.
La llegada de la Delfina a Estrasburgo
Llovía y durante toda la ceremonia se escuchaban los truenos. Continuaba la tormenta cuando Maria Antonieta salió de los pabellones para dirigirse a Estrasburgo. Cuando entró en la ciudad, tronaban los cañones y las campanas fueron echadas al vuelo. Creyendo serle grato, el jefe del magistrado la saludó en alemán: “No hable alemán, Señor;
desde hoy día sólo entiendo el francés”. Recibió un sinfín de homenajes;
jovencitas y muchachos vestidos de aldeanas y aldeanos le ofrecieron canastillos de flores. En las calles asaban bueyes enteros y verdaderas fuentes de vino corrían al alcance de todo el mundo. En la noche, la ciudad iluminada presentaba un aspecto feérico.
Recibió a las jóvenes de la nobleza con mucha sencillez y con tanta amabilidad que jamás pudieron olvidarla.
Al día siguiente Maria Antonieta oyó la misa en la Catedral. Con la mitra en la frente, el ayudante del cardenal de Rohan, el joven príncipe Louis de Rohan, la aguardaba en el atrio. Se veía muy apuesto con sus vestimentas pontificias y su elegante indolencia de prelado mundano, no estaba demás en la solemne ceremonia. Con un gesto amplio, hizo enmudecer los órganos y saludó a la Delfina: “Usted será Madame, le dijo, la viva imagen de esa emperatriz querida, que desde hace tiempo ha conquistado la admiración de Europa… Es el alma de Maria Teresa que se va a unir con los Borbones”.
El Delfin, futuro Luis XVI
Algunas horas más tarde Maria Antonieta partía para Savernia. El 14 de mayo llegaron al puente de Berne, en los lindes de los bosques de Compiegne. De pronto la condesa de Noailles exclamó: “¡He aquí al Rey!”. Maria Antonieta salió de su carroza dorada y roja de emoción corrió hacia Luís XV y se arrodilló. Luís XV la levantó, , le sonrió, la besó y le presentó a Mesdames, sus hijas, y al Delfín Luís. La multitud que se apretujaba tras los soldados prorrumpió en exclamaciones y bravos: “¡La Delfina!”… “¡Viva Nuestra Delfina!” En medio de su alegría Maria Antonieta besó a su futuro marido, que se veía desmañado y molesto con su traje de ceremonia.
Mesdames
Luís XV hizo sentarse a Maria Antonieta junto a él en su carroza, frente a su novio, su dama de honor la condesa de Noailles. Por los cristales del real carruaje Maria Antonieta divisaba a los jinetes, guardias de corps, mosqueteros y gendarmes que caracoleaban en el camino.
Solo el Delfín no parecía participar de la alegría general. Con un aire triste, turbado, guardaba silencio. Con los ojos fijos en el rey, la Delfina, recordaba la respuesta del joven conde de Lorges, hijo del embajador de Francia en Viena, cuando ella lo interrogaba sobre Luís XV: “Es el gentilhombre mas apuesto de la corte”. Tenía Razón. Nadie era tan seductor como el rey. Este la miraba a su vez con la misma fascinación que había experimentado cuando la vio en Compiegne. La contemplaba con tanta atención que la princesita se emocionó. Sus mejillas se cubrieron de rubor. Y sus miradas se dirigieron hacia el Delfín que indiferente, por lo menos en apariencia, no prestaba atención a lo que pasaba en torno a él.
Luis XV
Luís XV se sintió encantado con esta frescura de alma, este pudor inquieto que demostraba la joven. Amaba ya a la Delfina como si siempre hubiera pertenecido a su familia. Seguramente que su presencia animaría, alegraría esta Corte demasiado estirada. Disiparía la rudeza algo huraña del Delfín. Impulsado por un arranque, se inclinó hacia la Delfina y la tomó en sus brazos, cubriendo de besos su bello rostro.
Conquistada, Maria Antonieta, se abandonaba a sus caricias. Recordaba a su padre el emperador. Haciendo estas reflexiones apoyó su cabecita rubia en el pecho condecorado del rey. Creyó revivir los días felices de su infancia. El rey la vio pensativa y le dijo:
¿Lamenta demasiado haber dejado Viena?
¡OH, no mi papá! Respondió ella con el rostro radiante de alegría.
Maria Antonieta
Cuando llegaron al castillo de Compiegne, el rey y el Delfín llevaron a la princesa a su departamento y la presentaron al gordo duque de Orleáns, y su hijo el duque de Chartres, el príncipe de Condé, el de Borbon, el príncipe de Conti, la princesa de Lamballe. Todos recibieron una palabra amable de ella. Y declararon el alta voz que el encanto de la Delfina era superior a todas sus esperanzas. ¡Que linda reina tendrían!
Al día siguiente cuando salieron de Compiegne, la Corte se detuvo en Saint Denis, donde Madame Louise, la mas joven de las hijas s Luís XV, se había retirado poco tiempo antes a las Carmelitas. Después partieron hacia La Muette. Había acudido tanta gente desde Paris que les costó atravesar en el medio de la muchedumbre y solo llegaron a su destino a las 7 de la tarde. Allí le presentaron a los dos hermanos del Delfín. Primero se adelantó el conde de Provenza. Tenía 14 años y medio, la misma edad de Maria Antonieta. Deformado por una obesidad precoz, la saludó pavoneándose, y le recitó un cumplido en verso, con aire tan satisfecho, que ella quedó extrañada. El conde de Artois, se asemejaba mucho al rey y contaba 13 años a lo más. Era muy apuesto, de modales corteses y nobles. Agradó inmediatamente a la joven princesa.
La cena en la boda de la Delfina
Esa noche Luís XV ofreció un gran banquete. Una mujer a quien Maria Antonieta no había visto aun, se sentó en la mesa del rey. Sus rizos rubios caían sobre sus hombros. Con rasgos muy finos, nariz pequeña, boca delicada, poseía una tez que un poeta habría podido comparar con “una hoja de rosa caída en la leche”, se aprecia a esos ángeles que se admiran en los cuadros religiosos de Corregio. Sus pupilas azules se deslizaban entre los parpados medio cerrados que le prestaban un lánguido encanto a su fisonomía. Cuando supo que era Madame du Barry, Maria Antonieta no pudo retenerse y exclamó: “¡Es encantadora!” Le preguntó a una dama cuales eran sus funciones en la corte y esta le respondió: “Agradar al rey y entretenerlo”. Maria Antonieta exclamó entonces: “En ese caso, ¡deseo ser su rival!”.
Las hijas del rey, Mesdames, le lanzaron una mirada muy escandalizada.
Madame du Barry
Al día siguiente Maria Antonieta se dirigió a Versalles donde se efectuó el matrimonio. Cuando el Delfín colocó el anillo de compromiso en el dedo de la Delfina y le entregó las monedas de oro, Luís XV firmó el primero, el acta de matrimonio. La Delfina escribió fácilmente sus cuatro nombres: Maria Antonia Josefa Juana;
pero desgraciadamente, su pluma dejó caer en el registro una gota de tinta…
Boda de los Delfines
Después de un desfile de reverencias y de homenajes, el público pudo entrar y admirar a la Delfina sentada a la derecha del rey. De súbito estalló una violenta tempestad. La multitud que había invadido las calles y el parque de Versalles huyó precipitadamente.
Hacia la medianoche, el gran capellán bendijo el lecho. La duquesa de Chartres presentó la camisa a Maria Antonieta. El Delfín la recibió de manos del rey. Todas las miradas estaban fijas en estos esposos apenas salidos de la infancia. La Delfina parecía muy emocionada y ruborizada. Al verla tan atrayente. Luis XV se preguntaba como era posible que el Delfín conservara ese aspecto huraño que no lo había abandonado desde que salieron de Compiegne.
Al día siguiente durante la presentación general, todos se atropellaban en el departamento de Maria Antonieta. Cenó sola, porque el rey y el Delfín habían salido para cazar el ciervo, en Belle Image. La joven estaba algo desconcertada por este abandono y no tenia mas distracción que la compañía de la austera y rígida condesa de Noailles, que le hablaba gravemente del ceremonial y la etiqueta.
Versalles
Toda su alegría y entusiasmo parecía haber desaparecido. Se sentía molesta en medio de las vastas habitaciones demasiado suntuosas de Versalles y recordaba añorando la sencillez de Schombrünn.
Los días y las noches transcurrían en medio de una soledad de corazón que la mortificaba profundamente. Pasaba el tiempo leyendo las cartas de su madre. Movía la cabeza repitiendo ciertos pasajes: “La verdadera felicidad en este mundo solo se consigue en un matrimonio dichoso… Todo depende de la mujer…” Y tal como la aconsejaba su madre, redoblaba sus caricias y sus gracias para darle mayor confianza a éste marido tímido y huraño.
Durante diez días se sucedieron las fiestas y diversiones de todas clases en Versalles. El último espectáculo fueron los fuegos artificiales que tuvieron lugar en la plaza de Luís XV. El rey no asistió porque se encontraba en Bellevue con Madame du Barry. El Delfín estaba cazando. Maria Antonieta llegó en una carroza con Mesdames en un momento que un gran resplandor iluminaba el cielo. Se escucharon gritos de espanto. Uno de los pabellones estaba ardiendo. La multitud corría por todos lados enloquecida. Desgraciadamente esa noche el puente de las Tullerias estaba cerrado. Había una sola salida: la calle Royale. La muchedumbre que huía se atropellaba con los curiosos que legaban por los bulevares. Las carrozas apostadas en la calle acrecentaban el desorden. Empujados por todas partes, caían en las fosas recién abiertas. Para salvarse, se daban de puñetazos, bastonazos, y algunos sacaban su espada… Asustada la Delfina regresó a Versalles. Lloró toda la noche. Y sus lágrimas fueron mas amargas cuando se impuso que habían muerto ciento treinta y dos personas y quedaban unos novecientos heridos.
Así terminaban las fiestas de su matrimonio
Voy lento transcribiendo pero igual va saliendo
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Jue Jul 24, 2008 5:24 pm
ME ENCUENTRO EXTASIADA CON ESTA HISTORIA!!!
MARAVILLOSA!!!!
:p
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Vie Jul 25, 2008 1:35 am
El Delfín de Francia, Luís Augusto, ya tenia 15 años, pero el amor y sus derivados lo dejaban muy indiferente. Salvaje y rustico, como ha dicho un embajador de Venecia, parecía que se había criado en un bosque. Este nieto de Luís XV no se parecía nada al Bien-Amado;
robusto pero pesado, le faltaban los atractivos vencedores del Príncipe Encantado. Hábil para la caza, y para los trabajos manuales, grave y reservado, parecía muy rebelde a los encantos femeninos. Y condenado por su estado a la sociedad de las mundanas efervescencias, soportaba sus parloteos con una resignación aburrida.
Maria Antonieta
La conducta del Delfín no dependía exclusivamente de su temperamento;
contribuyó a ello la educación que había recibido. Sus padres y maestros lo pusieron en guardia sobre el peligro del atavismo. Su ayo, el duque de La Vauguyon, “uno de los pocos señores que escapó al libertinaje de la época”, como ha dicho Madelin, reunió en torno suyo preceptores tan sabios como austeros: D’Allouville, el marqués de Senety, el abate de Badonvilliers, Monseñor de Coëtlogon. Habiendo recibido de uno de ellos un sentido intransigente del deber y una piedad profunda, el joven sufría con los extravíos de conducta que habían empañado la gloria de sus antepasados. Desde muy niño, se había prometido huir del ejemplo de sus ascendientes, y reparar sus faltas con una estricta circunspección hacia las mujeres, eternas tentadoras. Al casarse obedeciendo los deseos del abuelo, ¿abdicaría esta reserva a favor de la elegida por M. de choiseul?
La corte no lo creía, y todos acechaban las reacciones mutuas de los nuevos esposos, y los cortesanos mas advertidos no auguraban nada bueno de dos caracteres tan diferentes.
Algunos hechos, aunque parecían insignificantes, apoyaban a los pesimistas.
Durante un grandioso banquete de bodas, servido en Versalles, el Delfín le hacia honor a la comida con el apetito acostumbrado;
el reuy le dijo sonriendo:
No cargue mucho el estomago esta noche.
Luís sorprendido, respondió ingenuamente:
¿Por qué? Siempre duermo mejor cuando como bastante.
Y al día siguiente inscribió en su diario intimo: “Nada”, palabra repetida con tanta monotonía, que su efecto pesó gravemente en el porvenir de la monarquía.
Dos días después, se supo que el Delfín había abandonado a su pequeña esposa antes del alba para ir a cazar.
Cuando regresó, cansado, fue inmediatamente a saludar a Maria Antonieta.
¿Ha dormido bien? Le preguntó
Si, respondió la Delfina. Y después se puso a jugar con mirada soñadora con el perrito, y el abate Vermond, su antiguo preceptor, que asistió a ésta entrevista, se retiró con el corazón “acongojado”.
Luís XVI
Luís cumplió 16 años el 13 de agosto de 1770, y prometió a su esposa que festejarían este acontecimiento viviendo en adelante con ella en Compiegne “en la mayor intimidad”. Habían transcurrido 3 meses desde el matrimonio, y todos esperaban que esta promesa, unida al aire vivificante de Compiegne, daría los resultados tan esperados, y en septiembre, tras nueva promesa, se dirigieron a Fontainbleau, pero tampoco este cambio les fue favorable.
Llegó octubre, y aun no sucedía nada, salvo que una noche que el Delfín tuvo una indigestión, éste decidió ocupar un dormitorio aparte. Pero, respetuoso de sus obligaciones conyugales, hacia frecuentes y regulares visitas nocturnas a su mujer.
El interés del trono
En realidad, Luís, solícito y visiblemente enamorado, sin renunciar a los trabajos de cerrajería y a la caza, pasaba la mayor parte de los días en compañía de Maria Antonieta.
Pero a la larga, la conducta de la Delfina se hizo significativa. Parecía preocupada y algo aburrida. Después la vieron afectar súbitamente una alegría loca y lanzarse ciegamente en todas las diversiones: Juegos, bailes, fiestas y otros pasatiempos muy inocentes, sin duda, pero, en todo caso, peligrosos. Una joven aparentemente insatisfecha es una ganga para los seductores que siempre abundan en la corte. Homenajes equívocos, halagos interesados, cumplidos lánguidos, revoloteaban en torno de la esplendorosa belleza de la Delfina.
Y así pasaron los meses y los años, y aunque “el indolente marido visitaba a su mujer con mayor frecuencia” como dice André Castelot, “tan concienzudo como desmañado, se obstinaba en ensayos cada vez mas lamentables”. El niño tan deseado no aparecía. Entonces comenzó a circular el rumor de que el Delfín era impotente, lo que se comentó no sólo en Paris, sino también en otros países de Europa.
Pero, a pesar de las opiniones de los médicos, Maria Antonieta parece que no creyó en un impedimento físico de su esposo. Escribió a su madre el 18 de abril de 1773:
Lasonne
“El Delfín respondió perfectamente a Lasonne durante la consulta. Está bien constituido, me ama, y tiene buena voluntad. Pero es de una indolencia y de una pereza que sólo sacude cuando va de caza”.
Deseoso de ver a su hermana José II, emperador de Austria hizo una visita a Francia, y durante su permanencia en Versalles habló confidencialmente con Luís XVI, y le hizo ver la necesidad de preocuparse de la felicidad conyugal de su mujer.
José II
De tal suerte, supo imponerse el imperial cuñado, que cuando salió de Versalles, el 30 de mayo de 1777, dejó ya muy adelantado el avenimiento de ambos esposos. Maria Antonieta pudo anunciar a su madre el efecto de las exhortaciones, hechas por su hermano a su esposo:
“Gozo de la dicha mas esencial de la vida. Hace ya más de 8 días que mi matrimonio está perfectamente consumado;
ayer reiteró la prueba, y con mucha más suerte que la primera vez… No creo que esté grávida aún, pero tengo la esperanza que esto sea de un momento a otro”.
Maria Antonieta sufrió, evidentemente con estas alternativas de esperanzas y decepciones, lo que modificó esencialmente su psiquis. Se comprende que se haya entregado a ese frenesí de diversiones después de varios años de matrimonio, lo que seria un derivativo a su hastío y una compensación a sus muchas desilusiones.
Última edición por el Mar Ago 26, 2008 2:39 am, editado 4 veces
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Vie Jul 25, 2008 11:03 pm
ALGUIEN ME PUEDE EXPLICAR?????
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Sáb Jul 26, 2008 12:19 am
La du Barry
Maria Antonieta
Madame Elisabeth
Todos pintados por la misma autora, a ellos debe ser el parecido me imagino
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Dom Jul 27, 2008 12:10 am
CONTINUA CON TU RELATO!!!!
:p :p :p :p :p :p
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Dom Jul 27, 2008 3:20 am
Un día de abril de 1778, Stephan Zweig cuenta ésta anécdota, la reina se acercó a su marido, y con rostro preocupado, y fingiendo que estaba ofendida, le dijo: “He venido, Sire, a quejarme de uno de sus súbditos, que es lo bastante audaz como para darme puntapiés en el vientre”. El rey, a pesar de estar mas despabilado, no comprendía las bromas muy fácilmente, pero de súbito, estalló en una carcajada, y muy orgulloso con ésta prueba de su virilidad besó fogosamente a su esposa.
El 5 de mayo, partió un correo para llevar la noticia a Viena. El 4 de agosto se anunció oficialmente a la corte la gravidez de la reina.
El bebé nació el 19 de diciembre de 1778. Fue una niña. Maria Antonieta, que según la tradición secular dio a luz ante toda la corte, tuvo un “golpe de sangre”, y solo se salvó gracias a una sangría, practicada con gran urgencia.
El rey, la corte, Francia entera y también Viena, tuvieron gran regocijo, porque el nacimiento de la princesita permitía abrigar legítimas esperanzas de un Delfín.
Pero transcurrieron los meses y Maria Teresa se impacientaba y hacia reproches a su hija, porque empleaba mal las noches.
En 1780, la reina estaba nuevamente grávida. Desgraciadamente el embarazo no llegó a su término, y Maria Teresa murió el 29 de noviembre de 1780, sin haber conocido a su nieto. Pero el 22 de octubre de 1781, a la una y cuarto, Luís XVI, con los ojos llenos de lágrimas, se acercó al lecho donde la reina había sufrido toda la mañana y anunció con voz potente:
Monsieur el Delfín quiere entrar.
Los cañones dispararon ciento un cañonazos para que el pueblo de Paris se impusiera de la feliz nueva. Todos enviaron a Versalles delegaciones de los oficios en que se desempeñaban, y presentes y hasta un actor leonés aún desconocido, compuso unos versos en honor a la reina, “la augusta princesa, cuya bondad y virtudes han conquistado todos los corazones”. Ese poeta se llamaba Collot d’Herbois;
algunos años mas tarde firmó la sentencia de muerte de Luís Capeto.
Pero, Antes, Maria Antonieta fue madre dos veces más;
y en 1785 nació el futuro Luís XVII, y en 1786 una princesita que murió un año más tarde.
Insensiblemente, las alegrías y los deberes de la maternidad apartaron a la reina de la vida frívola de la corte.
Poco a poco las pruebas familiares, las enfermedades de los hijos, la muerte de Sofía y del primer Delfín, consolidaron en el dolor común la mutua ternura de los padres.
Maria Antonieta ya estaba lista para las pruebas que se anunciaban, y cuando sonó la hora del sacrificio supremo, ambos esposos supieron caminar hacia al muerte con el mismo paso, como “verdaderos compañeros de la eternidad”.
La dulzura de vivir
Hay un grabado de la época, que nos muestra a algunos personajes reunidos en torno de una mesa. Representa una escena de verano, en el campo;
está abierta la puerta del salón, y por ella se divisa un hermoso jardín apacible.
Juegan;
pero, seguramente el interés es relativo, porque no impide que los jugadores charlen animadamente. Uno de ellos se levanta un poco, para responder a una joven que con el abanico en la mano se apoya indolentemente en el respaldo de un sillón.
Este grabado, elegido entre muchos otros, es la imagen de una sociedad que había alcanzado la cúspide del refinamiento, y solo se distraía con las conversaciones, las fiestas, las cenas, los goces de al intimidad, el juego y las relaciones familiares sin etiquetas y ceremonias. La revolución ya se acercaba, y como si presintieran confusamente la tormenta que se avecinaba, parece que estos privilegiados, estos espíritus curiosos y alegres, esos grandes señores filósofos, deseaban vivir en amable compañía, y distraerse mutuamente dejando a un lado los tristes presentimientos.
A los grandiosos y vastos salones del siglo pasado, incómodos y helados, todos preferían ahora las habitaciones más reducidas, donde podían prescindir de la ayuda de la servidumbre y comer “en confianza”.
Ordinariamente estas cenas se componían de ave, verduras y pescado;
dejaban para los advenedizos el pavo y las trufas. En casa de Mme. De Bouffiers, que pasaba de un momento difícil de sus finanzas, la minuta era muy frugal, las ventanas no cerraban bien, dejando pasar la brisa, las sillas eran muy sencillas, de madera sin tapizar;
pero se instalaban entre dos biombos, junto a la chimenea, donde ardía un fuego de leña que humeaba;
pero todo el mundo estaba encantado: “Ayer comimos donde Mme de Bouffiers, escribía la princesa de Poix;
¡nos moríamos de hambre de frío y de risa!
Hasta en la corte estaban hastiados de la pomposa y rígida etiqueta instaurada por Luís XIV, y la nueva generación trataba de disipar el aburrimiento que les inspiraba estos ritos. Las mujeres de la alta sociedad, que componían el séquito de la reina, y hacían sus servicios por barrios, iban dos o tres veces por semana a cenar a Paris, en lugar de pasar los ocho días en Versalles.
Maria Antonieta no fue la última en manifestar su independencia de humor, su necesidad de emancipación. Cuando aun era Delfina, le reprochaban su exceso de vivacidad;
decían de ella que era burlesca, capaz de reírse de la gente en su propia cara. “Si esto es verdad, le escribía la emperatriz Maria Teresa, se podría poner en duda su bondad de corazón;
no es un defecto pequeño en una princesa”. Cuando ya era reina, los cortesanos de más edad le reprochaban que prefiriera a la juventud, y de buscar todas las ocasiones que le permitían librarse de las etiquetas que le imponía su rango.
Es verdad que habiendo crecido en Viena, en la sencillez de las cortes alemanas, donde las costumbres eran familiares y burguesas, le costaba mucho a Maria Antonieta acostumbrarse a las tiránicas reglas, tan anticuadas, que eran de uso en la familia real hasta en su vida intima. Por ejemplo, la costumbre exigía que en la mañana, al despertar, entrasen en su habitación todas las damas de honor y de guardarropa, vestidas con sus trajes de ceremonia, lo mismo que las princesas de sangre real, a las que pertenecía el privilegio de verter el agua para lavarle las manos, ponerle la camisa y presentarle el vestido;
Maria Antonieta abolió casi inmediatamente esta ceremonia. Tan pronto como se levantaba del lecho y levantaba sus cabellos, saludaba a las damas que estaban en su dormitorio, y seguida por las mujeres encargadas de su servicio privado, pasaba a otra pieza retirada, donde la esperaban generalmente, la modista y su peluquero, al que siempre escogía al que estaba mas en boga. También se acostumbró a circular por el castillo acompañada solamente por dos pajes, en vez de hacerse seguir por sus eternas damas de honor en traje de corte.
En el verano, cuando la atmósfera calurosa del castillo se hacia irrespirable, no temía salir a la terraza después de comer, para respirar un poco de frescura;
en el parque que estaba abierto al publico, en las noches de concierto, se colmaba de gentes que permanecían allí hasta las tres de la mañana;
naturalmente, esto dio origen a muchas criticas, aun cuando la reina no salía de la terraza y siempre daba el brazo a una de sus cuñadas, y que además, siendo muy fácil reconocerla por su vestido de percala y su gran sombrero de paja, todos apartaban para cederle el paso.
Hizo otras escapadas mas lamentables, que contribuyeron a empañar su reputación, como esas fugas que se permitía hacer, apareciendo en los bailes de mascaras de la Opera, con dominó y antifaz de terciopelo, para reunirse con su grupo preferido. El rey se molestaba, reprendía a su esposa por salir tan a menudo sin él de día y de noche, pero ella mortificada le respondía: “que en Viena tenia mas libertad”. Pero seria injusto no reconocer que en las horas de ceremonia y aparato, Maria Antonieta cumplía con sus obligaciones de soberana con tanta afabilidad como dignidad plena de seducción.
El refugio del Trianon
Es muy sabido que después de su advenimiento al trono, Luís XVI, soberano bondadoso hasta el exceso, le regaló el “Petit Trianon”. Recibió la reina este presente con una alegría infantil, feliz de tener un refugio donde pudiera vivir a su antojo, como simple particular, gozar de sus placeres preferidos, de la amistad e intimidad, disponiendo de una casa y un jardín como tantas otras mujeres de la corte y de al ciudad. Transformó el parque a la francesa que había heredado de Luís XV, y, siguiendo la moda, lo hizo al estilo inglés que había puesto de moda Hubert Robert, que gustaba de lo pintoresco e imprevisto.
El rey mismo llegaba allí invitado por su mujer;
se reunía con ella cuando regresaba de la caza. Los suizos tenían orden de cerrar rigurosamente la reja a las personas que no había designado la reina. Las princesas de la familia real, convidadas a comer o a cenar “llegaban a pie y sin guardia atravesando el parque”. A veces la reina se quedaba hasta un mes en su Trianon, donde solo recibía a sus amigos personales, donde hacían la vida acostumbrada en los castillos: cuando entraba al salón, nadie interrumpía su ocupaciones;
las mujeres continuaban bordando en sus bastidores o tocando el clavecín;
los hombres, en su partida de billar o de ajedrez. El tono de las conversaciones era de las charlas mundanas. Se hablaba mucho de teatro. Recibía artistas, músicos etcétera.
Es inexacto que Maria Antonieta jugara a los pastores con corderitos rizados y adornados con cintas. El caserío que hizo construir al extremo del parque no era una decoración de opera cómica, como se ha dicho, sino el lugar donde habitaba el jardinero con su familia, el guarda y su mujer y los edificios de la granja, gallinero, lechería, con todos los elementos que componen una verdadera explotación agrícola. Una de las 12 casas que formaban el caserío era mas vasta y estaba reservada al rey y a la reina. Maria Antonieta había conservado de su infancia el gusto por los placeres campestres, y se entretenía en hacer compañía de sus amigas, “quesos y mantequilla dirigidos por los consejos de la granjera”.
Muchos reprocharon a Maria Antonieta las sumas que gastó en el Trianon, en el mismo momento que se agravaba el déficit del tesoro. Su carácter tuvo mucha culpa de su impopularidad, porque, sumamente afectuosa, pero emotiva, espontánea, vehemente, era incapaz de dominar sus sentimientos y de disimular sus aversiones. Refiriéndose a ella dice Mme. de Boigne: “Orgullosa como una princesa y celosa como una burguesa”. Para la reina no había titulo mas envidiable que ser la mujer mas bonita y mas en boga de todo el reino. Gastaba una inmensidad de dinero en sus atuendos porque, aunque fueran sencillos, siempre eran de gran refinamiento, y se demostraba mucho mas sensible a los cumplidos que se le dirigían como mujer que a los homenajes que recibía como reina.
Sin embargo cuando Maria Antonieta olvidaba su papel de mujer a la moda, lo que era una obsesión en ella, resultaba verdaderamente encantadora. Una noche, al llegar a su palco a la Opera, cuando ya se iba a levantar el telón, recorrió la sala con su mirada, y descubrió en un palco bajo a Antonieta, hija del compositor Grétry, que era su ahijada;
entonces quitándose los guantes, le envió un beso con la punta de los dedos. Gesto de un matiz travieso, tan encantador e imprevisto, y que hizo con tanta naturalidad que los bravos estallaron por todas partes, obligando a los músicos de la orquesta a suspender la ejecución del preludio.
Última edición por el Vie Oct 03, 2008 2:14 am, editado 1 vez
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Lun Jul 28, 2008 2:03 am
La fidelidad conyugal no era lo que mas brillaba en la corte. Pero en las relaciones entre marido y mujer se notaba el mismo cuidado en conservar las apariencias preservando las formas y la armonía de la vida social. La mayoría de las mujeres de ese tiempo, educadas en el convento que las preparaba para el mundo, se casaban sin haber cambiado mas de 10 palabras a solas con su futuro esposo;
generalmente la casada contaba unos quince años (Mlle. de Bouffiers, que se casó con el duque de Lauzun, tenia catorce años). Tan pronto como terminaban las fiestas de la ceremonia, el marido volvía a sus costumbres de soltero, y sus relaciones íntimas ocupaban un sitio más importante en su corazón que el que correspondía a su mujer legítima, la que él no había escogido. La independencia de la que el gozaba la concedía también a su esposa, siempre que esta respetara las conveniencias. Reinaba entre ellos un ambiente de igualdad, y cada uno escogia sus amistades y sus diversiones. Pero jamás faltaban a las consideraciones que se debían mutuamente.
Sin embargo tal como sucede ahora, también había almas serias, y no todas esas parisienses se creían obligadas a seguir los ejemplos de “relaciones peligrosas” o “casualidades junto al hogar”. El uso que hacían de su independencia dependía como se ha visto siempre, de sus inclinaciones y de su carácter. Mme. de Choiseul fue durante unos 35 años la esposa mas amante del mas voluble de los maridos. El duque compartía su existencia entre Versalles, su hotel particular de la calle Chanteloup y otras residencias privadas y discretas;
era muy atento con su esposa, siempre agradable y sonriente, pero muy enamorado de la otra. Mme. de Choiseul sufría cruelmente por esta amable indiferencia, pero jamás lo demostró, ni pensó entregar a otro su excedente de ternura.
Algunas de estas relaciones tuvieron un fondo de sinceridad y fueron profundamente arraigadas;
así lo demostraron durante las terribles pruebas de la revolución.
La delicadeza no solo se demostraba en los modales;
también se albergaba en los corazones. Ese mundo antiguo, tenia arranques de una frescura fascinante, una espontaneidad que se demostraba en el modo de ser, porque estas mujeres, para quienes el destino fue tan severo, sabían traducir instintivamente, sin rebuscamientos, los mas finos impulsos del alma, los mas íntimos;
tenían, como ya se ha dicho, el estilo de su pensamiento.
El niño prodigio
Hay un capitulo en las “Memorias” de Mme. de Boigne, en el que relata su infancia, transcurrida en Versalles durante los últimos años del antiguo régimen. Su madre, la condesa de Osmond, tenía un puesto en la corte, lo que la había introducido en la intimidad de la familia real. Mlle. d’Osmond no fue mandada a criarse donde una nodriza, como se usaba hasta entonces, enviándolas después al convento, como se acostumbraba a hacer con las niñas de la nobleza, las que mas tarde, vestidas y adornadas como damitas, sólo aparecían en sociedad para sentirse molestas, tímidas y amurradas;
Mlle d’Osmond se desarrolló en plena libertad, en medio de la corte, , vestida sencillamente de batista y con los cabellos rizados cayendo sobre sus hombros.
Mlle d’Osmond
A los 5 años era una niña prodigio, que ya conocía a Racine de memoria, y frecuentemente la llevaban a la comedia, para que refinara su mente. El rey y la reina la llamaban gustosos, para que los acompañara;
les gustaba oírla charlar y responder espiritualmente a sus preguntas. Se les ocurrió obsequiarles una muñeca excepcional, con un ajuar completo, joyas y un relojito verdadero junto con una reproducción del lecho de duquesa propio para una niña de 7 años. Cuando todo estuvo listo, llamaron a la chica al comedor donde los soberanos terminaban de comer en el castillo de Bellevue. La puerta se abrió y llegó la muñeca, que llevaban en su lecho y escoltada por todos sus accesorios.
El rey había tomado a Adele de la mano:
¿Para quién es todo esto, Adele?
Me parece que es para mi Sire.
Todo el mundo se puso a jugar con la muñeca, y Mme de Boigne recuerda haber visto a Maria Antonieta y a su cuñada Mme Elisabeth, de rodillas, entreteniéndose en hacer la cama y riendo a carcajadas de su habilidad para dar vuelta el colchón. “No se imaginaban las desgraciadas princesas que dentro de algunos años se verían obligadas a hacer su propio lecho”.
Pasaron los años. La tormenta ya había sacudido Versalles y sacado del castillo a la familia real, que ya estaba semiprisionera en Paris, desde donde apenas podía permitirse furtivos paseos a Saint Cloud y a Bellevue. Allí encontró por última vez Adele d’Osmond a la reina, en la terraza del castillo en el verano de 1790. La soberana estaba con centinelas que vigilaban sus pasos. A la vista de esta insólita guardia, la chica, más desconcertada que asustada, se acercó a Maria Antonieta, y sollozó. La reina se arrodilló, apoyó su rostro contra el de la niña, y trató de consolarla murmurándole a su oído: “Paz, paz, mi Adele”.
Y la niña sintió que por su mejilla también se deslizaban las lágrimas de la reina.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Lun Jul 28, 2008 2:41 pm
ENTRE EN EXTASIS PROFUNDO CON ESTE RELATO!!!
CONTINUA POR FAVOR, ESPERO QUE LO TERMINES PRONTO!!!
CENICIENTA1971- Su Alteza Real
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Edith Lun Jul 28, 2008 7:14 pm
de verdad me facina todo lo ke tiene ke ver con ella
me encantaaa!!
ke bueno ke lo pusisteee!
gracias xD
Edith- Su Alteza Serenísima
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Lun Jul 28, 2008 10:52 pm
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
druxa Mar Jul 29, 2008 6:58 pm
)
TE FELICITO, DE CORAZON.
druxa- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Jue Jul 31, 2008 2:20 am
Esta estafa fue cometida por una aventurera de una desfachatez increíble: Jeanne de La Motte, hija de Jacques de Saint Remy, barón de Luze y de Valois. Descendía en línea directa de un hijo natural legitimado de Enrique II, y vivía bastante miserablemente en los alrededores de Bar-le-Duc. De generación en generación, los Saint Remy, gentileshombres, campesinos, cazadores, a veces furtivos, merodeadores, habían tenido que vender sus tierras y el padre de Jeanne, después de haber seducido a la hija del conserje de su castillo, se había casado con ella y murió en Paris en el año 1760, definitivamente arruinado, dejando una numerosa prole.
Su viuda que era de una moralidad deplorable se desinteresó de sus hijos, que se vieron reducidos a mendigar. La pequeña Jeanne imploraba a los transeúntes diciendo:
Piedad para una huérfana de la sangre de los Valois…
De este modo se dirigió un día a la marquesa de Boulainvilliers quien, intrigada, hizo una investigación sobre la genealogía de la chica y muy compasiva se encargó de su educación. Después de colocarla en Passy, quiso que aprendiera un oficio, pero la niña, de carácter voluble, fue sucesivamente lencera, lavandera, cocinera y aguatera. Mme de Boulainvilliers la llevó nuevamente a su casa;
hizo que completara su instrucción en la abadía de Longchamp donde admitan a las hijas de familias distinguidas y obtuvo, basándose en su origen, una pensión de 800 libras que salían de los cofres reales. En 1779 tenia 23 años y antes de decidirse a ingresar a un convento, prefirió dirigirse a Bar-sur-Aube donde se hizo acoger por una familia honorable. Conoció a un señor de La Motte, joven oficial del ejercito y como esperaba un hijo de él, La Motte se casó con ella. La boda se efectuó el 6 de junio de 1780 y el 6 de julio de ese mismo año nacieron dos mellizos, los que murieron poco tiempo después. Los jóvenes esposos se habían adornado con el titulo de conde y de condesa.
Los La Motte estaban de guarnición en Luneville, pero esta residencia donde habían contraído numerosas deudas, no convenía a su ambición. Habiéndose impuesto de que su bienhechora Mme de Boulainvilliers estaba de paso en Saverne en al casa del cardenal de Rohan, la condesa fue a saludarla y se hizo presentar al prelado en 1781.
Cardenal de Rohan
En esa época el príncipe Louis de Rohan estaba en desgracia. No había tenido éxito cuando había sido enviado a Viena como embajador. Su lujo, su liviandad, su vida mundana, habían disgustado a Maria Teresa y ésta había comunicado su antipatía a su hija Maria Antonieta. No obstante era un gran señor, muy rico, titular del arzobispado de Luxemburgo, príncipe del Imperio, landgrave de Alsacia, abate de los monasterios de la Chaise-Dieu y de Saint-Vaast, gran capellán de Francia, comendador de la Orden del Espíritu Santo y pertenecía a la Academia Francesa desde 1761.
Muy mundano y frívolo, recibía frecuentemente tanto en su castillo de Salerne cono en su palacio de Paris, La condesa de La Motte era una mujer muy seductora y se hizo acoger con sumo agrado. Obtuvo para su marido un diploma de capitán de los dragones de Monsieur, hermano del rey. Ya solo le faltaba conquistar la capital.
Sus estrenos fueron más bien modestos. Los La Motte comenzaron por habitar en el hotel, pero la condesa, para acercarse mas a la Corte, arrendó dos habitaciones amobladas en Versalles. La pareja vivía sobre todo de expedientes. Pidió dinero en préstamo diciendo que como descendiente de los Valois, pronto le restituirían los bienes que le habían usurpado;
compraba a crédito mercaderías que en seguida empeñaba. Cuando la situación era demasiado critica, se dirigía al cardenal. Del departamento amoblado, la pareja se trasladó, en 1784, a una residencia particular, en la calle Neuve-Saint-Gilles. Frecuentemente les embargaban el mobiliario, el que alcanzaban sujetar a última hora, pero a pesar de todo, los La Motte acrecentaban sin cesar sus relaciones y recibían a los grandes financistas, funcionarios de la Corte y oficiales. La condesa tenía como secretario a su amante, Rétaux de Villete, hijo del director de impuestos de Lyon.
Retaux
Como esta situación inestable no podía durar, a ala condesa se le ocurrió aumentar su crédito con Rohan, haciéndole creer que ella podía reconciliarlo con la reina. El prelado era ambicioso y sufría al verse al margen de la Corte. Muy crédulo, era fácil de mistificar. ¿Acaso no se había dirigido a Cagliostro de cuyo poder mágico no dudaba? Estaba pronto a creer cualquier cosa con tal de recuperar el favor de su soberana.
Jeanne de La Motte lo persuadió de que gozaba de todas las simpatías de la reina. Ahora nadie pone en duda que Maria Antonieta ignoraba todas las maquinaciones de la intrigante. Hasta es probable que no la haya visto jamás, opero hay que reconocer que la inconsciente ligereza de la reina facilitaba enormemente el juego de la aventurera.
Si efectivamente Maria Antonieta mostró una gran firmeza de carácter y una sin igual nobleza de alma cuando fue victima del infortunio, durante su periodo dichoso se mostró inconsecuente, irreflexiva y preocupada, ante todo, de los placeres.
La farsa del bosquecillo de Venus
Sus favoritas, especialmente Mme de Polignac, a quien cubría de bondades, había hecho de la reina un instrumento para obtener favores. Los gastos de Maria Antonieta en vestuario y joyas eran escandalosos. Jugaba mucho y perdía bastante y esta pasión la ponía al alcance de muchas que se aprovechaban de ello. Para ser admitido al juego de la reina bastaba estar bien vestido y ser presentado por un oficial d la Corte. Hacían trampas. Una noche hubo un altercado bastante vivo entre la condesa de Gramont y el duque de Fronsac, que se acusaban el uno al otro de alterar la suerte en el juego. Para impedir que falsearan las apuestas fue necesario rodear la mesa con una cinta y establecer que sólo el dinero que estaba mas allá de la cinta era tomado en cuenta.
Y de este modo conseguía deslizarse en torno a Maria Antonieta un buen número de gente sospechosa que ella no conocía y que, en cambio, se jactaba de contarse entre sus amigos íntimos. Muchos pillos se aprovecharon de la situación para hacer estafas. Una dama, Cahouet de Villiers, que pretendía haber tenido relaciones con Luís XV, fabricó cartas falsas de la reina para conseguir un crédito del administrador general y de un joyero. La superchería fue descubierta y la Cahouet de Villiers enviada a la Bastilla. Y así se conocieron varios casos.
¿Figuraba la condesa de La Motte entre las que asistían a la mesa de juegos? No hay pruebas, pero es muy posible que así haya sido. En todo caso está comprobado que consiguió introducirse al palacio, porque en enero de 1784, la descendiente de los Valois había conseguido que elevaran su pensión de 800 a 1200 libras. Y jactándose de sus relaciones con la reina, prometió al cardenal reconciliarlo con la soberana y en prueba de ello lo convenció de que obtendría una audiencia secreta de la reina en el parque de Versalles.
Para esto hizo contratar por su marido, en Paris, a una muchacha de dudosa virtud que tenia cierta semejanza física con la reina y a quien bautizó como baronesa de Oliva. El 11 de agosto de 1784 la hizo llevar a Versalles, la vistió con ropas parecidas a las que usaba Maria Antonieta y cuando cayó la noche, la sentó en un banco en el bosquecillo de Venus. Naturalmente que también había convocado a Rohan para que fuera al mismo sitio. Trastornado de emoción se acercó el príncipe de la Iglesia a la que él tomaba por la reina, se inclinó hasta el suelo y besó el borde de su vestido. No tuvo tiempo para conversar con ella, porque en ese mismo instante apareció un lacayo, que era Rétaux, que desempeñaba este papel y dijo sin aliento:
¡Pronto, pronto, vienen Monseñor el conde y Madame la condesa de Artois!
La seudoreina huyó por un lado y el cardenal fue llevado al otro extremo del parque por la condesa de La Motte.
Desde ese momento, Rohan estaba perdido. Orgulloso por haberse reconciliado con la reina se convirtió en un juguete ciego y sin defensa en manos de la condesa. Desde el 21 de agosto la condesa le extorsionó 50.000 libras, “porque, le dijo, la reina precisaba ese dinero para socorrer a una familia de gentileshombres necesitada”. Gracias a este obsequio y otros que consiguió mas adelante, la pareja de La Motte se compró una hermosa residencia en Bar-le-Duc. La condesa mostró repetidas veces al prelado falsas cartas de la reina escritas por Rétaux, en un fino papel azul con flores de lis. Pero estos eran los preliminares: preparaban la gran estafa.
Dos joyeros asociados, Böhmer y Bassenge, habían reunido durante muchos años un gran numero de maravillosos brillantes, con los que habían ejecutado un collar de inmenso valor. Pensaron que podía adquirirlo Luís XV para la du Barry, pero al muerte del rey los hizo renunciar a este proyecto. Lo ofrecieron a la corte de España, pero lo encontraron demasiado caro. En 1774 se lo mostraron a Luís XVI, pero lo rechazó a causa del estado de las finanzas. El precio era de 1.600.00, suma inmensa en aquellos tiempos. En vano los joyeros habían insistido, pero sin éxito.
A fines de 1784 llegó a oídos de la condesa de La Motte esta historia del collar. Inmediatamente imaginó una combinación para hacer creer que ella servia de intermediaria de la reina. El 29 de diciembre se hizo mostrar el collar. Rohan se encontraba entonces en Saverne. Regresó a Paris en enero. El 21 de enero hizo saber a los joyeros que la reina estaba muy tentada y haría comprar el collar por una persona enviada por un gran señor. Por otro lado dijo al cardenal de Rohan que la reina le pedía que comprara secretamente la joya y que ella se lo pagaría a plazos. El 24 de enero, Rohan fue donde los joyeros y les dijo que compraba el collar. El 29 de enero los señores Böhmer y Bassenge visitaron al cardenal para discutir las condiciones de la venta. Rohan escribió con su mano el contrato: el collar seria entregado el 1 de febrero por la suma de 1.600.00 libras, que se pagarían en el plazo de dos años;
una cuarta parte cada seis meses, debiendo efectuarse el primer pago el 1 de agosto.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Jue Jul 31, 2008 4:42 am
Que bueno a Edith tambien le guste. Yo solo la transcribo pero lento lento
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Vie Ago 01, 2008 2:22 am
TE CUENTO EL LAS COPIA EN SU ORDENADOR PARA LEERLAS EN LOSMOMENTOS DE OCIO (QUE SON MUY POCOS)!!!!
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Mar Ago 05, 2008 2:15 am
El mismo día, Rohan entregó el contrato a la condesa de La Motte, quien lo devolvió al cardenal dos días mas tarde;
en cada párrafo se había escrito al margen la palabra “aprobado” y firmaba abajo: “Maria Antonieta de Francia”. Estas menciones las escribió Rétaux. Cagliostro, consultado por el cardenal sobre el valor del acta, hizo algunos sortilegios y declaró que la negociación era digna del príncipe, que tendría un gran éxito y que sellaría para siempre su amistad con la reina.
Completamente tranquilizado, Rohan convocó a los joyeros el 1 de febrero;
les mostró el acta firmada por la reina y se hizo entregar el collar. Inmediatamente que estuvo en posesión de este tesoro, se dirigió a Versalles y aguardó a la condesa. Durante la entrevista, se presentó Rétaux, precedido de un lacayo y anunció:
¡De parte de la reina!
Rohan reconoció al hombre que los había prevenido de la llegada de la condesa de Artois en el bosquecillo y no dudó de que era el servidor de confianza de la reina y le entregó el collar.
Había caído en la trampa.
Tan pronto como los picaros se encontraron solos, se dedicaron al pillaje. Desmontaron las piedras con ayuda de un cuchillo. Algunos días más tarde, Rétaux vendió los despojos de la montura y después ofreció los brillantes a un joyero de Petit-Carreau. Este, sorprendido por el precio tan bajo de las piedras, advirtió a la policía. Detenido Rétaux, dijo que había recibido esas piedras de manos de una dama de calidad. Como no se había denunciado ningún robo, no buscaron más y lo pusieron en libertad. Pero había pasado un buen susto. Por este motivo renunciaron a vender las piedras en Francia, y el conde de La Motte partió a Inglaterra donde se puso en contacto con los joyeros de Londres. Estos, sorprendidos del numero de brillantes y del vil precio que exigían, previnieron a la embajada de Francia que respondió que no se había hecho ningún reclamo por algún asunto relacionado con joyas.
Los joyeros compraron y La Motte regresó a Paris llevando una fortuna y dejando como reserva en Londres una multitud de piedras que aun no había vendido.
Y aquí hay actuaciones que nos dejan estupefactos. Podríamos pensar que los pillastres se habían dispersado después de haber conseguido una fortuna, ya que evidentemente tendría que descubrirse la estafa. En lugar de esto, el conde y la condesa de La Motte, súbitamente ricos, adquirieron carrozas, caballos y un mobiliario muy importante. Se necesitaron 42 coches de carga para transportar todo a Bar-sur-Aube. Fueron unos gastos fastuosos. ¿Como se puede explicar esta imprevisión ante la certeza de una catástrofe? Es de imaginarse que la pareja pensó que bajo la amenaza de un escándalo, Rohan pagaría y no osaría quejarse.
Pero el cardenal e preocupó al ver que la reina no lucia el collar. Quizás se consoló pensando que como la compra había sido secreta no se atrevía a mostrarlo tan pronto.
Sin embargo, el primer vencimiento de 400.000 libras estaba acordado para el 1 de agosto. Las cosas se precipitaron. En julio, la condesa dijo a Rohan que pensándolo bien la reina encontraba demasiado elevado el precio y exigía una rebaja de 200.000 libras. Lamentándolo pero tuvieron que aceptar. El 12 de julio, Böhmer tuvo ocasión de entregar a Maria Antonieta unos aros de brillantes y no se atrevió a hablarle del collar, pero le entregó una misiva muy adornada para expresarle su satisfacción, “porque el aderezo más bello que existía serviría a la mejor y la más grande de las reinas”.
Maria Antonieta no comprendió y destruyó la carta.
Tal como lo había dicho acertadamente Funk-Brentano, si en ese momento Maria Antonieta hubiera pedido una explicación de la carta, se habría descubierto la estafa y se habría reducido a sus justas proporciones. Su silencio permitió que la calumnia la hiciera parecer como cómplice del fraude.
La proximidad del 1 de agosto los obligaba a tomar medidas para evitar el peligro. El 31 de julio la condesa le mostró a Rohan una falsa carta de la reina en la que advertía que estando escasa de fondos, pedía que postergara el pago de la deuda hasta el 1 de octubre. Al mismo tiempo, enviaba 30.000 libras d interés en compensación por el atraso. Rohan no sospechó nada aun, y avisó a los joyeros quienes verdaderamente inquietos decidieron dirigirse personalmente a la reina. Advertida sin duda Mme de La Motte, entregó 4.000 libras a Rétaux para que huyera a Italia. Y con una audacia increíble, fue a ver a los joyeros para decirles que las anotaciones hechas al margen del acta y la firma de la soberana eran falsas, Rohan los había engañado.
Conde de La Motte huye a Inglaterra
Bassenge espantado se dirigió a Versalles y encontró a Mme de Campan, camarera de la reina, a la que confió sus preocupaciones. Mme de Campan informó a Maria Antonieta, quien hizo llamar a Bassenge el 9 de agosto y le rogó que le relatara todas las circunstancias del asunto, por escrito. Le llevaron el informe el 12 de ese mismo mes. Con los antecedentes, el rey reunió un consejo, y el 15 de agosto, día de la Asunción, en el momento que se preparaba para celebrar el oficio, el Gran Capellán fue detenido, ante toda la corte por el duque de Villeroi, capitán de la guardia de corps, y enviado a la Bastilla. El 18 de agosto detuvieron a Juana de La Motte en Bar-sur-Aube donde ofrecía recepciones sin la menor inquietud. Su marido, que provisoriamente había quedado en libertad, aprovechó para huir a Londres. Un poco mas tarde tomaron pesa a la baronesa de Oliva, que había escapado a Bruselas. Se reunió en la Bastilla con Cagliostro y su mujer. Después le llegó el turno a Rétaux a quien encontraron en Ginebra. Solo escapó el conde de La Motte, porque Inglaterra negó la extradición.
Absuelto Rohan se exiló
El escándalo fue enorme. Inmediatamente se dividió la opinión pública. Muchos se pusieron en contra de la reina que tenía enemigos. Rohan, cuya familia era poderosa, también contó con muchos partidarios, que lo proclamaron victima, El parlamento recibió el encargó de instruir el proceso. Se discutió durante 4 meses. La condesa se defendió con una desfachatez desconcertante.
Negó la escena del bosquecillo y después pretendió ser la amante de Rohan, quien, según decía ella, había fraguado toda la historia, porque estaba corto de fondos. Cagliostro, charlatán de genio, aportó en su proceso la nota cómica con sus exuberantes declaraciones dichas en un francés mezclado con italianismos. Las confesiones de Oliva y de Rétaux permitieron aclarar la estafa.
Cagliostro
Sin embargo los acusados publicaron memorias justificativas que fueron diseminadas por todas partes. Libelos, epigramas, canciones, contribuyeron a aumentar el escándalo, atacando particularmente a la reina, que sufrió muchos ultrajes. La prensa de Holanda y de Inglaterra también esparció estas calumnias. Las imprudencias de Maria Antonieta en otros tiempos las convirtieron en crímenes. Ya no se atrevía a aparecer en público.
Oliva
El 31 de mayo de 1785 el parlamento dio un veredicto razonable después de 17 horas de discusión. Rohan y Cagliostro fueron declarados inocentes y los absolvieron. También fue favorecida la baronesa de Oliva, pero considerándosela dudosa. La Motte, en rebeldía, fue condenado a galeras a perpetuidad. Rétaux fue expulsado para siempre de su patria. En cuanto a Juana de La Motte, fue condenada a ser castigada a latigazos y marcada con hierro candente con una letra “V” en cada hombro y encerrada presa en la “Salpêtrière. La ejecución de la pena tuvo lugar ante todo el pueblo el 20 de junio de 1785. Al cabo de pocos meses, la condesa consiguió evadirse a pesar de estar en una prisión. Se reunió con su esposo en Londres donde murió en 1791, después de haber publicado contra la reina memorias infamantes e injuriosas que se repartieron por toda Europa.
La absolución de Rohan consternó a Maria Antonieta. Tomo como una injuria personal la resolución del parlamento, estimando que al absolver al cardenal daban crédito a las calumnias dirigidas contra ella. Influido por su esposa, el rey envió al cardenal al destierro, que pasó en su abadía de Chaise-Dieu.
Tal es el “affaire” del collar, que tanto desacreditó a la reina, injustamente es cierto, pero jamás logró borrar esta penosa impresión en su pueblo. El prestigio real se vio disminuido. En 1793, durante el proceso de Maria Antonieta puede verse el interrogatorio del prescíndete del tribunal, Herman:
¿No fue en el Petit Trianon donde usted conoció por primera vez a Mme de La Motte?
No la he visto jamás.
¿Acaso no fue ella su victima en el asunto del collar?
No pudo serlo puesto que yo no la conocía
¿Persiste en negar que al conoció?
Persisto en decir la verdad…
El collar que la reina no compró jamás y de lo que anda supo, quedó unido a su memoria como la Túnica de Neso
(Centauro de la mitología. Dio su túnica a Dayanira como talismán, la que tenia que devolver a su esposo si le era infiel)
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
claudia Mar Ago 05, 2008 2:53 am
avanti querido amigo.
claudia- Invitado
Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Mar Ago 05, 2008 10:03 pm
Era una suave noche del verano de 1775, una noche de baile en Versalles. En la sala, mil bujías lanzaban sus reflejos sobre el mármol verde, cuyos trofeos dorados se destacaban sobre el terciopelo azul de las cortinas. Maria Antonieta estaba esplendorosa, vestida con un traje de tela de plata bordada con ramilletes de flores, y plumas blancas en la cabeza. Todos celebraban a su reina, y, sin embargo, no faltó una mala lengua que hiciera notar que la reina no llevaba el compás de la danza:
¡Quiere decir, respondió un anciano, que la música está equivocada!
Se detuvo la orquesta, y la reina permaneció inmóvil, fascinada, bruscamente tan pálida bajo su “rouge” que creyeron que se desmayaba. Acababa de ver a una joven desconocida, morena, de ojos azules, a quien la gracia y la sencillez prestaban un encanto angelical, “una de esas cabezas, escribió más tarde Besenval, en las que Rafael sabia unir una expresión espiritual a una dulzura infinita”.
¿Era posible que esta belleza fuera desconocida en la corte? Inmediatamente se apresuraron a informar a Su Majestad. Yolanda de Polastron, casada desde la adolescencia con un coronel sin porvenir, el conde Jules de Polignac. Llevaban una vida muy retirada en su propiedad de Claye. Era sobrina de M. de Maurepas, primer ministro y mentor del rey. Su cuñada, Diana de Polignac, fea, jorobada, pero chispeante de malicia y de “esprit”, acababa de ser nombrada dama de honor de la condesa de Artois: había llamado junto a ella a la tímida Yolanda.
Yolanda de Polastron
Un momento mas tarde, la condesa Jules, como la llamaban, hacia su reverencia ante la reina.
¿Por qué, señora, no viene jamás a Versalles?
Y Mme. de Polignac, sin ruborizarse, confesó que su fortuna, muy modesta, le imponía una vida retirada en el campo.
Maria Antonieta quedó fascinada. Una confesión semejante traslucía un alma rara, exquisita, digna de ese rostro de madona.
La pequeña reina de 20 años, que aún era una niña, a pesar de cinco años de matrimonio, jamás olvidó este encuentro. “Los parloteos amistosos” estaban muy de moda;
es decir, se trataba de amistades intimas entre mujeres, por lo demás, completamente puras.
Maria Antonieta también tenía una amiga de elección, la princesa de Lamballe, a quien con mucho trabajo, y al precio de mil intrigas, había hecho nombrar superintendente de su casa, lo que representaba una enorme renta para la princesa. Pero ésta abusaba de los desmayos verdaderos o fingidos. Era de carácter difícil, tiránica y, además, princesa. La ingenua afección de una compañera casi ignorante del mundo le pareció inapreciable.
Mme de Lamballe
Un concierto, en el que la joven Mme de Pòlignac se sentó ante el clavecín y reveló una voz deliciosa, terminó por hechizar a la reina. Invitó a la condesa al viaje ritual que hacia todos los años a Fontainbleu.
“No soy reina”…
Llovió casi diariamente durante esa estación. Maria Antonieta, muy resfriada, casi no salía de sus habitaciones, y se entretenía con la compañía de Yolanda (nombre que no se pronunciaba en esa época, por encontrarse sabor medieval, de modo que los íntimos la llamaban la joven “Jules”, como a su marido).
La reina acababa de ser gravemente ofendida por la audacia de un amigo, el apuesto Lauzun. Se consolaba gracias al candor de un alma maravillosamente sensible.
A solas con ella, proclamaba imprudentemente la reina cuando se refería a la condesa, ya no soy reina, ¡Soy yo misma!.
Para la sentimental austriaca, herida por la indolencia conyugal y la insolencia de sus compañeros de placer, esta afección le pareció el primer paso hacia una dicha ignorada, un inocente plagio de amor.
La naturalidad, la sencillez, el abandono encantaban a Mme de Polignac. La indolencia era su coquetería, los trajes sencillos la vestían deliciosamente. Un detalle cualquiera lucia en ella como un adorno suntuoso: una rosa en sus cabellos, un peinador, batas de percala, matinales aéreas y flotantes, la embellecían de tal modo, que el conde de Paroy trató de conservarla en sus dibujos.
Buena, dulce, fácil, indolente, la condesa Jules no tenía parecer tener vocación para las intrigas. Jugar a la pastora con la hija de Maria Teresa habría colmado sus ambiciones si hubiera sido sola, pero, desgraciadamente, no era así. Conforme a las tradiciones clásicas, tenia como amante al mejor amigo de su marido, el conde de Vaudreil, un criollo tísico, que continuamente le provocaba escenas desagradables. Su atrevida y bellaca cuñada temblaba de codicia ante el favor real de la joven condesa. Su antiguo amigo, el barón de Besenval, Maquiavelo de alcoba, de quien decían: “que era imposible tener mas amabilidad y menos modales”, estaba convencido que su amistad con la reina era muy firme, gracias que le había enseñado a jugar Tric-Trac. Se sentía el creador de una variedad de Pompadour.
Vaudreuil
Mme de Polignac no sabía resistir a los que la rodeaban, y menos aun al fantástico Vaudreuil.
Una intriga contra la joven, urdida por el caballero de Luxemburgo, campeón de la princesa de Lamballe, permitió revelarse a la joven. Bañada en lágrimas, la condesa dijo a Maria Antonieta:
Aun no nos queremos tanto para sufrir una separación. Esto sucederá de un momento a otro, y ya me costará mucho alejarme de la reina. Es mejor prevenir estos contratiempos, y ruego a Su Majestad que me deje abandonar Fontainbleu.
La reina, desesperada, estalló en sollozos, abrazó a su amiga, le suplicó que se quedara, y cuando la hubo convencido, la llevó triunfalmente al parque. Esta conversación intima, entre las dos (antes escoltaban a la reina 80 personas), escandalizó a la corte tanto como el asunto de Lauzun, y salieron a relucir una cantidad de versos y libelos satíricos.
Me han supuesto, liberalmente, dos gustos, el de las mujeres, y el de los amantes, decía riéndose.
Las imprudencias de Polignac.
Pero la hábil condesa avisó nuevamente su partida, y esta vez lo hizo por escrito. Sus modestos recursos la obligaban, “y más aún el temor que la amistad de la reina, además de haberle traído numerosos enemigos, la dejara una vez entregada al odio de los envidiosos y a la tristeza de haber perdido la augusta benevolencia de que era objeto”.
La respuesta de Maria Antonieta fue el nombramiento de M. de Polignac como asesor del primer caballerizo, ofreciendo al joven matrimonio un departamento delicioso en la cúspide de la escalera de mármol de Venus.
Princesa de Polignac
Era en la época que se hablaba de economías. El donde de Polignac, tan necesitado la víspera, tenía delirios de grandezas. Se entregó a un verdadero saqueo, haciéndose aumentar los gastos al doble. La caballeriza de la reina costó 16 millones de antiguos francos en 1777 y cerca de 30 en 1780.
En vano el conde de Mercy-Argentau hizo ver el peligro que encerraban las violentas críticas de la opinión pública. Al mismo tiempo, la corte se convertía en el campo de batalla donde dos rivales se disputaban la amistad de Maria Antonieta. “Las dos favoritas (Lamballe y Polignac), muy celosas la una de la otra se quejaban y disputaban sin cesar”.
Princesa de Lamballe
La excesiva intimidad de la reina con Mme Jules comprometía a la soberana. La princesa de Guemené, aya de los hijos de Francia lo comprendió así: abrió su salón a la sociedad frívola y codiciosa que había reunido Vaudreil en torno de Mme de Polignac.
La reina tomó la costumbre de acudir todas las noches después de la cena al salón de la princesa. No había temor de que encontrara allí ese monstruo que tanto temía: el aburrimiento. Las cenas, las comedias, el juego frenético y otros pasatiempos la arrastraban en torbellinos de diversiones. Los Benseval, los Coigny, los Adhémar, los Dillon, los d’Andlau, los Châlon, rivalizaban en sus locuras. Las bromas de la condesa Diana brotaban sin esfuerzo y estallaban como cohetes;
Vaudreil lanzaba paradojas incendiarias: el conde de Artois jugaba con Mme de Polastron. Las mujeres eran bellas, galantes, etéreas. Los hombres espirituales, depravados, impertinentes. Siempre vestida con discreción, la condesa Jules dispensaba la gracia de su sonrisa algo vaga, y Maria Antonieta se sentía totalmente feliz.
Algunas veces, Luís XVI se reunía con el alegre grupo. Honor inoportuno. Felizmente, bastaba avanzar los punteros del reloj para hacer partir al puntual soberano. Cuando los había abandonado, ridiculizaban sin temor sus proyectos de reforma, alababan el genio político de algún imbécil “amable”.
Muy pronto, Europa comprendió que habia que tomar en cuenta estos parloteos. Turgot hizo destituir a un amigo del clan, el inepto duque de Guines, embajador en Londres;
Mme de Polignac aconsejó también a la reina, lo que apresuró la caída del duque.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Miér Ago 06, 2008 12:12 am
En 1777 cayó sobre Versalles un curioso aerolito. El emperador José II, hermano de la reina, desempeñando el papel de los campesinos del Danubio, declaró bien claramente que el salón de Mme Guemené era un garlito;
reprochó ásperamente a Maria Antonieta que tuviera relaciones indignas de ellas, y a Luís XVI, su pereza conyugal. Si la reina sólo se enmendó por un instante, en cambio un poco después fue esposa y madre.
Lo que no hizo cambiar en nada el crédito de la condesa.
José II
El encuentro de la reina con Axel de Fersen pudo modificar muchas cosas en esa época. Pero el apuesto sueco, huyendo de la tentación, se fue a luchar a Norteamérica, y esto acercó más aun a Maria Antonieta y a “la más tierna de las amigas”.
Entonces, los embajadores informaron que “La reina observaba mas discreción y prudencia”.
Se había extinguido el tumulto interior que durante tanto tiempo afiebró a la joven soberana sin marido. Pero su corazón se sentía solitario y sólo Yolanda apaciguaba su nostalgia.
Durante estos años se amasaron tantos odios en Versalles, que la soberana prefería deliberadamente los pasatiempos sencillos del Trianon, donde la belleza y la gracia de la condesa Jules lucían irresistibles en medio de la naturaleza. Sin desperdiciar ninguna ocasión, sus íntimos confiscaban más y más a la reina y la nobleza olvidó la costumbre de pasar en la corte. Y cuando llegó el día en que la monarquía se vio amenazada, comprendió tarde que había perdido a sus defensores tradicionales.
Teatro de Maria Antonieta en el Petit Trianon
Lejos de pensar en estas cosas, la reina se estrenaba como actriz. M de Vaudreuil adoraba el teatro y tenia la reputación de ser el mejor actor de la sociedad parisiense. El clan Polignac se transformó en torno de la reina en una compañía de teatro dramático. Solicitaron a la condesa de Provenza que formara parte de este grupo, lo que rechazó con altivez:
Pero desde el momento que yo, la reina de Francia, acepto desempeñar algunos papeles en la comedia, no debía tener escrúpulos, le dijo Maria Antonieta.
Si no soy reina, en cambio estoy hecha con la madera que empelan para hacerlas, respondió con altivez.
Condesa de Provenza
Pero la real aturdida no comprendió la lección. Su gran preocupación era Mme de Polignac, y deseosa de mejorar cada día mas la situación de la favorita, sólo pensaba en ascenderla, haciendo toda clase de locura a las cuales Mme Jules se mostraba indiferente y como saciada de tantos honores.
La princesa de Lamballe abandonó la lucha. Excluida de todas las reuniones íntimas, se alejó de la corte.
El conde Jules se vio abrumado con pensiones;
su anciano padre, que vegetaba en una provincia, fue nombrado representante de Francia en Viena;
la condesa Diana, singular mentor, dirigió la casa de Mme Elisabeth, y Vaudreuil recibió el cargo de gran halconero, no sin acariciar la esperanza de ser un día ayo del Delfín. Estos gentileshombres recibieron en pocos meses más de 500.000 libras de renta.
Mme Elisabeth hermana de Luís XVI
Cuando en 1780 la favorita se encontró grávida del futuro ministro de Carlos X, la reina muy excitada se instaló en La Muette para poder visitar diariamente a su amiga, que vivía en Passy. El 14 de mayo el conde recibió el titulo de duque en recompensa por el feliz parto de Mme de Polignac;
además una pensión de 30.00 libras para Vaudreuil.
Casi al mismo tiempo la nueva duquesa casó a su hija con el duque de Guiche, que inmediatamente se vio colmado de favores y honores. El rey, que jamás otorgaba dotes de mas de 6.000 libras, dio a la joven una de 800.000 libras, a la que añadió un presente de 400.000 libras para Mme de Polignac. ¿No era suficiente? No. La insaciable tribu deseaba aún una propiedad inmensa, la tierra de Bitche en Lorena, que era propiedad de la corona. Los ministros asustados, consiguieron desbaratar momentáneamente este proyecto, pero pronto tuvieron que capitular, y pagaron muy cara su efímera victoria.
Vaudreuil triunfaba. Las Pomapdour y las du Barry tenían una heredera exquisita, más mimada, y, además, protectora de las artes.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Miér Ago 06, 2008 2:38 am
Maria Antonieta no era afecta a los asuntos serios. Leer una memoria, escuchar un informe, era algo que estaba más allá de sus fuerzas. En cambio no había dificultad para inspirarle una idea, un entusiasmo que encontraba eco en un complaciente Luís XVI, lo que imprimía a la política impulsos inesperados.
Besenval tenía la manía de elegir los ministros. Persuadió a Vaudreuil y a Mme de Polignac que debían dedicarse a esa tarea.
Besenval
En octubre de 1780, la pandilla consiguió su primera victoria, al obtener el ministerio de marina para el marqués de Castries, lo que por lo demás era una buena elección.
Ya para nadie era un misterio cuál era la ruta más directa hacia los honores. Los que visitaban asiduamente el salón de los Polignac perdieron la cabeza hasta tal punto que llegaron hasta despreciar a su protectora misma. Vaudreuil llegó a tratar de un modo grosero a Su Majestad muy Cristiana.
Aficionado a las paradojas, gozaba contrariando a la reina, y la ofuscada sosteniendo la tesis de los filósofos. Lo único que no podía tolerar era la palabra “economía”.
Maria Antonieta empezó poco a poco a tomarle horror a su rival. Y se lamentaba de este modo.
¡Las reinas se aburren en sus casas, y se comprometen en las de sus súbditos!
A pesar del tan esperado nacimiento del Delfín, los panfletos llovían sobre Versalles. Y la incitaron a buscar otro lenitivo, que no fuera a base de placeres. ¡Cuánto habría agradecido en ese momento una lágrima de “la más tierna de las amigas”, un impulso instantáneo que la habría consolado de tantas decepciones!
Maria Antonieta y Mme de Polignac
Pero la duquesa no parecía comprender, y Maria Antonieta empezaba a preguntarse si no había sido un juguete en manos de su amiga. Había que reconocer que aceptaba, sin embargo, el veredicto de la reina. Cuando trató de hacer nombrar al conde de Adhémar ministro de la Casa del Rey, Maria Antonieta, indignada por la creciente influencia de este anciano pisaverde sin sesos, se libró de él, haciéndole designar embajador en Londres.
Sé que es una nulidad, decía con ingenuidad desarmarte, pero como estamos en paz con Inglaterra, no tendrá ocasión para hacer nada ni bueno ni malo.
Pero, desgraciadamente, no le era tan fácil deshacerse del antipático Vaudreuil. Un día, sin fuerzas para seguir ocultando su molestia, dijo a Mme de Polignac que no quería volver a encontrar a éste hombre.
Me parece, dijo con mucha tranquilidad la favorita, que porque Su Majestad desea venir a mi salón no es razón suficiente para que pretenda excluir a mis amigos.
Estas crueles palabras sonaron como campanas doblando a difuntos en los oídos de Maria Antonieta;
¡adiós, hermoso sueño de amistad! Profundamente herida, la reina eligió una nueva confidente y creyó encontrarla en su dama de honor Genéviève de Gramont, condesa de Ossun, a quien cedió el primer departamento de la favorita. Desde entonces pasó muchas veladas junto a esa mujer dulce, espiritual y desinteresada. Cuando no podía impedir dirigirse a visitar a la duquesa empezaba por hacer preguntar quien se encontraba con ella.
La ascensión continúa.
Entre tanto Mme de Guemené, salpicada por la bancarrota de su esposo, se alejó de la corte. ¿Quién la reemplazaría como aya de los hijos de Francia? La reina vacilaba entre dos matronas respetables, Mmes Duras y de Chimay, pero ya la opinión pública la acusaba de entregar el Delfín a una cortesana. Y el diabólico Besenval la convenció que ponía en peligro su gloria si no nombraba a su favorita.
¿Mme de Polignac?, respondió Maria Antonieta, creía que usted la conocía mejor;
no aceptaría este cargo.
Efectivamente, la indolente joven temía un puesto tan abrumador. Esto no tenía importancia. La pandilla trabajó tan bien, alentando el orgullo de una y forzando la apatía de la otra, que la reina terminó por cometer la irreparable falta. Además M. de Polignac fue nombrado director de Correos y la pareja recibió 80.000 libras como pensión suplementaria. La duquesa y los suyos llegaron a la cúspide de la grandeza justo cuando la reina, decepcionada, empezaba a alejarse de ellos.
En el antiguo departamento de Yolanda, donde Mme de Ossun trataba de consolar a la reina, la joven soberana trataba de evocar el recuerdo de las dichas perdidas y hacía el balance de su loca amistad. Había cosechado la ingratitud, la impopularidad, una reputación escandalosa, sufrimientos humillantes, y, en fin, el castigo supremo: la falta de cariño, casi el odio de su propio hijo.
Esta lucidez tarida y sobre todo la reaparición de Fersen, que regresaba cargado de honores de Norteamérica, pudieron ayudar a la caída de los Polignac. Pero, a despecho de todo, la reina continuaba sometida a la hechicera, lo que no le proporcionaba ninguna alegría, y el poderío del clan había aumentado tanto, que casi desbarataba el del mismo rey.
Luis XVI podía prohibir que se presentara “El matrimonio de Figaro”. Vaudreuil declaraba que esta obra era admirable y se representaba en medio de los aplausos de los mismos que la fustigaban.
Aprovechando una enfermedad de la reina, los Polignac consiguieron que M. de Calonne fuera designado Director General de Finanzas, puesto que pondría en sus manos las llaves del Tesoro. Y bajo las manos del “Mago” empezó la gran danza de los escudos.
Calonne
La deplorable conclusión de esta experiencia, la reanudación de la amistad entre Maria Antonieta y la Lamballe, el idilio con M. de Fersen terminaron por cavar un foso entre Maria Antonieta y sus funestos amigos. Durante los últimos dos o tres años de la monarquía, la reina y la gobernante de los hijos de Francia sólo se hablaron el público. Era ¡ay!, demasiado tarde.
Amenaza sobre Mme de Polignac.
El 16 de julio de 1789, cuando los primeros ataques se dirigieron a La Bastilla, se jugaba en Versalles la suerte de la corona. Los patios del castillo estaban llenos de una multitud que pedía que el rey, la reina y el delfín salieran a los balcones. Maria Antonieta encargó a Mme de Campan que fuera a buscar el niño. Mme de Polignac no tendría que acompañarlo.
¡Ah!, señora, exclamó la duquesa cuando recibió el recado, ¡que golpe recibo!
Su ausencia fue notada por ciertas personas misteriosas que se habían mezclado a la multitud y que lanzaban siniestras exclamaciones.
¡Aún está en Versalles! Dijo un hombre;
es como los topos, trabaja por lo bajo. Ya sabremos escarbar para desenterrarla.
Otros hablaban francamente de matar a la favorita.
Mme de Campan
Madame Campan oyó. Corrió a contar esos rumores a la reina, quien a las 8 de la noche hizo llamar a Mme de Polignac y a su marido.
Me temo todo… en nombre de nuestra amistad ¡partan!
Yolanda se rebeló. Quizás comprendió por primera vez los sentimientos que le había dedicado la reina y el precio que esta desgraciada soberana pagaba por esa ternura tan despreciada. ¡Y bien! La compañera infiel de los días felices no desertaría ante el peligro;
compartiría la suerte de su protectora.
Maria Antonieta lloró de pena y de alegría. La prueba le devolvió a su amiga, pero al mismo tiempo se la quitó para siempre.
Cuando Luís XVI entró en la habitación, la reina le dijo:
¡Venga, señor, ayúdeme a persuadir a estas honradas personas que deben alejarse!
La duquesa cedió. Reunió precipitadamente sus efectos personales y disfrazada de camarera, se sentó en el asiento delantero de la carroza donde ya estaba su marido, la condesa Diana, la duquesa de Guiche, y su anciano amigo, el abate Baliviére. A pesar de sus deseos de abrazar una vez más a la fugitiva, Maria Antonieta no osó presenciar esta partida tan miserable. A último momento hizo entregar a Mme de Polignac 500 luises envueltos en una cartita:
¡Adiós, la más querida de las amigas! ¡Cuan atroz es esta palabra, y cuan necesaria! ¡Adiós! ¡Apenas tengo fuerzas para enviarle un beso!
Y el pesado coche se puso en camino hacia el destierro. ¡Los campos que atravesaron no semejaban nada al risueño Hameau!
Llegaron a la frontera:
Señora, dijo el postillón, aún hay gente honesta en el mundo. Reconocí a todos en Sens.
No obstante, Maria Antonieta sintió renacer una llama que creía extinguida. Tan pronto como llegó a Basilea, la duquesa recibió una carta de ella: “Solo me atrevo a dirigirle una línea, mi corazón… Quiero expresarle cuánto lamento haberme separado de usted;
espero que lo sentirá como yo. Estamos rodeados de penas, de desgracias y desgraciados… Todo el mundo huye, y me siento demasiado feliz al pensar que todos los seres que me interesan están lejos de mi”
La reina escribió muy a menudo a su querida ausente y, gracias al barón de Staël, ésta patética correspondencia prosiguió durante mucho tiempo.
Mme de Polignac encontró refugio en Viena, ciudad natal de su amiga. Los ecos de la tormenta revolucionaria la llenaban de terror y de remordimiento. ¿Qué fatalidad hizo caer en sus huidizos hombros una parte de la responsabilidad de este drama?
Maria Antonieta desapareció tras la cortina de fuego. Y estas fueron las últimas palabras que al duquesa recibió de ella: “Compadézcame, corazón, y, sobre todo, ámeme. Yo querré a usted y a los suyos hasta mi último suspiro. La beso con toda mi alma”.
Lamballe
Pasaron los meses, los años. Yolanda se impuso de las masacres de septiembre, la muerte de Mme de Lamballe, heroína de la amistad. Quizás pensó la desterrada que su propia cabeza pudo llevar a la reina el mensaje fúnebre que seria la salvaguardia de la memoria de la princesa. Pero el destino le rehusó el martirio y la indulgencia de la posteridad.
Mme de Polignac no ofrecerá un gran espectáculo en el momento de su muerte. Expiró a los 44 años, consumida de pena y desolación.
No se sabe si tuvo tiempo para conocer el fin de su amiga tan apasionada, de la reina, victima de su corazón, que pocas semanas antes había ascendido orgullosamente las gradas del cadalso.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
CENICIENTA1971 Miér Ago 06, 2008 7:46 pm
AHORA ENTIENDO QUE NO HAYAS TENIDO TIEMPO PARA "
DESVALIJAR NUESTROS TESOROS"
, SIN EMBARGO EL RELATO ES FABULOSO!!!!
ES MAS HASTA ..............
CENICIENTA1971- Su Alteza Real
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Jue Ago 07, 2008 1:06 am
La propia familia de Maria Antonieta fue la primera en inquietarse por la vida disipada y frívola de la reina y un redactor anónimo ha contado que una vez que Maria Antonieta apareció en un baile, con la cabeza adornada con plumas y flores, preguntó a su hermano el emperador José II de Austria, que estaba de visita en Versalles:
¿No me encuentra maravillosamente bien peinada?
Si
Pero ese “si”, es muy seco;
¿acaso no me sienta este tocado?
En verdad, si quiere que le reposada francamente, Señora, lo encuentro muy liviano para soportar una corona
Mercy-Argentau
Y Maria Teresa escribía en estos términos a Mercy-Argentau:
“Por todo lo que usted me cuenta sobre el tren de vida tan disipado de mi hija, veo con pena que mientras mas se habitúe a estas malas costumbres, más le costara volver a su antigua manera de ser”.
Y cuando José II se disponía a regresar a Viena, dejó para su hermana una carta llena de sanos consejos, exhortándola a ser más prudente (29 de mayo de 1777)
“Como reina, tiene un empleo luminoso…, hay que cumplir con ese cargo…, ya es tiempo de sobra para que usted reflexione…, la edad avanza y usted ya no tiene la excusa de la infancia… Arránquese la venda que le impide ver donde está su deber y su verdadera dicha”.
Lo que ningún ruego pudo conseguir de la liviana princesa, las circunstancias la obligaron a cambiar. La exasperación popular que había provocado la reina y su “grupo intimo”, oponiéndose a toda política de reformas, y por la constante provocación que representaba su lujo, su frivolidad, sus gastos desmedidos frente a la miseria del pueblo, estalló el 14 de julio, con la toma de la bastilla, que fue el principio de la Revolución Francesa. Desde ese momento, Maria Antonieta se reveló como otra mujer, valiente decidida a defender las prerrogativas reales y mas tarde su vida y la de su familia. Mientras Luís XVI aparecía más y más inferior a su tarea, ella luchó tenazmente contra las fuerzas hostiles. Su valor se manifestó en el momento de la revuelta que amenazó a Versalles los días 5 y 6 de octubre de 1789. Weber, el hermano de leche de la reina, que le había acompañado a Francia, nos relata:
“La reina, con una noble y conmovedora firmeza, consolaba y animaba a todo el mundo”… M de Luzerne, Ministro de Marina, al ver que una bala se estrellaba contra un muro cerca de la ventana donde se encontraba la reina, se adelantó y se deslizó como por curiosidad entre ella y la ventana. A la reina no se le escapó el motivo de este movimiento y el dijo: “Ese no es su sitio, es el mío”. Y lo obligó a retirarse.
Madame de Staël
Madame de Staël, hablando de los hechos de ese mismo día, cuenta:
“La reina apareció con los cabellos en desorden, pálida pero digna y toda su persona impresionaba la imaginación”
Muchos cortesanos aconsejaron a la reina, en los comienzos de 1790, que se pusiera en contacto con el conde de Mirabeau, uno de los jefes revolucionarios mas influyentes, pero del que se sabia que deseaba conservar la monarquía bajo una forma… constitucional, Maria Antonieta tenia muchas prevenciones en su contra, sin embargo, le escribió al barón de Flachslanden, el 22 de abril:
“Crea no obstante, señor barón, que si la necesidad me obligara a contar con semejante hombre, mi carácter y mi valor sabrían sacrificar mis sentimientos personales… Vea pues, señor barón, si usted puede encontrar la persona que pueda servirnos para atraernos o destruir el monstruo”.
Mirabeau
Esa persona fue el conde de la Mark, amigo de Mirabeau, pero que gozaba de la confianza de Maria Antonieta. Maria Antonieta se encontró clandestinamente con la reina en Saint Cloud, “Salió subyugado de esta entrevista”, nos dice su sobrino, que loa guardaba en la puerta del parque:
“Es grande…, es noble… ¡y bien desgraciada! ¡Víctor…, yo la salvaré!” Jamás, dice el joven, la voz de mi tío me había parecido mas alterada que en aquella ocasión.
Y durante un año, por medio de una correspondencia secreta ininterrumpida, Mirabeau trató desesperadamente de persuadir a la reina que adoptara el plan que él habia concebido y que según él debía salvar a la monarquía.
Nota de Mirabeau as la corte, el 20 de junio de 1790:
“No creo que el trono, y sobre todo que al dinastía, hayan conocido un peligro mas grande… El rey sólo cuenta con un hombre…, su mujer. Quiero creer que ella no desearía la vida sin la corona;
pero de lo que estoy bien seguro, es que no conservara su vida si no conserva su corona. Llegará el momento y muy pronto, en que habrá que probar lo que pueden una mujer y un niño a caballo:
Aquí hace Mirabeau alusión a un episodio del reinado de la madre de Maria Antonieta, la emperatriz Maria Teresa. Desgraciadamente la reina no tenia entera confianza en Mirabeau, tanto más que Fersen, su fiel e íntimo amigo, a quien veía continuamente, no la animaba para ello.
Luís XVI y Maria Antonieta
El conde de la Mark:
“Jamás me sorprendí de la reina, atenaceada por los consejos tan distintos que le llegaban de todas partes, vacilara a menudo en aceptar los del hombre de quien había tenido tantos motivos para quejarse. (Al principio de la revolución)
Y éste es el drama. Maria Antonieta oscilando entre tantos consejos opuestos, creyó que era muy hábil de su parte jugar en varios tableros a la vez. Mientras proseguía sus negociaciones con Mirabeau, llamó en su ayuda a todas las cortes europeas. El redactor de esta correspondencia secreta (21 de agosto de 1790)
“La Corte está en completa agitación;
escriben de día y de noche;
los correos se suceden sin interrupción. La reina es la que dirige estos movimientos y cuando sale de las oficinas, aparece en público con el aire mas sereno del mundo”.
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Vie Ago 08, 2008 3:07 am
“Quiero saber positivamente si se puede o no contar con España: ¿Bajo que forma y hasta que punto? Durante toda la conversación tuve ante mí a una mujer desesperada, estaba en el límite extremo de su resistencia ante la actual situación. Y esto da pábulo para creer en el ruido que ha circulado estos días, según el cual ella habría pensado en envenenarse”.
Y el 24 de marzo Fernán Núñez escribió:
“Da pena verla aferrarse, para no caer en el abismo, a las ramas más débiles que se le presentan”…
Todos los que deseaban salvar la Monarquía, se dirigían a ella. El rey parecía no existir. El conde de Montmorin, Ministro de relaciones exteriores:
“Quiero ser útil, y solo consigo serlo a través de la reina;
siento que es la fuerza mayor que tiene el gobierno;
sólo por ella se podría actuar sobre el rey… Sólo contando con su confianza podemos hacer algo”.
Ocho meses más tarde, la situación le parecía mucho más crítica y le escribió a Mercy-Argentau (28 de septiembre de 1791):
“…No sucedería lo mismo si al reina pudiera tomar el timón de las negociaciones;
esto es lo que hay que conseguir… Mientras la reina no sea el punto central de los negocios… podemos temer cualquier falta y toda clase de peligros, porque hay que rendirse a la evidencia: el rey no es capaz de gobernar y la única q1ue puede reemplazarlo es la reina, siempre que sea secundada… Seria preciso que ella reconozca que debe ocuparse, con perseverancia y método, de todos los problemas;
tiene que hacerse el propósito de acordar una entera confianza al que ella escoja para ayudarla y retirar lo que ha entregado a ciertas personas que no le sirven”.
Fernán Núñez
Su valor se demostró a través de las frecuentes pequeñas revueltas que llegaban hasta los muros de las Tullerias. El autor de la correspondencia secreta relata el 20 de noviembre de 1790:
“El rey, que en esos momentos se encontraba en el piso bajo, tuvo miedo. Exclamó “¡Sálvenme de esta canalla enfurecida!” y huyó para ocultarse en las buhardillas, donde permaneció largo tiempo. Ella se atrevió a ordenar a la guardia nacional que defendiera la puerta del castillo y que cerraran las rejas de las Tullerias. La reina no perdió la cabeza ni un solo instante. La guardia nacional subyugada por el ascendiente que conserva siempre una reina, le obedeció”.
Imperturbable, persistía en ver a menudo al conde de Fersen, a pesar que sabía los comentarios que se hacían sobre sus relaciones. El conde de Saint Priest:
“Fui informado por un sargento de los guardias franceses, que habiendo encontrado a Fersen a las 3 de la mañana, saliendo del castillo, estuvo a punto de detenerlo. Creí que era mi deber informar a la reina, observándole que la presencia del conde de Fersen y sus visitas al castillo podrían presentar algún peligro: “Dígaselo, respondió la reina, si cree que vale la pena. En cuanto a mi, no me preocupa”. Y las visitas continuaron.
Fersen
Desde principios de la primavera de 1791, Maria Antonieta pensó en al fuga;
quiso salir de Paris con su familia. Escribió al embajador de España Fernán Núñez:
“Nuestra partida es algo así como ceder al torrente para poder conservar nuestras vidas y necesitamos salir de aquí, cueste lo que cueste, pero para esto necesitamos que las potencias extranjeras nos ayuden, socorriéndonos”…
Esta tentativa de evasión tuvo lugar el mes de junio y fracasó en Varennes, donde reconocieron a la familia real y la detuvieron. Fernán Núñez asistió a su regreso;
estaban escoltados por 3 diputados, que había enviado la Asamblea Constituyente con el objeto de llevarlos a Paris.
La reina se veía mas impresionada que el rey, pero sin perder un ápice su dignidad, a pesar que los esfuerzos que hacia para dominarse traicionaban la justa cólera que sentía en su corazón. Sin embargo, tuvo bastante presencia de ánimo para decirle a Barnave, con un tono jovial: “Le confieso que no me imaginaba que pasaríamos 13 horas juntos en un coche”.
Es sabido que durante el trayecto había hecho la conquista de Barnave. Desde entonces, éste reemplazó a Mirabeau (que había muerto el 2 de abril), e hizo cuanto estuvo de su parte, por salvar a la Monarquía Constitucional. Fue la reina quien tomó la iniciativa de esta colaboración, deseando sacar partido de la simpatía que había visto despertarse en Barnave.
Barnave se entusiasmó ante la confianza que la reina le demostraba. Estaba convencido que si conseguía que Maria Antonieta aceptara lealmente la Constitución, se salvaría la Monarquía. Pero la reina fingía escuchar sus consejos y los de sus amigos constitucionales. Mientras tanto no cesaba de mantener correspondencia con el extranjero, de donde esperaba recibir ayuda.
Y Barnave escribía aun el 10 de octubre a Maria Antonieta:
“Si los días serenos y alegren suceden a los días de revuelta;
si sin ningún medio violento y sólo con la influencia de una conducta hábil y enérgica, la reina subyuga a este pueblo que durante tanto tiempo la trató como enemiga. ¡Cuánto camino ha hecho desde algunos meses!”.
Barnave
Maria Antonieta confiaba al conde de Fersen algunos días antes:
“¡Que desgracia verse rodeada de canallas!... No se imagina cuanto me cuesta hacer todo esto”.
El mayor cuidado de Maria Antonieta era no oponerse abiertamente a nadie, para cuidar de lo que pudiera sucederle en el porvenir. Al mismo tiempo aparentaba confiar en todo el mundo: Barnave, el conde de Provenza, jefe de Inmigración y a quien odiaba;
en las potencias extranjeras que eran toda su esperanza, a pesar de la mala voluntad que manifestaban en hacer la menor cosa a favor de la Monarquía francesa. Se desesperaba al ver que su marido y su cuñada la secundaban tan mal en la lucha que sostenía. Maria Antonieta le escribió a Mercy-Argentau, el 12 de septiembre de 1791:
“Desearía que todo el mundo coordinara su conducta con la mía, aun cuando hasta en nuestro interior tenemos grandes obstáculos y libramos terribles combates... Sólo encuentro falta de energía en unos y mala voluntad en otros. ¡Dios mío! ¿Es posible que habiendo nacido con carácter y sintiendo como corre la sangre por mis venas, esté destinada a vivir en este siglo y con tales hombres? Pero no creo que por esto me abandone el valor. ¡Cumpliré hasta el fin con mi larga y penosa carrera! Ya no veo ni lo que escribo… ¡Adiós!
Tullerias
Por fin, impaciente porque no recibía una respuesta positiva de su hermano, respecto al congreso de naciones que ella le había pedido que reuniera para asustar a los franceses y tratar con ellos el restablecimiento de la Monarquía “en su aspecto integro”, escribió a Mercy-Argentau, el 16 de diciembre de 1791:
“Que mi hermano no se equivoque;
tarde o temprano se verá mezclado en nuestros problemas… Ya no es tiempo de tramitarnos, es el momento de ayudar. Si no lo hace luego, ya no será tiempo y al emperador sólo le quedará la vergüenza y reproches que se hará ante el Universo entero, por haber dejado arrastrar vilmente a su hermana, su sobrino y su aliado, habiéndole sido posible salvarlos”.
Habiéndose percatado Barnave de la duplicidad de la reina hacia él, abandonó el juego y se retiró a su provincia a principios de 1792. Madame Campan, primera camarera de la reina, describe el estado de ánimo de la familia real en la primavera de ese mismo año:
“En esta misma época, el rey se veía muy decepcionado;
su estado era el de un verdadero decaimiento físico. Pasó diez días seguidos sin pronunciar una palabra, ni siquiera en el seno de su familia, fuera de una partida de Tric-Trac, que jugaba después de comer con Madame Elisabeth, en la que sólo abría la boca para decir las palabras obligadas por el juego. La reina lo hizo reaccionar de ésta actitud, tan funesta en esta situación tan critica, en la que cada minuto era necesario actuar;
se echó a sus pies, empleando ahora imágenes propias para atemorizarlo, o expresiones llenas de ternura. Llegó hasta decirle que si era menester perecer, tenia que ser con honor y sin aguardar que llegaran a ahogarlos a los dos sobre el parquet del departamento”.
Después de la revuelta del 20 de junio de 1792, durante la cual el populacho invadió las Tullerias y los soberanos estuvieron a punto de ser asesinados, temieron las consecuencias del 14 de julio. Nos dice Madame Campan:
“El rey y la reina se vieron obligados a asomarse a los balcones… No dudaban que habrían fijado su muerte para ese día de fiesta nacional”.
Madame Campan mandó hacer una pechera protectora para que se la pusieran al rey ya al reina;
esta pechera resistiría a las puñaladas y hasta las balas.
Madame Tourzel
Muchos planes de evasión fueron presentados a los soberanos, después del 20 de junio. Aconsejado por al reina, el rey los rechazó. Propusieron a Maria Antonieta que huyera sola. Tampoco aceptó. Madame Tourzel, gobernante de los hijos reales, nos cuenta su respuesta:
“He tomado mi decisión: me parecería la mas indignas de las cobardías abandonar en el peligro al rey y a mis hijos”.
Si rehusaba huir, es porque en realidad no había perdido aun todas las esperanzas. El 3 de julio de 1792 escribió a M. de Fersen:
“Nuestra situación es espantosa, pero no se inquiete demasiado;
siento que tengo valor y algo me dice que pronto estaremos a salvo y felices. Esta idea me da ánimos… Adiós. ¿Cuándo podremos vernos en tranquilidad?”.
Pedroro- Su Alteza Imperial
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
ESTEFANIA Vie Ago 08, 2008 3:23 am
de verdad y de corazon como dice mi querida druxa t luciste :smt041
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Re: Vidas de reinas y princesas del pasado
Pedroro Sáb Ago 09, 2008 6:48 am
Estudiando la conducta de la reina durante el periodo comprendido entre la apertura de los Estados Generales hasta la caída del trono, el 10 de agosto de 1792, parece, sin embargo, que puede percibirse mejor una verdad psicológica que es la comprobación de la frase de Chamfort: “En las grandes cosas, los hombres se muestran como quieren mostrarse;
en las pequeñas, se ven tal como son”.
Durante los momentos cruciales que vamos a evocar, la reina mostró a veces una grandeza de alma que nos hacen pensar que los detractores estaban en un error;
en cambio, se destaca su falta de sentido político, y por su estrechez de miras incorregible, dejó escapar todas las numerosas ocasiones que se le ofrecieron para cambiar su destino.
Si hubiera incitado al rey para que siguiera los consejos de aquellos que vieron acertadamente, la Revolución habría logrado el establecimiento de una Monarquía constitucional bastante ajustada a los deseos de los franceses;
la reina, por el contrario, rechazó las concesiones en un momento oportuno y no quiso sacar provecho de la ayuda lúcida que le ofrecieron hombres abnegados a su causa y de los que fuera de Fersen, que era un personaje al margen de la política, sólo nombraremos a 3 de ellos: Mirabeau, La Fayette y Barnabé.
Para una joven archiduquesa hija de un Emperador romano germánico, imagen laica de Dios sobre la tierra y que había salido de la corte de Viena para dominar en la de Versalles, la reunión de los Estados Generales era un fenómeno incomprensible.
Hasta entonces, el oficio de la reina habría significado para Maria Antonieta una sucesión de fiestas destinadas a borrar de su mente el fracaso de su vida conyugal. Estas distracciones, que tanto le reprochó el público, fueron ante todo los deslices de una mujer ligera, después el retiro de una mujer decepcionada a las soledades campestres, donde la madre buscó las alegrías que había ignorado la esposa.
Un profundo egoísmo desarrollado por los continuos halagos habían tenido alejada a la reina de los problemas del gobierno e ignoraba los desacuerdos que hacían cada vez mas graves entre la corona y los franceses.
Serment du Jeu de paume
En mayo de 1789, el drama personal de Maria Antonieta eran de orden doméstico y familiar: el Delfín estaba moribundo y todo cedía ante ese sufrimiento íntimo. Por otra parte, la solución de los problemas políticos y sociales que atormentaban al pueblo francés no tenían porque cambiar las costumbres de vida habituales de la reina.
Móviles tan sencillos como estos son los que determinaron su rigidez en la crisis de junio de 1789;
a estas razones, es conveniente agregar una psicológica, pero también de orden familiar: era preciso hacer frente al duque de Orleáns, que encarnaba por si solo en su mente, la oposición al antiguo régimen.
Hay que considerar todos estos datos para juzgar la intervención decisiva de la reina ante el rey Luís XVI, con ocasión del consejo que tuvo lugar después del juramento del juego de la pelota (Jeu de Paume).
El soberano se rindió a las razones de Necker: estaba listo para acceder a la reunión de las 3 Ordenes en una sola Asamblea, en consentir el voto de los impuestos por los representantes del pueblo y el acceso de Thiers en los empleos reservados, cuando Maria Antonieta hizo llamar a su real esposo durante la sesión:
No se ha conseguido nada, dijo Necker al oído del conde de Montmorin.
Vio con mucha certeza. La reina dolorida por la reciente muerte de su hijo impuso al rey que se mostrara firme. Inmediatamente Luís XVI levantó la sesión del Consejo para reflexionar.
"
Monsieur, allez dire à votre maître que nous ne quitterons nos places que par la puissance des baïonnettes"
El 23 de junio, adoptando la actitud intransigente preconizada por la reina, tuvo una sesión real y rechazó todas las concesiones, ordenando la separación de las tres Órdenes. Y el resultado primordial fue una famosa escena cuyo héroe fue uno de nuestros tres personajes:
Dígale a su amo que estamos aquí por la voluntad del pueblo y que sólo saldremos obligados por las bayonetas, gritó el conde de Mirabeau al marqués de Dreux-Brezé, que era el portador de las órdenes de Luís XVI. La fermentación de los días que siguieron se tradujo en hechos espectaculares. Vemos aparecer el segundo personaje. El 11 de julio, la asamblea eligió a La Fayette como vicepresidente;
menos de una semana mas tarde, era el comandante de la guardia nacional.
Mientras tanto el pueblo se había tomado la Bastilla, y se alzaba el alba de los nuevos tiempos.
En un anhelo de paz, el rey Luís XVI hizo una visita a Paris el 17 de julio. Recibió la escarapela tricolor de manos de Bailly, elegido alcalde de la capital, y de La Fayette, comandante de sus tropas, y ratificó todas las decisiones que se habían tomado contra su voluntad.
Regresó a Versalles cuando ya caía la noche;
estaba rendido de cansancio y abrumado de humillación. Maria Antonieta lo aguardaba, loca de inquietud, temiendo que hubieran masacrado a su marido.
Cuando divisó la escarapela tricolor en el sombrero del rey, le dijo secamente.
No sabía que me había casado con un plebeyo.
Encontraba que el rey había cedido demasiado;
las masacres volvieron a comenzar y Francia se vio arrasada los días siguientes, por una ola de desmanes que parecían haber sido organizado secretamente por los políticos.
Jean Sylvain Bailly alcalde de Paris
Mientras los campos estaban poseídos de terror, en Paris la agitación era inmensa y mataban salvajemente al consejero del parlamento Foulon y su yerno Bertier de Sauvigny, el notable intendente de la Generalidad de Paris.
En la Asamblea se refirieron a estos trágicos acontecimientos y los derechistas reclamaron pidiendo venganza por la sangre de Bertier.
Entre la izquierda se elevó una voz para preguntar:
¿Era tan pura esa sangre?
Esa voz era de un joven abogado de Grenoble, diputado del Delfinado;
ese hombre se llamaba Barnave y es nuestro tercer personaje.
Estos tres rostros emergieron en menos de 3 meses. Mirabeau era un gentilhombre asediado por sus acreedores y por sus crímenes. La Fayette, héroe de la guerra de independencia, era una persona sospechosa para la aristocracia a causa de su republicanismo. Barnave era un simple burgués, que humillado por los nobles provincianos cayó en las nuevas ideas.
Por un extraordinario encadenamiento de circunstancias estos tres hombres tuvieron muchas probabilidades de salvar a la reina de la ola revolucionaria;
trataron de conseguirlo empeñando toda su alma y su valor. La reina sucumbió en el huracán por no haberlo sabido comprender en el momento oportuno.
Última edición por el Mar Oct 07, 2008 2:28 am, editado 1 vez
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